Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1. Блейк Пирс

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Название Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1
Автор произведения Блейк Пирс
Жанр Зарубежные детективы
Серия Un Misterio Keri Locke
Издательство Зарубежные детективы
Год выпуска 0
isbn 9781640291065



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al club. Buscamos a Ashley Penn.

      –Que se joda.

      –¿Sabes dónde está?

      –No, y me importa una mierda. Ella y yo hemos terminado.

      –¿Está aquí?

      –¿Acaso la ves?

      –¿Está aquí su teléfono? —insistió Keri.

      –No.

      –¿Es ese su teléfono, el que llevas en el bolsillo trasero?

      El chico vaciló y, a continuación, dijo:

      –No. Creo que tendríais que iros ahora.

      Ray se colocó a una incómoda distancia corta del chico, le levantó mano y dijo:

      –Déjame ver ese teléfono.

      El chico tragó saliva de golpe, después se lo sacó del bolsillo y se lo pasó. La funda era rosada y parecía cara.

      Ray preguntó:

      –¿Es de Ashley?

      El chico continuaba en silencio, desafiante.

      –Puedo marcar su número y veremos si suena —dijo—. O tú puedes darme una respuesta directa.

      –Sí, es suyo. ¿Y qué?

      –Pon el culo en ese sofá y no te muevas —dijo Ray. Luego a Keri—: Haz lo tuyo.

      Keri buscó en la casa. Había tres pequeños dormitorios, un baño diminuto y un armario para la ropa de cama, todos inofensivos en apariencia. No había señales de lucha ni de cautiverio. Encontró la cuerda para acceder a la buhardilla en el pasillo y tiró de ella. Se desplegó una serie de rechinantes escalones de madera que llevaban al piso superior. Subió por ellos con cuidado. Cuando llegó a la parte de arriba, sacó su linterna e iluminó a su alrededor. Era más un pequeño espacio libre para arrastrarse por él que una verdadera buhardilla. El techo estaba a poco más de un metro de altura y el entramado de las vigas dificultaba más el movimiento, incluso agachándose.

      No había gran cosa allá arriba. Solo una década de telarañas, un buen número de cajas cubiertas de polvo y un baúl de madera de aspecto voluminoso en el extremo más lejano.

      «¿Por qué alguien puso el objeto más pesado y asqueroso al fondo de la buhardilla? Tuvo que ser difícil llegar hasta esa esquina».

      Keri suspiró. Por supuesto, alguien lo puso allí para hacerle la vida difícil a ella.

      –¿Todo bien por allá arriba? —se oyó a Ray desde la sala.

      –Sí. Solo reviso el ático.

      Trepó hasta el último escalón y se abrió paso a lo largo del ático, asegurándose de pisar sobre los estrechas vigas de madera. Le preocupaba que un paso en falso la hiciera caer por el techo de yeso. Sudada y cubierta de polvorientas telarañas, finalmente llegó hasta el baúl. Cuando lo abrió e iluminó su interior, se sintió aliviada al comprobar que no había cuerpo. Vacío.

      Keri cerró el baúl y rehizo su camino hasta la escalera.

      De regreso en la sala, Denton no se había movido del sofá. Ray estaba sentado directamente enfrente de él, a horcajadas en una silla de cocina. Cuando ella entró, él la miró y preguntó:

      –¿Había algo?

      Ella negó con la cabeza.

      –¿Sabemos dónde está Ashley, detective Sands?

      –Todavía no, pero trabajamos en ello. ¿Correcto, Sr. Rivers?

      Denton hizo como que no oía la pregunta.

      –¿Puedo ver el teléfono de Ashley? —preguntó Keri.

      Ray se lo entregó sin entusiasmo.

      –Está bloqueado. Necesitaremos que los técnicos hagan su magia.

      Keri miró a Rivers y dijo:

      –¿Cuál es su contraseña, Denton?

      El chico se burló de ella.

      –No lo sé.

      Keri le dejó claro con su expresión arisca que no le creía.

      –Voy a repetir la pregunta de nuevo, muy educadamente. ¿Cuál es su contraseña?

      Después de vacilar, el chico se decidió a decirlo:

      –Miel.

      Dirigiéndose a Ray, Keri dijo:

      –Hay un cobertizo en la parte de atrás. Voy a echarle un vistazo.

      Rivers desvió la mirada rápidamente hacia esa dirección pero no dijo nada.

      Ya fuera, Keri usó una pala oxidada para forzar el candado que cerraba el cobertizo. Un rayo de luz penetraba a través de un agujero en el tejado. Ashley no estaba allí, solo había latas de pintura, viejas herramientas y varios trastos más. Justo cuando estaba a punto de salir, vio una pila de matrículas de vehículos de California sobre una estantería de madera. Al mirar con más detalle, contó seis pares, todas con pegatinas del año en curso.

      «¿Qué están estas haciendo aquí? Tendremos que meterlas todas en bolsas».

      Dio media vuelta y se dispuso a salir cuando una súbita brisa cerró de golpe la puerta oxidada, tapando la mayor parte de la luz que entraba en el cobertizo. Con esta semioscuridad impuesta, Keri sintió claustrofobia.

      Tomó una gran bocanada de aire, luego otra. Trató de normalizar su respiración cuando la puerta se abrió con un crujido, permitiendo que entrara de nuevo algo de luz.

      «Esto debe haber sido como lo que le pasó a Evie. Sola, arrojada a la oscuridad, confundida. ¿Es esto a lo que mi pequeña tuvo que enfrentarse? ¿Fue esta su pesadilla en vivo?»

      Keri se tragó las lágrimas. Se había imaginado cientos de veces a Evie encerrada en un sitio como este. La próxima semana se cumplirían cinco años desde que ella desapareció. Pasar ese día iba a ser muy difícil.

      Mucho había pasado desde entonces: la lucha para mantener su matrimonio a flote mientras sus esperanzas se desvanecían, el inevitable divorcio de Stephen, el año «sabático» de su cátedra en criminología y psicología en la Universidad Loyola Marymount, oficialmente destinado para realizar una investigación independiente, pero en realidad motivado por la bebida y las relaciones íntimas con algunos estudiantes, que finalmente habían forzado la mano de  la administración. A dondequiera que mirara, veía los pedazos rotos de su vida. Se había visto forzada a enfrentarse a su principal fracaso: su incapacidad para encontrar a la hija que le habían robado.

      Keri se secó bruscamente las lágrimas de los ojos y se riñó a sí misma en silencio.

      «Vale, le has fallado a tu hija. No le falles a Ashley también. ¡Ánimo, Keri!»

      Ahí mismo en el cobertizo, encendió el teléfono de Ashley, y tecleó la palabra «Miel». La contraseña funcionó. Al menos Denton fue sincero en una cosa.

      Pulsó Fotos. Había cientos de fotografías, la mayoría de ellas las más típicas: adorables selfies de Ashley con amigos en la escuela, ella y Denton Rivers juntos, unas cuantas fotos de Mia. Pero se sorprendió al ver, repartidas por todas partes, otras fotos más provocadoras.

      Varias se habían tomado en un bar vacío o alguna especie de club, claramente antes o después de su horario de apertura, con Ashley y sus amigos visiblemente borrachos en modo de fiesta salvaje, disparándole a las cervezas, levantándose las faldas y mostrando los tangas. En algunas había yerba en pipas o en pitillo. Había una invasión de botellas de licor.

      «¿A quién conocía Ashley que tuviera acceso a un lugar como ese? ¿Cuándo sucedió? ¿Cuando Stafford estaba en Washington? ¿Cómo es que su madre no tenía ni idea de esto?»

      Fueron las fotos con el arma las que realmente llamaron la atención de Keri. De repente, estaba al fondo, sobre una mesa, una 9 mm SIG, casi invisible, al lado de un paquete de cigarrillos, o encima de un sofá, junto a una bolsa de patatas