Arena Uno. Tratantes De Esclavos. Морган Райс

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Название Arena Uno. Tratantes De Esclavos
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия Trilogía De Supervivencia
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781939416841



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en la montaña - está tan bien camuflada, que es casi como si hubiera sido construida sólo para nosotras. Nadie podría encontrarnos allí. E incluso si lo hicieran, no podían acercarse a nosotros con un vehículo. Tendrían que subir a pie, y desde ese punto de vista, yo los detectaría a una milla de distancia.

      La casa también cuenta con una fuente de agua dulce, un arroyo que pasa justo por delante de su puerta; yo no tendría que dejar sola a Bree cada vez que haga senderismo para bañarme y lavar nuestra ropa. Y ya no tendría que cargar baldes de agua de uno en uno, desde el lago, cada vez que preparo la comida. Amén de que con el enorme follaje de los árboles, estaríamos lo suficientemente ocultas para encender fuego en la chimenea cada noche. Estaríamos más seguras, más cálidas, en un lugar lleno de peces y caza -- y equipada con un sótano lleno de comida. Mi decisión está tomada: Nos mudaremos allá mañana.

      Es como si me hubieran quitado un peso de encima. Me siento renacer. Por primera vez desde que recuerdo, no siento el hambre que me carcome, no siento el frío lacerando mis dedos. Incluso el viento, mientras voy bajando, parece estar en mi espalda, ayudándome en el trayecto, y sé que las cosas finalmente han cambiado. Por primera vez desde que recuerdo, sé que ahora podremos salir adelante.

      Ahora podemos sobrevivir.

      .

      D O S

      Cuando llegué a la casa de papá era el ocaso, la temperatura bajaba, la nieve empezaba a endurecerse y crujía bajo mis pies. Salgo del bosque y veo ahí nuestra casa, visiblemente ubicada al lado de la carretera, y me siento aliviada de saber que todo se ve tranquilo, tal y como lo dejé. De inmediato busco en la nieve cualquier pisada -- o huellas de animales – saliendo o entrando y no encuentro ninguna.

      No hay luces en el interior de la casa, pero eso es normal. Me preocuparía si las hubiera. No tenemos electricidad, y las luces sólo significarían que Bree ha encendido velas - y ella no lo haría si no estoy yo ahí. Me detengo y escucho durante varios segundos, y todo está quieto. No hay ruidos de lucha, ni gritos de auxilio, no hay quejidos por enfermedad. Doy un suspiro de alivio.

      Una parte de mí siempre tiene miedo de que al regresar encuentre la puerta abierta, la ventana destrozada, huellas de pisadas hacia la casa, a Bree secuestrada. He tenido esta pesadilla varias veces, y siempre despierto sudando, y camino a la otra habitación para asegurarme de que Bree está ahí. Ella siempre está ahí, sana y salva, y me reprendo a mí misma. Sé que debería dejar de preocuparme, después de todos estos años. Pero por alguna razón, simplemente no puedo evitarlo; cada vez que tengo que dejar sola a Bree, es como si me clavaran un cuchillito en mi corazón.

      Aún en estado de alerta, detectando todo lo que me rodea, examino nuestra casa a la luz del día, que se consume. Honestamente, nunca fue buena, para empezar. Un rancho típico de montaña, que parece una caja rectangular sin carácter, adornado con revestimiento de vinil aguamarina barato, que parecía viejo desde el principio, y que ahora se ve deteriorado. Las ventanas son pequeñas y escasas y están hechas de un plástico barato. Parecen de las que hay en un complejo de casas rodantes. Tal vez de 4.5 metros de ancho por unos nueve de profundidad, que debía ser de un dormitorio, pero el que la construyó, en su sabiduría, la hizo de dos pequeñas habitaciones y una sala de estar aún más pequeña.

      Recuerdo haberla visitado cuando era niña, antes de la guerra, cuando el mundo era todavía normal. Cuando papá estaba en casa, nos traía hasta aquí los fines de semana, para escapar de la ciudad. Yo no quería ser desagradecida, y siempre le puse una buena cara, pero secretamente, nunca me gustó; siempre me pareció oscura y estrecha, y había un olor a humedad. Cuando era niña, recuerdo que no podía esperar a que el fin de semana terminara para alejarme de este lugar. Recuerdo secretamente que prometí que cuando fuera mayor nunca volvería aquí.

      Ahora, irónicamente, estoy agradecida por tener este lugar. Esta casa me salvó la vida -- y la de Bree. Cuando la guerra estalló y tuvimos que huir de la ciudad, no teníamos opciones. Si no fuera por este lugar, no sé adónde nos habríamos ido. Y si este lugar no estuviera tan lejos y en lo alto como está, entonces probablemente habríamos sido capturadas por los tratantes de esclavos hace mucho tiempo. Es curioso cómo se puede odiar tanto a las cosas cuando somos infantes y que terminamos apreciando siendo adultos. Bueno, casi adultos. A los 17 años, me considero una persona adulta, de todos modos. Probablemente he envejecido más que la mayoría, en los últimos años.

      Si esta casa no se hubiera construido en la carretera, y estuviera tan expuesta, si fuera sólo un poco más pequeña, estuviera más protegida, más adentro del bosque, no creo que me preocuparía tanto. Por supuesto, tendríamos que aguantar las delgadas paredes, el techo con goteras, y las ventanas que dejan pasar el viento. Jamás llegará a ser una casa cómoda ni cálida. Pero al menos sería segura. Ahora, cada vez que la miro, y veo el amplio panorama allá afuera, no puedo evitar pensar que es un blanco fácil.

      Mis pies crujen en la nieve cuando me acerco a la puerta de vinilo, y se escuchan ladridos desde el interior. Es Sasha, haciendo lo que le enseñé a hacer: proteger a Bree. Estoy muy agradecida de tenerla. Cuida a Bree con tanto esmero, ladra al menor ruido; me da suficiente tranquilidad cuando salgo a cazar. Aunque al mismo tiempo, me preocupa también que su ladrido nos delate; después de todo, un perro que ladra, generalmente significa que hay seres humanos. Y eso es exactamente lo que un tratante de esclavos quiere escuchar.

      Me apresuro a entrar en la casa y rápidamente la hago callar. Cierro la puerta tras de mí, haciendo malabares con los leños que traigo en la mano, y entro en la oscura sala. Sasha se calma, moviendo la cola y saltando sobre mí. Es una perra labrador color chocolate, de seis años; Sasha es la perra más leal que jamás podría imaginar -- y la mejor compañía. Si no fuera por ella, creo que Bree habría caído en una depresión desde hace mucho tiempo. Yo también podría estarlo.

      Sasha me lame la cara, lloriqueando, y parece más emocionada que de costumbre; olfatea mi cintura, mis bolsillos, detectando que he traído a casa algo especial. Dejo los leños para poder acariciarla, y al hacerlo, puedo sentir sus costillas. Está demasiado flaca. Me siento culpable. Por otra parte, Bree y yo también lo estamos. Siempre compartimos con ella lo que encontramos para comer, así que las tres estamos en las mismas condiciones. Aun así, me gustaría poder darle más.

      Ella acerca la nariz al pescado, y al hacerlo, vuela de la mano y cae en el suelo. Sasha se lanza inmediatamente sobre él, sus garras hacen que se deslice por el suelo Ella salta sobre el pescado de nuevo, esta vez mordiéndolo. Pero a ella no debe gustarle el sabor del pescado crudo, así que lo deja. Pero juega con él, saltándole encima una y otra vez, mientras se desliza por el suelo.

      "¡Sasha, detente!", le digo en voz baja, para no despertar a Bree. También temo que si juega con él demasiado tiempo, podría abrirlo y perder parte de la carne valiosa. Obediente, Sasha se detiene. Sin embargo, puedo ver lo emocionada que está, y quiero darle algo. Meto la mano en el bolsillo, abro la tapa de lata del frasco de conservas, saco un poco de la mermelada de frambuesa con el dedo, y se la doy.

      Sin perder el ritmo, lame mi dedo, y de tres grandes lamidas, se ha comido todo lo que le serví. Se lame los labios y me mira con los ojos bien abiertos, con ganas de que le dé más.

      Le acaricio la cabeza, le doy un beso, y vuelvo a levantarme. Ahora me pregunto si estuvo bien darle un poco, o si fui cruel por darle tan poco.

      La casa está a oscuras como siempre está en la noche, mientras trastabilleo. Rara vez encenderé una hoguera. Por mucho que necesitemos el calor, no quiero correr el riesgo de llamar la atención. Pero esta noche es diferente: Bree tiene que ponerse bien, tanto física como emocionalmente, y sé que una hoguera hará que lo logre. También me siento más abierta a ser audaz, teniendo en cuenta que vamos a mudarnos de aquí mañana.

      Cruzo la habitación hasta el armario y saco una vela y un encendedor. Una de las mejores cosas de este lugar era su enorme alijo de velas, una de las pocas buenas consecuencias de que mi padre fuera un infante de marina, por ser un fanático de la supervivencia. Cuando de niñas veníamos de visita, la electricidad se iba durante cada tormenta, por lo que él había almacenado