Gobernante, Rival, Exiliado . Морган Райс

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Название Gobernante, Rival, Exiliado
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия De Coronas y Gloria
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781640298699



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pensar en ello solo le hacía revivir el dolor.

      Aun así, usaría el dolor si tenía que hacerlo.

      —No, pero estoy segura de que planeas más —dijo Estefanía. Esta vez ni siquiera intentó parecer inocente—. Vas a disfrutar tanto intentando destrozarme como yo voy a disfrutar jugando contigo mientras lo haces. ¿No es esa la mitad de la diversión?

      Irrien la azotó de nuevo. Entonces Estefanía dejó que viera su desafío. Era evidente lo que él quería. Ella haría todo lo que tuviera que hacer para ligarlo a ella. Una vez lo hubiera hecho, no importaría lo que hubiera sufrido para llegar allí.

      —Te crees especial, ¿verdad? —dijo Irrien—. Eres solo una esclava.

      —Una esclava que tienes atada a tu trono —remarcó Estefanía con su voz más sensual—. Una esclava a la que evidentemente tienes pensado llevarte a la cama. Una esclava que podría ser mucho más. Una compañera. Conozco Delos como nadie más. ¿Por qué no admitirlo?

      Entonces Irrien se puso de pie.

      —Tienes razón. He cometido un error.

      Extendió los brazos, cogió sus cadenas y la liberó del trono. Por un instante, Estefanía tuvo la sensación de triunfo cuando él la levantó. Incluso aunque ahora fuera cruel con ella, aunque la arrastrara hasta sus aposentos y la arrojara reivindicando que era suya, estaba avanzando.

      Sin embargo, no fue allí donde la arrojó. La tiró contra el frío mármol y ella sintió su dureza bajo sus rodillas mientras patinaba hasta detenerse frente a uno de los tipos que había allí.

      La conmoción le golpeó más que el dolor. ¿Cómo podía hacer eso Irrien? ¿Ella no había sido todo lo que él podía desear? Al alzar la vista, Estefanía vio al hombre de túnica oscura mirándola con evidente desprecio.

      —Cometí el error de pensar que bien valías mi tiempo —dijo Irrien—. ¿Desea un sacrificio, padre? Llévesela. Sáquele la criatura y ofrézcala a los dioses en mi nombre. No mantendré vivo a un mocoso gimoteando mientras reclama este trono. Cuando acabes, arroja lo que quede de ella para que los carroñeros se la coman.

      Estefanía miró fijamente al sacerdote, después echó un vistazo a Irrien, sin apenas poder formar las palabras. Esto no podía estar sucediendo. No. Ella no lo permitiría.

      —Por favor —dijo—. Esto es ridículo. ¡Yo puedo hacer mucho más que esto por ti!

      Pero a ellos parecía no importarles. El pánico se apoderó de ella, junto con la conmoción de pensar que esto estaba sucediendo realmente. Iban a hacerlo de verdad.

      No. No, ¡no podían hacerlo!

      Gritó cuando el sacerdote le agarró los brazos. Otro la cogió por las piernas y se la llevaron entre los dos, mientras ella todavía forcejeaba. Irrien y los demás les siguieron, pero ahora mismo a Estefanía no le importaban. Solo le importaba una cosa:

      Iban a matar a su bebé.

      CAPÍTULO DOS

      Ceres todavía no podía creer que hubieran escapado. Estaba tumbada en la cubierta de la barca que habían robado y parecía imposible pensar que realmente estaban allí y no en una cantera de lucha debajo del castillo, esperando morir.

      Pero todavía no estaban a salvo. Una flecha que pasó volando por encima de sus cabezas lo dejó mucho más claro.

      Ceres miró por encima del barandal de la barca, intentando pensar en algo que pudiera hacer. Los arqueros disparaban desde la orilla, la mayoría de sus astas impactaban contra el agua alrededor de la barca, otras chocaban contra la madera y se quedaban vibrando hasta agotar la energía.

      —Tenemos que movernos más rápido —dijo Thanos, que estaba a su lado. Fue corriendo hacia una de las velas—. Ayúdame a levantarla.

      —No… todavía no —graznó una voz desde el otro lado de cubierta.

      Akila estaba allí tumbado y a Ceres le parecía que tenía un aspecto horrible. Solo unos minutos antes, tenía la espada de la Primera Piedra clavada y, ahora que Ceres se la había quitado, estaba perdiendo sangre de forma evidente. Aun así, consiguió levantar la cabeza y la miró con un apuro que era difícil de ignorar.

      —Todavía no —repitió—. Los barcos que rodean el puerto tienen nuestro viento, y una vela nos convertiría en un objetivo. Usad los remos.

      Ceres asintió y llamó a Thanos para que fuera hacia donde los combatientes que habían rescatado estaban remando. Era difícil encontrar un espacio en el que meterse al lado de aquellos hombres tan musculosos, pero consiguió apretujarse y contribuir con la poca fuerza que le quedaba a sus esfuerzos.

      Llegaron hasta la sombra de una galera amarrada y las flechas se detuvieron.

      —Ahora debemos ser astutos —dijo Ceres—. No pueden matarnos si no nos encuentran.

      Ella soltó su remo y los demás hicieron lo mismo durante uno o dos instantes, dejando que su barca fuera a la deriva con el oleaje de la otra barca más grande, imposible de ver desde la orilla.

      Esto le permitió un instante para acercarse a Akila. Hacía muy poco que Ceres lo conocía, pero todavía se sentía culpable por lo que le había sucedido. Había estado luchando por su causa cuando sufrió la herida que, incluso ahora, parecía una boca muy abierta en su costado.

      Sartes y Leyana estaban de rodillas a su lado, intentando detener la pérdida de sangre. Ceres se quedó sorprendida ante el buen trabajo que estaban haciendo. Supuso que la guerra había obligado a la gente a aprender todo tipo de habilidades que, de otro modo, no tendrían.

      —¿Saldrá de esta? —preguntó Ceres a su hermano.

      Sartes alzó la vista para mirarla. Tenía sangre en las manos. A su lado, Leyana estaba pálida por el esfuerzo.

      —No lo sé —dijo Sartes—. He visto muchas heridas de espada antes, y creo que esta no ha afectado a los órganos importantes, pero solo me baso en el hecho de que no ha muerto todavía.

      —Lo estás haciendo bien —dijo Leyana, alargando el brazo hasta tocar la mano de Sartes—. Pero nadie puede hacer gran cosa en una barca y necesitamos a un curandero de verdad.

      Ceres estaba contenta de que ella estuviera allí. Por lo poco que había visto de la chica hasta el momento, Leyana y su hermano parecían encajar bien el uno con el otro. Realmente, parecía que estaban haciendo un buen trabajo entre los dos para mantener a Akila con vida.

      —Te conseguiremos un curandero —prometió Ceres, aunque ahora mismo no estaba segura de poder mantener esta promesa—. Como sea.

      Ahora Thanos estaba en la proa de la barca. Ceres fue hacia él, con la esperanza de que él tuviera alguna idea más de cómo salir de allí. Ahora mismo, el puerto estaba lleno de barcas, la flota invasora parecía una ciudad flotante junto a la de verdad.

      —En Felldust era peor que esto —dijo Thanos—. Esta es la flota principal, pero todavía hay más barcas esperando para venir.

      —Esperando para destrozar el Imperio —supuso Ceres.

      No estaba segura de cómo se sentía por ello. Ella había estado trabajando para derribar al Imperio, pero esto… esto solo significaba que más gente sufriría. La gente común y los nobles por igual serían esclavizados a manos de los invasores, si no los mataban directamente. A estas alturas, también habrían encontrado a Estefanía. Seguramente, Ceres debería sentir cierta satisfacción por ello, pero costaba sentir otra cosa que no fuera alivio porque finalmente estaba fuera de sus vidas.

      —¿Te arrepientes de haber dejado atrás a Estefanía? —preguntó Ceres a Thanos.

      Alargó un brazo y la rodeó con él.

      —Me arrepiento de haber llegado hasta esto —dijo—. Pero después de todo lo que hizo… no, no me arrepiento. Merecía