Un Cielo De Hechizos . Морган Райс

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Название Un Cielo De Hechizos
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия El Anillo del Hechicero
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781632912862



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permaneció, congelado. Muerto.

      Thor jadeó mientras quitaba la mano flácida de su padre de su garganta,  jadeando y tosiendo, haciendo rodar el cadáver de su padre.

      Todo su cuerpo temblaba. Acababa de matar a su padre. No había pensado que fuera posible.

      Thor miró alrededor y vio a todos los guerreros, a ambos ejércitos, mirándolo en estado de shock. Thor sintió un tremendo calor correr a través de su cuerpo, como si un profundo cambio hubiese ocurrido dentro de él, como si hubiese destruido una parte maligna de sí mismo. Sintió que había cambiado, se sentía más ligero.

      Thor oyó un gran ruido en el cielo, como un trueno, y miró hacia arriba y vio una pequeña nube negra aparecer sobre el cadáver de Andrónico y un embudo de pequeñas sombras negras, como demonios, giraban hacia el suelo. Ellos se arremolinaban alrededor de su padre, abarcándolo, aullando, luego levantaron su cuerpo por lo alto, cada vez más y más arriba, hasta que desapareció en la nube. Thor vio esto, en estado de shock, y se preguntó a qué infierno podría ser arrastrado el alma de su padre.

      Thor miró hacia arriba y vio al ejército del Imperio frente a él, decenas y decenas de miles de hombres, con ojos de venganza. El Gran Andrónico estaba muerto. Aun así, sus hombres se quedaron ahí. Thor y los hombres del Anillo los seguían superando por cien a uno. Habían ganado la batalla, pero estaban a punto de perder la guerra.

      Erec y Kendrick y Srog y Bronson caminaron al lado de Thor, con las espadas desenvainadas, mientras enfrentaban juntos al Imperio. Los cuernos sonaban de arriba a abajo por la línea del Imperio, y Thor se preparó para enfrentar la batalla una última vez. Él sabía que no podrían ganar. Pero al menos todos morirían juntos, en un gran choque de gloria.

      CAPÍTULO SIETE

      Reece marchaba al lado de Selese, Illepra, Elden, Indra, O’Connor, Conven, Krog y Serna, los nueve caminaban hacia el Oeste, como habían hecho durante horas, desde que salieron del Cañón. Reece sabía que en algún lugar, su gente estaba en el horizonte y, vivos o muertos, estaban decididos a encontrarlos.

      Reece había quedado sorprendido cuando pasaron por una zona de destrucción, interminables campos de cadáveres, llenos de aves de rapiña, carbonizados por el soplido de los dragones. Había miles de cadáveres del Imperio alineados en el horizonte, algunos de ellos todavía sacaban humo. El humo de sus cuerpos llenaba el aire, el hedor insoportable de carne quemada impregnaba una tierra destruida. Quien no había sido asesinado por el soplido del dragón, había sido dañado en la batalla convencional contra el Imperio; los MacGil y los McCloud también yacían muertos, pueblos enteros habían sido destruidos, había montones de escombros por todas partes. Reece meneó la cabeza: esta tierra, que había sido tan abundante, ahora había sido devastada por la guerra.

      Desde que habían salido del Cañón, Reece y los demás estaban decididos a volver a casa, a regresar al lado MacGil del Anillo. Incapaces de encontrar caballos, había marchado todo el camino hacia el lado de McCloud, hasta las tierras altas, por el otro lado, y, finalmente, avanzaron a través del territorio MacGil, pasando nada más que ruinas y devastación. Desde el aspecto de la tierra, los dragones habían ayudado a destruir a las tropas del Imperio, y por eso, Reece estaba agradecido. Pero Reece todavía no sabía en qué estado podría encontrar a su propio pueblo. ¿Todo el mundo estaba muerto en el Anillo? Hasta ahora, parecía ser así. Reece estaba deseando averiguar si todo el mundo estaba bien.

      Cada vez que llegaban a un campo de batalla de muertos y heridos, los que no estaban quemados por las llamas de los dragones, Illepra y Selese iban de cadáver en cadáver, dándoles vuelta, revisándolos. No sólo eran impulsadas por sus profesiones, sino que Illepra también tenía otro objetivo en mente: encontrar al hermano de Reece. A Godfrey. Era una meta compartida por Reece.

      "Él no está aquí", anunció Illepra una vez más, al estar parada, habiendo volteado hasta el último cadáver de este campo, con su cara de decepción.

      Reece podría decir cuánto se preocupaba Illepra por su hermano, y se sentía conmovido. También Reece tenía la esperanza de que estuviera bien y entre los vivos – pero por el aspecto de estos miles de cadáveres, tenía el presentimiento de que no era así.

      Siguieron adelante, caminando sobre otro campo rodante, otra serie de colinas y al hacerlo, vieron otro campo de batalla en el horizonte, con miles de cadáveres más. Se dirigieron a él.

      Mientras caminaban, Illepra lloraba en silencio. Selese puso una mano en su muñeca.

      "Está vivo", Selese la tranquilizó. No te preocupes”.

      Reece se acercó y colocó una mano reconfortante en su hombro, sintiendo compasión por ella.

      "Si hay algo que sé de mi hermano", dijo Reece, "es que es un sobreviviente. Él encuentra una manera de salir de todo. Incluso de la muerte. Te lo prometo. Es más probable que Godfrey esté en una taberna en algún lugar, emborrachándose".

      Illepra rio a través de sus lágrimas y las secó.

      "Eso espero", dijo ella. "Por primera vez, realmente espero que así sea".

      Continuaron su marcha sombría, silenciosamente a través de la tierra baldía, cada uno perdido en sus pensamientos. Las imágenes del Cañón vinieron a la mente de Reece; no podía evitarlas. Pensó en lo desesperada que su situación había sido y estaba lleno de gratitud hacia Selese; si ella no hubiera aparecido cuando lo hizo, seguirían estando ahí abajo y seguramente todos habrían muerto.

      Reece extendió el brazo y tomó la mano de Selese y sonrió, mientras caminaban con las manos entrelazadas. Reece estaba conmovido por el amor de ella y la devoción que le tenía, por su voluntad para cruzar toda la campiña, solo para salvarlo. Sintió un abrumador torrente de amor por ella, y no podía esperar a tener un momento a solas para podérselo expresar. Ya había decidido que quería estar con ella para siempre. Sentía una lealtad hacia ella, como nunca había sentido por nadie, y en cuanto tuvieran un momento, prometió ofrecerle matrimonio. Le daría el anillo de su madre, el que su madre le había dado para entregarlo al amor de su vida, cuando la encontrara.

      "No puedo creer que hayas cruzado el Anillo solamente por mí", le dijo Reece.

      Ella sonrió.

      "No estuvo tan lejos", dijo.

      "¿Que no estuvo lejos?", preguntó él. "Pusiste tu vida en peligro para cruzar un país devastado por la guerra. Estoy en deuda contigo. Más allá de lo que puedo decir".

      "No me debes nada. Estoy contenta de que estés vivo".

      "Todos estamos en deuda contigo", intervino Elden. "Nos salvaste a todos. Todos nos habríamos quedado atrapados allá, en las entrañas del Cañón, para siempre".

      "Hablando de deudas, tengo que hablar de una contigo", dijo Krog a Reece, acercándose a él, renqueando. Desde que Illepra había entablillado su pierna en la parte superior del Cañón, Krog al menos había sido capaz de caminar por sí mismo, aunque fuera con rigidez.

      "Me salvaste allá abajo y más de una vez", continuó diciendo Krog. "Fue bastante tonto de tu parte, si me lo preguntas. Pero de todos modos lo hiciste. Pero no creas que estoy en deuda contigo".

      Reece meneó la cabeza, tomado desprevenido por la severidad de Krog y su torpe intento de darle las gracias.

      "No sé si estás tratando de insultarme, o tratando de darme las gracias", dijo Reece.

      "Tengo mi manera de hacerlo", dijo Krog. "De ahora en adelante, cuidaré tus espaldas. No porque me agrades, sino porque creo que eso es lo que debo hacer".

      Reece meneó la cabeza, perplejo como siempre, por Krog.

      "No te preocupes", dijo Reece. "Tú tampoco me agradas".

      Todos continuaron su marcha, todos ellos relajados, contentos de estar vivos, de estar por encima del suelo, de volver a estar en este lado del Anillo – todos excepto Conven, que caminaba en silencio, alejado de los demás, ensimismado, como había estado desde la muerte de su hermano gemelo en el Imperio. Nada, ni escapar de la muerte, parecía alejarlo de ello.

      Reece