Milagro. Alicia Dujovne Ortíz

Читать онлайн.
Название Milagro
Автор произведения Alicia Dujovne Ortíz
Жанр Философия
Серия Historia Urgente
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9789873783708



Скачать книгу

me mandaba mensajes de aliento, se sentía culpable porque pasábamos todo eso por causa suya, hay varios compañeros con denuncias que nunca se probaron, si a ella la liberan no se va a ir de Jujuy mientras uno solo de nosotros siga preso. ¿Por qué tanto odio? Odio racial, el fin de ellos es hacernos desaparecer a todos.

      –Se habló de robos.

      –¿Lo del video? Eso se lo podés preguntar al Diablo.

      No he visto ese video, pero me lo han contado. La televisión moraliana, única difundida en una provincia donde ciertos diarios tampoco entran, bombardeó durante semanas a los televidentes con la imagen de Iván, mi cariacontecido chofer, cargando bolsas de dinero al salir del banco. Imágenes borrosas, pero impresionantes por el tamaño de las bolsas que el pequeño demonio amontonaba en su autito.

      –La gente veía las bolsas y pensaba que era plata para Milagro. No, era para nosotros, porque la Tupac no tenía chequera. Si cada uno iba al banco llevando su cheque, eran filas y filas de tupaqueros que esperaban para cobrar; así, en cambio, nos pagaban en efectivo de una sola vez. Una cooperativa cobraba por todas y al que salía con las bolsas Milagro le ponía custodia.

      –¿Esa es la historia?

      –Sí.

      –¿Y ahora?

      –Todo roto. Morales se quiere apoderar de lo que hicimos, inaugura escuelas y hospitales que son de nosotros. Tratamos de seguir con la Copa de Leche, pero es difícil. Hay miedo. La gente dice “si no me alejo me pasa algo”. Aguantaron lo que pudieron, pero se fueron yendo por la necesidad. Algunos traicionaron, no todos. Morales los engañó, sedujo a los encargados con que les iba a pagar más, al final les pagó un tiempito y después los largó como zapatilla vieja. Dicen que los de la Tupac somos esclavos, esclavos son los que se fueron con él. Yo volví a la venta de bollos y empanadas. Trabajo no consigo, me siguen por la calle, hablé de eso con los delegados de la ONU cuando vinieron acá a Jujuy. Me amenazan a mi hijo, le hacen aprietes, tratan de ame… drentarlo, ¿así se dice?

      –Tal cual.

      –Varias veces le tiraron la camioneta encima. El otro día vinieron ocho, ocho hombres. Era un mensaje para mí. ¿Denunciar?, ¿a quién querés que denuncie si ellos los mandan?

      El sindicalista

      Un compañero le había regalado el dibujo de Tupac Amaru. Cuando yo se lo propuse, lo agarró enseguida y pidió que le dibujaran el triángulo que culmina en el sombrero, con Evita y el Che por abajo, a un lado y otro.

      Octubre de 2014, aniversario de la Tupac Amaru en San Salvador de Jujuy.

      Hoy me toca un recorrido por la calle Alvear. Viene bien, solo tengo que salir de mi hotelito para mocosos y seguir derecho. Pongo el cuaderno en la mochilita aligerada, esa con los arabescos moros que mi nieta compró en Granada, me calzo el cinturón para la vértebra y voy. Es el centro de la ciudad, hay algunos negocios con ciertas ínfulas, pero las calles están uniformemente rotas y transita por ellas una tristeza vieja, perceptible.

      Varias cuadras más lejos, en la sede de la ATE, me recibe una señora que declara: “Nando no está”. “¡Pero si tengo cita!”. Comienzo a enfurecerme cuando me ataja: “Espérelo en el barcito de enfrente, es un barbudo que anda en una camioneta verde, lo va a reconocer”. Cuando estaciona la camioneta, enorme, polvorienta, como salida de una guerra lejana, sé que el grandulón de barbas semicanas es Fernando Acosta.

      –¿Así que sos el maestro de Milagro, el creador del nombre de la organización?

      –Sí, sí, la conocí cuando ella tenía quince años.

      Habla con desconfianza, pero de a poco se va aflojando. Al cabo de unos minutos le veo la cara entera, de frente, una cara de niño, fina, arropada por esa ancha barba que no parece suya, un agregado del tiempo fácil de eliminar entrecerrando los ojos.

      –Yo estoy acá desde los 80, soy de Lobos, empecé en la Juventud Peronista de Buenos Aires. Me vine porque en la Capital la cosa estaba fea y empecé a militar en el barrio Mariano Moreno, donde vivía Milagro. Ella estaba en la JP, en otro grupo, y yo entré como secretario general de la ATE a los 26 años. Cuando ella cayó presa por robo y la absolvieron, la fui a buscar a la cana y le dije “venite al sindicato”. Era profesora de danzas folklóricas, había estudiado un poco de antropología y de folklore, trabajaba en la Gobernación y sobre todo la vi muy viva, muy rápida. Fue la época de los grandes líos en Jujuy, cayeron cinco gobernadores uno tras otro, había un movimiento sindical heterogéneo, importante, con chinos del Partido Comunista Revolucionario [PCR], con peronistas, pero nada que ver con la dirigencia del PJ, teníamos que construir sin llevar nuestras diferencias a la juventud.

      –¿Y eso la dirigencia lo aceptó?

      –No, claro. Yo siempre fui un anarco-peronista opuesto al autoritarismo. Al principio Milagro se formó en otros sectores, como el del Perro Santillán. La pelea con él –agrega, viéndome cara de querer preguntarle justamente eso– fue por celos, porque ella a la Corriente Clasista y Combativa le fue quitando gente. Después el Perro la denunció como responsable de la muerte de su yerno, que se murió por una paliza.

      –¿Pero quién se la dio?

      –Acá siempre hubo piñas, a mí el hermano del Perro me pegó un palazo en la espalda, es todo muy violento en Jujuy, las organizaciones barriales, territoriales, todas violentas, hay un grupo radical y un grupo peronista y la gente se va del uno al otro, siempre a las piñas. Además, estaba el Partido Popular Jujeño, eran internas, crisis hegemónicas que se aprovechaban del despiole social. El yerno del Perro no se murió enseguida, no se sabe si fue por la paliza o por qué. Milagro estuvo un poco vinculada al radicalismo, el odio acrecentado de Morales también es por celos, por el crecimiento enorme que ella tuvo. La CTA, la Confederación de Trabajadores Argentinos donde yo siempre estuve, era un modelo sindical distinto, teníamos diferencias con la CGT (la Confederación General del Trabajo) porque sus dirigentes son empresarios, burócratas. Nosotros estábamos con la democracia, la autonomía y la participación, no organizábamos a sindicatos sino a trabajadores, asalariados o no. En el 97 aumentó la desocupación, hubo cortes de rutas, nosotros dijimos que cualquiera podía adherirse a la CTA, que el trabajo no estaba en las fábricas sino en los barrios, “vamos a organizar el barrio”, decíamos, nuestro slogan era “El barrio es la fábrica”.

      –Ahí a Milagro ya la veo venir.

      –Sí, en ese momento surgen capacitadores laborales en los barrios, casi todos peronistas, mayormente maestras sin trabajo que hacían alfabetización. Casi todos los que se acercaban eran mujeres que querían aprender peluquería, cocina, costura. La Copa de Leche ya existía, había comedores, pero la CTA no podía organizarlos, así que la construcción solidaria la hicieron las mujeres y los muchachos.

      –¿Y los hombres?

      –No, ellos no se organizaban barrialmente. Milagro con esto andaba como pez en el agua, hizo una formación de dirigentes en la Escuela Sindical Libertario Ferrari, dos años. Después se fue a Cuba, el viaje se llamaba “Por los caminos del Che”. Lo organizaba la Juventud Cubana y el boleto lo pagó la ATE. Ya era una dirigente por ese tiempo. Fue a La Habana, asistió a debates, al volver se quería rajar a Cuba, pero yo le dije “hacé la revolución acá”.

      –Así que no era del todo empírica Milagro, tuvo una formación.

      –Más práctica que teórica. También leyó, pero sobre todo conocía el terreno, sabía cómo hablarles a los jóvenes y era más guapa que otros, iba al frente, siempre la primera y trabajando de nueve a dos de la mañana. Con una gran exigencia hacia sí misma y hacia los demás, “esto hay que hacerlo y se hace”, punto.

      –¿Autoritaria?

      –Puede ser, y también democrática, porque lo debatía todo en asambleas, pero por la manera de ser que tiene marcaba línea, imposible que alguien le dijera que no. Siempre