Название | Héroe, Traidora, Hija |
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Автор произведения | Морган Райс |
Жанр | Героическая фантастика |
Серия | De Coronas y Gloria |
Издательство | Героическая фантастика |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781640299054 |
Por el momento, eso significaba que Ceres no podía morir, pero sí que podía sufrir.
Y lo haría.
CAPÍTULO CINCO
Ceres flotaba por encima de unas islas de piedra suave y una belleza tan exquisita que la hacían casi llorar. Reconoció la obra de los Antiguos y, al instante, se puso a pensar en su madre.
Entonces Ceres la vio, en algún lugar delante de ella, todavía vestida por una neblina. Ceres se puso a correr tras ella y vio que su madre se giraba, pero aún parecía que no iba suficientemente rápido tras ella.
Ahora había un hueco entre ellas y Ceres brincó, extendiendo su mano. Vio que su madre estiraba el brazo hacia ella y, tan solo por un momento, Ceres pensó que Licina la atraparía. Sus dedos se rozaron y entonces Ceres estaba cayendo.
Cayó en medio de una batalla y unos tipos daban vueltas a su alrededor. Los muertos estaban allí, al parecer sus muertes no les impedían luchar. Lord West luchaba al lado de Anka, Rexo al lado de un centenar de hombres que Ceres había matado en muchas peleas diferentes. Todos estaban alrededor de Ceres, luchando los unos contra los otros, luchando contra el mundo…
El Último Suspiro estaba allí frente a ella, el antiguo combatiente más oscuro y aterrador que nunca. Ceres saltó por encima del garrote con cuchillas que este empuñaba y estiró el brazo para convertirlo en piedra como había hecho antes.
Esta vez no sucedió nada. El Último Suspiró la golpeó, la tiró al suelo y se puso sobre ella victorioso, y ahora él era Estefanía, que sujetaba una botella en lugar de un garrote, los humos todavía punzantes en la nariz de Ceres.
Entonces despertó y la realidad no fue mejor que su sueño.
Al despertar, Ceres notó la dura piedra. Por un instante, pensó que quizás Estefanía la había dejado en el suelo de su habitación, o aún peor, que todavía podía estar encima de ella. Ceres se giró rápidamente, intentó ponerse de pie y continuar luchando, hasta que se dio cuenta de que no había espacio en el que hacerlo.
Ceres se obligaba a respirar lentamente, a reprimir el pánico que amenazaba con tragársela al ver las paredes de piedra a cada lado. Hasta que no alzó la vista y vio una reja de metal encima suyo, no se dio cuenta de que estaba en un hoyo y no enterrada con vida.
El hoyo apenas era lo suficientemente grande para poderse sentar. Y, desde luego, no había forma de poderse tumbar completamente. Ceres levantó los brazos, para examinar las barras de la reja que tenía encima y tiró hacia abajo para probar la fuerza que se necesitaba para doblarlas o romperlas.
No pasó nada.
Ahora, Ceres sentía que el pánico empezaba a crecer. Probó a extender el brazo de nuevo en busca de su poder, haciéndolo de forma suave, recordando cómo la había corregido su madre después de que Ceres hubiera agotado sus poderes intentando tomar la ciudad.
En algunos aspectos parecía lo mismo, pero diferente en muchos más. Antes, había sido como si los canales por los que fluía el poder se hubieran quemado hasta que dolieran demasiado para poder usarlos, dejando a Ceres vacía.
Ahora, parecía que ella era sencillamente normal, aunque eso parecía poco más que nada comparado con lo que había sido poco tiempo antes. Tampoco había ninguna duda de qué lo había provocado: Estefanía y su veneno. En algún lugar, de alguna manera, había encontrado un método para despojar a Ceres de los poderes que su sangre Antigua le daba.
Ceres notaba la diferencia entre esto y lo que había sucedido antes. Aquello había sido como una ceguera repentina: demasiado y demasiado pronto, desvaneciéndose lentamente con el cuidado adecuado. Esto era más parecido a que unos cuervos le sacaran las ojos.
De todas formas, volvió a alzar los brazos para coger las barras, con la esperanza de estar equivocada. Tiró, con toda la fuerza que pudo reunir para intentar moverlas. No cedían en lo más mínimo, incluso cuando Ceres tiró de ellas tan fuerte que las manos le sangraron contra el metal.
Gritó sorprendida cuando alguien tiró agua al hoyo y la dejó empapada y encogida contra la piedra del muro. Cuando Estefanía apareció ante su vista, de pie sobre la reja, Ceres intentó lanzarle una mirada fulminante para desafiarla, pero en aquel momento tenía demasiado frío y estaba demasiado mojada y débil para hacer cualquier cosa.
—Entonces el veneno funcionó —dijo Estefanía sin preámbulos—. Bueno, tenía que hacerlo. Pagué mucho por él.
Entonces Ceres vio que se tocaba la barriga, pero Estefanía continuó antes de que Ceres pudiera preguntar qué quería decir.
—¿Qué se siente cuando te han quitado la única cosa que te hacía especial? —preguntó Estefanía.
Como si hubieras podido volar, pero ahora apenas pudieras reptar. Pero Ceres no le iba a dar esa satisfacción.
—¿No hemos pasado por esto antes, Estefanía? —exigió ella—. Ya sabes cómo termina. Yo me escapo y te doy lo que mereces.
Entonces Estefanía le tiró otro cubo de agua y Ceres dio un brinco contra las barras. Escuchó reír a Estefanía entnces y aquello provocó la rabia de Ceres. Ahora mismo no le importaba no tener poderes. Aún tenía el entrenamiento de un combatiente y todavía tenía todo lo que había aprendido del Pueblo del Bosque. Si fuera necesario, estrangularía a Estefanía con sus propias manos.
—Mírate. Como el animal que eres —dijo Estefanía.
Aquello fue suficiente para que Ceres bajara un poco el ritmo, aunque solo fuera para no no ser lo que Estefanía quería que fuera.
—Deberías haberme matado cuando tuviste la ocasión —dijo Ceres.
—Quería hacerlo —respondió Estefanía—, pero las cosas no siempre van como queremos. Solo tienes que ver cómo os han ido las cosas a ti y a Thanos. O a mí y a Thanos. A fin de cuentas, yo soy la única que realmente está casada con él, ¿verdad?
Ceres tuvo que poner las manos contra la piedra de las paredes para evitar saltar de nuevo contra Estefanía.
—Si no hubiera escuchado los cuernos de guerra, te hubiera cortado el cuello —dijo Estefanía. Y después se me ocurrió que sería fácil recuperar el castillo. Y así lo hice.
Ceres negó con la cabeza. No podía creerlo.
—Liberé el castillo.
Ella había hecho más que eso. Lo había llenado de rebeldes. Había cogido a las personas que eran fieles al Imperio y las había encarcelado. A los demás, les había dado una oportunidad, había…
—Ah, estás empezando a verlo ahora, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Todas aquellas personas que tan rápidamente te agradecieron su libertad volvieron a mí con la misma rapidez. Tendré que vigilarlos.
—Tendrás que vigilar mucho más que eso —replicó Ceres—. ¿Piensas que los guerreros de la rebelión permitirán que te quedes aquí jugando a ser reina? ¿Crees que lo harán los combatientes?
—Ah —dijo Estefanía con una exagerada demostración de bochorno que hizo temer a Ceres lo que venía a continuación—. Me temo que tengo malas noticias sobre tus combatientes. Resulta que los mejores guerreros todavía mueren cuando les clavas una flecha en el corazón.
Lo dijo como si nada, de una forma tan burlona, que aunque solo fuera una verdad a medias, era suficiente para romperle el corazón a Ceres. Ella había luchado junto a los combatientes. Había entrenado junto a ellos. Habían sido sus amigos y sus aliados.
—Disfrutas siendo cruel —dijo Ceres.
Para su sorpresa, Estefanía dijo que no con la cabeza.