Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Название Memorias de Idhún. Saga
Автор произведения Laura Gallego
Жанр Книги для детей: прочее
Серия Memorias de Idhún
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788467569889



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ocurrido ir a verla después del «toque de queda». Esto era no solo porque la anciana tuviese sus normas, sino también, sobre todo, porque confiaba en ella.

      Victoria suspiró, se giró para dar la espalda a la puerta y dejó vagar sus pensamientos.

      «Alma...», llamó mentalmente.

      Aquel cosquilleo familiar la recorrió de nuevo de arriba abajo. Sintió algo en un rincón de sus pensamientos, algo parecido a un mudo asentimiento. El Alma la había escuchado.

      «Llévame a Limbhad», musitó ella sin palabras.

      Pero, cuando ya sentía al Alma acogiéndola en su seno y envolviéndola como una madre para transportarla a su refugio secreto, sonaron golpes en la puerta.

      Victoria vaciló. Por lo general, si su abuela llamaba a la puerta y ella no respondía, la mujer daba por hecho que estaba dormida y no la molestaba. Pero no hacía ni cinco minutos que se habían separado y, además, ella estaría preocupada. De modo que le pidió al Alma que aguardara un momento y, lentamente, su cuerpo volvió a tomar consistencia sobre la cama.

      —¿Sí? –dijo de mala gana.

      Su abuela abrió la puerta.

      —Espero no molestar. ¿Estabas durmiendo?

      —Estaba a punto –sonrió ella–. No pasa nada.

      —Estaba pensando... que podemos ir a la policía a poner una denuncia. ¿Recuerdas cómo era ese hombre?

      La imagen de Kirtash acudió de nuevo, nítida, a la mente de Victoria. Un joven ligero, rápido y sutil como un felino, vestido de negro, de cabello castaño claro, muy liso, que enmarcaba un rostro de facciones finas pero de expresión impenetrable, y unos ojos fríos como un puñal de hielo. Jamás podría olvidarlo. Sabía que poblaría sus peores pesadillas durante mucho tiempo.

      —No –dijo finalmente–. No lo recuerdo. Todo ha sido muy rápido.

      Jack lanzó una estocada que no dio en el blanco, pero se apresuró a corregir su error girando el cuerpo y bajando los brazos para detener el contraataque. Las espadas chocaron. Jack giró de nuevo y asestó un golpe semicircular, pero falló otra vez. Perdió el equilibrio y sintió enseguida el filo del acero acariciando su cuello.

      —Estás muerto –oyó junto a su oído.

      Por un momento no se movió. Respiraba entrecortadamente y tenía la frente cubierta de sudor. Entonces, con lentitud, arrojó el arma al suelo y levantó las manos.

      —Está bien, tú ganas otra vez –admitió a regañadientes.

      La hoja de la espada se retiró.

      —No seas impaciente, chico –repuso Alsan, sonriendo–. Cuatro meses de prácticas no te hacen tan bueno como para poder derrotar a un caballero de Nurgon.

      Jack reprimió una mueca. Alsan le había hablado con orgullo de la Orden de Caballería de Nurgon, la comunidad de caballeros más poderosa e influyente de todo Idhún, a la que solo pertenecían guerreros de la más alta nobleza, y dentro de la cual él mismo ocupaba un puesto destacado, a pesar de su juventud. El honor, el valor y la rectitud eran los tres pilares sobre los que se sustentaba la ideología de la Orden, pero tampoco había que olvidar que sus caballeros estaban bien entrenados y pocos guerreros podían vencerlos en un combate leal.

      —Claro –masculló Jack–. Pero he mejorado, ¿no? Reconócelo. Al principio apenas podía levantar la espada.

      Se miró los brazos, orgulloso de la fuerza que se adivinaba en ellos.

      —Engreído –se burló Alsan.

      Jack se volvió hacia él.

      —¿Y tú, qué? Te lo tienes muy creído, pero te advierto que no tardaré mucho en derrotarte.

      Alsan sonrió.

      En los últimos meses, Jack se había esforzado mucho por aprender a manejar la espada, tras el fracaso de sus lecciones de magia con Shail. En realidad, el chico encontraba aquello mucho más útil y real que cualquier cosa que pudiera enseñarle el mago. No podía dejar de recordar que, ante Kirtash, Alsan había dado la cara, mientras que Shail había empleado su poder para salir huyendo.

      En todo aquel tiempo no había conseguido averiguar nada acerca de su origen o sus supuestos «poderes». Se había acercado a la historia de Idhún, pero pronto se había dado cuenta, con desesperación, de que todo le resultaba muy extraño y no lograba encontrar nada que justificase, o al menos explicase, el despiadado asesinato de sus padres. Con el tiempo, el dolor y el sentimiento de culpa se habían ido calmando o, al menos, derivando hacia otro tipo de emoción: la rabia y la sed de venganza. Se sentía víctima de una injusticia, sentía que le habían robado su vida sin ninguna razón, y canalizaba todo aquel odio y frustración a través de sus lecciones de esgrima con Alsan. Algún día, se decía a sí mismo, estaría preparado para enfrentarse a los asesinos de sus padres... y hacérselo pagar.

      Pero antes los miraría a la cara y les preguntaría... por qué.

      Por qué habían destrozado su mundo, por qué habían apagado la vida de sus padres y, sobre todo... por qué él, Jack, era diferente. Sus enemigos debían de saberlo, y la respuesta a esta última pregunta era el motivo por el cual habían intentado matarle.

      Alsan era un guerrero experimentado, sereno y prudente, y, aunque a menudo chocaba con el espíritu impulsivo e indómito de Jack, en el fondo había llegado a encariñarse con él. Por su parte, el muchacho veía a Alsan como un modelo a seguir: fuerte, valiente, seguro de sí mismo y, sobre todo, líder indiscutible de la Resistencia. Alsan se había ganado el respeto de Jack, que intentaba aprender de él todo cuanto podía. Al príncipe le satisfacía la constancia y el tesón de su alumno, pero lo cierto era que, en el fondo, sus motivaciones eran diferentes. Si Alsan era un justiciero, el corazón de Jack estaba inflamado de odio y deseos de venganza.

      Por eso, aunque Jack había aprendido a admirar a Alsan como a un héroe, a escucharlo como a un maestro y a quererlo como a un hermano mayor, sentía que la impaciencia lo consumía, y tenía la sensación de que necesitaba algo más, de que las lecciones de esgrima no eran bastante para él.

      Recogió su espada y la miró, pensativo.

      —¿Por qué no...? –empezó, pero Alsan lo interrumpió antes de que acabara:

      —No insistas, Jack. No estás preparado para empuñar una espada legendaria.

      Jack había esperado aquella respuesta, pero en aquella ocasión tenía una réplica preparada:

      —Eso si es que existen tales espadas, porque yo todavía no las he visto.

      Alsan se volvió hacia él.

      —No me provoques. Tú sabes perfectamente que existen. Me viste luchar con una de ellas contra Kirtash.

      —No estaba prestando atención. ¿Por qué no me dejas verlas, al menos?

      Alsan se quedó un momento en silencio, pensativo.

      —Está bien –dijo por fin–, supongo que no hay nada malo en ello.

      Jack se dirigió con rapidez al fondo de la sala, por si su amigo cambiaba de opinión, y aguardó frente a una pequeña puerta de hierro adornada con figuras de dragones. Alsan sacó la llave y abrió la cámara donde se guardaban las armas legendarias. Jack entró tras él, algo intimidado. Era la primera vez que franqueaba aquella puerta, que había ejercido una misteriosa fascinación sobre él prácticamente desde el primer día.

      Lo que vio en el interior de la cámara lo sobrecogió. Era una estancia de forma circular, como la mayor parte de las habitaciones de la casa de Limbhad. Las paredes estaban forradas de vitrinas y hornacinas que contenían todo tipo de armas blancas: dagas, espadas, lanzas, hachas... pero no eran armas corrientes: sus empuñaduras estaban cuajadas de piedras preciosas y sus filos relucían con un brillo misterioso.

      —Muchas