Una Razón Para Temer . Блейк Пирс

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Название Una Razón Para Temer
Автор произведения Блейк Пирс
Жанр Современные детективы
Серия Un Misterio de Avery Black
Издательство Современные детективы
Год выпуска 0
isbn 9781640298583



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DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDOS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

       CAPÍTULO VEINTINUEVE

       CAPÍTULO TREINTA

       CAPÍTULO TREINTA Y UNO

       CAPÍTULO TREINTA Y DOS

       CAPÍTULO TREINTA Y TRES

       CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

      PRÓLOGO

      Denice Napier tenía treinta y nueve años de edad y jamás había vivido un invierno tan frío como este. Aunque el frío realmente no la molestaba, el viento sí la inquietaba. Ella sintió una ráfaga de viento cruzar las orillas del río Charles mientras se encontraba sentada en una silla de lona, ​​mirando a sus niños patinar, y contuvo el aliento. Era mediados de enero, y la temperatura había estado terrible esta última semana y media.

      Sus hijos, más inteligentes de lo que querría admitir, sabían que tales temperaturas significaban que la mayoría del río Charles estaría congelado por completo. Por esa razón había ido al garaje a buscar los patines de hielo por primera vez este invierno esa mañana. Ató los cordones, afiló las cuchillas y preparó tres termos de chocolate caliente, uno para ella y uno para cada uno de sus hijos.

      Los estaba observando ahora, patinando de un lado a otro a una velocidad imprudente, pero hermosamente infantil. La sección a la que habían llegado, un tramo recto pero estrecho a través de una franja de bosque a dos kilómetros y medio de su casa, estaba totalmente congelada. Todo el tramo ocupaba unos seis metros. Denice había caminado sobre el hielo y había colocado pequeños conos color naranja, los que sus hijos utilizaban a veces para realizar ejercicios de fútbol, para mostrarles los límites.

      Sam, de nueve años de edad, y Stacy de doce, estaban riendo juntos y realmente disfrutando de la compañía del otro. Esto no era algo que sucedía muy a menudo, así que Denice estaba dispuesta a soportar el frío intenso.

      No eran los únicos niños que estaban patinando. Denice conocía a algunos de ellos, pero no lo suficientemente bien como para entablar una conversación con sus padres, quienes también estaban sentados cerca. La mayoría de los otros niños eran mayores, probablemente en octavo o noveno grado. Había tres niños jugando un juego muy desorganizado de hockey y otra niña practicando un giro.

      Denice miró su reloj. Decidió que estarían allí diez minutos más y luego se irían a casa. Tal vez se sentarían en frente a la chimenea y verían algo en Netflix. Tal vez incluso una de esas películas de superhéroes que Sam disfrutaba ahora.

      Sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito desgarrador. Miró hacia el hielo y vio que Stacy se había caído. Ella estaba gritando y mirando el hielo.

      Sus instintos maternales la invadieron en ese momento. Fractura en la pierna, tobillo torcido, conmoción cerebral...

      Ya había pensado en todos los escenarios posibles para cuando llegó al hielo. Se deslizó todo el camino. Sam también había patinado hacia ella y estaba mirando hacia abajo en el hielo. Pero Sam no estaba gritando. En realidad se veía congelado.

      “¿Stacy?”, dijo Denice, apenas capaz de oírse a sí misma sobre los gritos de Stacy. “Stacy, ¿qué pasa?”.

      “¿Mamá?”, dijo Sam. “¿Qué pasa?”.

      Confundida, Denice finalmente llegó al lugar donde estaba Stacy y se puso de rodillas a su lado. Parecía estar ilesa. Dejó de gritar una vez que su madre llegó a ella, pero ahora estaba temblando. También estaba señalando el hielo y tratando de abrir la boca para decir algo.

      “Stacy, ¿qué te pasa?”.

      Entonces Denice vio la forma bajo el hielo.

      Era una mujer. Su rostro estaba azul y sus ojos estaban bien abiertos. Miraba a través del hielo en un estado congelado de terror. Su pelo rubio estaba congelado y desordenado.

      El rostro que le devolvió la mirada, con ojos bien abiertos y piel pálida, la revisitaría en sus pesadilla durante muchos meses.

      Pero lo único que Denice pudo hacer en ese momento fue gritar.

      CAPÍTULO UNO

      Avery no podía recordar la última vez que había hecho compras de manera tan irresponsable. No estaba segura de cuánto dinero había gastado porque había dejado de prestarle atención a eso después de la segunda tienda. Ni siquiera había mirado los recibos. Rose estaba con ella y eso no tenía precio. Quizás se sentiría diferente cuando le llegara la factura, pero por ahora valía la pena.

      Con la evidencia de su extravagancia en pequeñas bolsas de tiendas a sus pies, Avery miró a Rose, sentada al otro lado de la mesa. Estaban en un café llamado Café Nero, ubicado en el Leather District de Boston. El café era exageradamente caro, pero era el mejor que Avery había probado en mucho tiempo.

      Rose estaba usando su teléfono, enviándole mensajes de texto a alguien. Esto normalmente enfurecería a Avery, pero estaba aprendiendo a dejar ir las cosas. Tenían que aprender a ceder para poder hacer su relación funcionar. Tuvo que recordarse a sí misma que se llevaban veintidós años y que Rose estaba convirtiéndose en una mujer en un mundo muy diferente en el que ella había crecido.

      Cuando Rose terminó de enviar su mensaje de texto, colocó el teléfono sobre la mesa y le dio una mirada pesarosa.

      “Lo siento”, dijo ella.

      “No te preocupes”, respondió Avery. “¿Me puedes decir con quién hablas?”.

      Rose pareció considerar esto por un momento. Avery sabía que Rose también estaba tratando de ceder para poder mejorar su relación. Aún no había decidido qué quería contarle a su madre de su vida personal y qué no.

      “Marcus”, dijo Rose en voz baja.

      “Ah. No sabía que aún estaban juntos”.

      “En realidad no. Bueno, no sé... Tal vez sí”.

      Avery sonrió, recordando la época en su vida en la que los hombres fueron confusos e intrigantes a la vez. “Bueno, ¿están saliendo?”.

      “Supongo que sí”, dijo Rose. No estaba hablando mucho, pero podía ver las mejillas de su hija ruborizándose.

      “¿Te trata bien?”, preguntó Avery.

      “Casi siempre. Solo queremos cosas diferentes. No tiene muchas metas que se diga. Anda vagando sin rumbo”.

      “Bueno,