Las tertulias de la orquesta. Hector Berlioz

Читать онлайн.
Название Las tertulias de la orquesta
Автор произведения Hector Berlioz
Жанр Документальная литература
Серия Música
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788446049692



Скачать книгу

por las pérdidas anteriores, se apuesta sus caballos y su armadura, el compositor interpreta como respuesta de los oponentes de Robert la expresión ¡lo tenemos!, en lugar de ¡los tenemos!, dando así a las palabras de los sicilianos un aire misterioso y burlón más propio de bribonzuelos que ríen impacientes ante el buen botín que van a hacer al desplumar a un pardillo. Cuando más tarde, el señor Scribe, presente en los primeros ensayos de la puesta en escena, escuchó al coro cantar en voz baja y acentuando cada sílaba este cómico contrasentido: «¡Lo-te-ne-mos! ¡Lo-te-ne-mos!», tras la apuesta de Robert, se cuenta que gritó:

      —¿Qué es esto? Mis caballeros tienen la apuesta, pero no a Robert. Los dados no están trucados hasta ese punto. Son caballeros, no jugadores de tugurio. Hay que corregir… esta… pero… un momento… ¡Caramba!... Ahora que lo pienso… No… dejemos el error. ¡Contribuye al efecto dramático! Sí, «Lo tenemos», la idea es divertida, excelente. La gente sensible se enternecerá y dirá:

      —¡Pobre Robert! ¡Desvalijadores miserables! Se entienden como uña y carne. Le van a dejar sin nada.

      La s no volvió a ser introducida y los caballeros sicilianos permanecen caracterizados como bribones. El contrasentido produce un efecto loco, pero exitoso. Así pues, he ahí nuestros caballeros, deshonrados a la vista de toda Europa, porque el señor Meyerbeer es algo corto de vista.

      Otra prueba de que no hay más que felicidad e infelicidad en todo lo que concierne, de cerca o de lejos, al teatro.

      Lo mejor del asunto es que el señor Scribe, celoso como un tigre cuando se trata de la invención de cualquier broma afortunada para hacer en público, no ha querido ceder a su colaborador el mérito de este hallazgo, que él ha adoptado borrando la s de su manuscrito y que podemos leer en el libreto impreso de Robert le diable: ese «¡Lo tenemos!» que tanto gusta al público, en lugar de «¡Los tenemos!», más propio del sentido común…

      Sexta tertulia

      Estudio astronómico, revolución del tenor alrededor del público. Contrariedad de Kleiner el menor

      Hoy representan una ópera alemana moderna muy aburrida.

      Conversación general.

      —¡Por Dios santo! –grita Kleiner el menor al entrar al foso–. ¿Cómo soportar semejantes contrariedades? ¿Acaso no es bastante intentar sobrevivir a esta ópera, como para que además nos la cante este infernal tenor? ¡Qué voz! ¡Qué estilo! ¡Qué falta de musicalidad y qué pretensiones!

      —Léenoslo, Kleiner –dicen casi todos los músicos–. Si lo lees bien, te invitamos a una crema bávara.

      —¿En serio?

      —En serio.

      —Entonces allá va.

      EL MOVIMIENTO DE TRASLACIÓN DEL TENOR ALREDEDOR DEL PÚBLICO. ANTES DEL AMANECER

      Para debutar allí, encuentra terribles impedimentos que termina superando. Llega, incluso, a ser relativamente bien recibido. Su voz se transforma, se vuelve plena, fuerte, mordiente, muy correcta tanto en la expresión de pasiones vivas como en los sentimientos más dulces. El timbre de esta voz gana poco a poco en pureza, en frescura y en un candor delicioso, cualidades estas que constituyen finalmente un talento de primer orden, cuyo efecto es irresistible. Llega el éxito. Los directores italianos, que saben hacer negocios, venden, recompran y revenden al pobre tenor, cuyo modesto sueldo permanece inmutable, a pesar de que cada año enriquezca a dos o tres teatros. Se le explota, se le presiona de mil formas hasta tal punto que vuelve a considerar regresar a la patria. Ya ha perdonado. Confiesa que ésta tenía razón para mostrarse severa en cuanto a sus primeras actuaciones. Sabe que el director de la Ópera de París le ha echado el ojo. En cuanto le llega una propuesta, no duda en aceptarla y vuelve a cruzar los Alpes.

      El ascenso heliaco

      El tenor debuta de nuevo, pero esta vez lo hace en la Ópera y ante un público condicionado en su favor por sus triunfos en Italia. Su primera melodía es recibida con exclamaciones de sorpresa y placer. Desde este momento, su éxito ya está decidido. No es más que el preludio de las emociones que va a despertar durante la velada. En este pasaje, destacan su sensibilidad y su capacidad técnica, unidas a una emisión de encantadora dulzura. Queda por conocer la expresión dramática, el grito de la pasión. Se presenta un fragmento en el que el audaz artista lanza varias notas agudas, con su voz de pecho, acentuando cada sílaba, con una potencia en la vibración, una expresión desgarrada de dolor y una belleza de sonido de la que, hasta ahora, nadie se había hecho idea. Un silencio de estupor reina en la sala. La gente aguanta la respiración. El asombro y la admiración se confunden en un sentimiento bastante similar al del temor. De hecho, ese temor está justificado mientras dura la extraordinaria frase, pero cuando ésta llega a su triunfante final… hay que ver el entusiasmo del público.

      Es