Jurada . Морган Райс

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Название Jurada
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия Diario de un Vampiro
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781632911650



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otro caballero. "Esa es la verdadera pregunta."

      "¿Pues, voy a hacerme inmortal", contestó el rey, rompiendo en una carcajada.

      "Para eso no es necesario el Santo Grial", dijo otro caballero. "Todo lo que necesitas es ser convertido."

      De repente, un silencio tenso cayó sobre la mesa. Era evidente que este caballero había hablado demasiado y había cruzado una línea mencionando algo que era un tabú. Bajó la cabeza avergonzado reconociendo su error.

      Caitlin vio cómo repentinamente McCleod oscurecía su expresión y, en ese momento, se dio cuenta de que desesperadamente quería ser convertido. Y que estaba profundamente resentido con la cofradía de Aiden por no permitírselo. Este caballero había planteado un punto delicado que ponía en tensión a las dos razas.

      "¿Y cómo es?", preguntó el rey en voz alta, dirigiendo, por alguna razón, su pregunta a Caitlin. “¿La inmortalidad?"

      Caitlin se preguntó por qué, de todos los vampiros en la habitación, le tuvo que preguntar a ella. ¿Cómo era? ¿Qué podía decir? Por un lado, le encantaba la inmortalidad, le encantaba vivir en todos estos tiempos y lugares, ver a su familia y amigos una y otra vez. Por otra parte, algunas partes de ella deseaba tener una vida normal, simple, que su vida tuviera un curso normal. Por encima de todo, le   sorprendía lo breve que parecía la inmortalidad: por un lado, se sentía como que se vivía para siempre pero, por otro lado, parecía que nunca había suficiente tiempo.

      "No se siente tan permanente como se podría imaginar."

      El resto de la mesa asintió en señal de aprobación a su respuesta.

      De repente, McCleod se levantó de su silla. Todos los demás se levantaron también.

      Mientras este extraño intercambio daba vueltas en la cabeza de Caitliny ella se  preguntaba si lo había molestado, de repente sintió la presencia del rey cerca de ella. Se dio vuelta, él estaba de pie a su lado.

      “Eres muy sabia a pesar de tu edad", dijo. "Ven conmigo. Y también tus amigos. Quiero mostrarte algo. Algo que te ha estado esperando desde hace mucho tiempo".

      Caitlin se sorprendió. No tenía idea de lo que podría ser.

      McCleod se volvió y se pavoneó por el pasillo, mientras Caitlin y Caleb, así como Sam y Polly, se levantaron y lo siguieron. Se miraron el uno al otro con asombro.

      Cruzaron el amplio piso de piedra siguiendo al rey a través de la enorme sala y por una puerta lateral, mientras los caballeros alrededor de la mesa se sentaron y reanudaron su comida.

      McCleod caminó en silencio, pavoneándose por un estrecho pasillo iluminado por antorchas mientras Caitlin, Caleb, Sam y Polly lo seguían. Los antiguos pasillos de piedra daban vueltas y giraban, y los condujeron a una escalera.

      McCleod tomó una antorcha de la pared y los guió por una escalera hacia la total oscuridad. Mientras caminaban, Caitlin empezó a preguntarse a dónde los estaba conduciendo. ¿Qué quería mostrarles? ¿Una antigua arma de algún tipo?

      Finalmente, llegaron a un nivel subterráneo bien iluminado por antorchas, y Caitlin se sorprendió ante lo que vio. El techo abovedado brillaba . Caitlin vio imágenes ilustradas de Cristo, los Caballeros, escenas de la Biblia, mezclados con diversos signos y símbolos extraños. El piso era de una piedra antigua y se veía muy gastado, Caitlin no pudo evitar sentir que había  entrado a la cámara del tesoro secreto.

      El corazón de Caitlin empezó a latir más rápidamente al sentir que algo importante se avecinaba. Se apresuró para alcanzar al Rey.

      “Ha sido la bóveda del tesoro del clan McCleod durante mil años. Aquí tenemos nuestro tesoro más sagrado, armas y posesiones. Pero hay una posesión que es más valiosa y más sagrada que todas las demás.”

      Se detuvo y se volvió hacia ella.

      "Es un tesoro que hemos estado guardando para ti."

      Se dio vuelta y, cuando tomó una antorcha de una pared lateral, de repente, en la pared se abrió una puerta oculta en la piedra. Caitlin estaba asombrada: no se había imaginado de que algo así estuviera allí.

      McCleod se volvió y los condujo por otro pasillo que daba vueltas y vueltas. Finalmente, llegaron a una pequeña sala. Ante ellos, había un trono sobre el que había un único objeto: un pequeño cofre enjoyado. La luz de la antorcha parpadeó sobre el cofre iluminándolo, con cautela McCleod se agachó y lo tomó.

      Lentamente, levantó la tapa. Caitlin no lo podía creer.

      Allí, en el interior del cofre, había una pieza de pergamino antiguo, desteñido, de color antiguo, arrugado y partido a la mitad. Estaba cubierto con una antigua escritura a mano, era una escritura delicada, en un idioma que Caitlin no reconoció. A lo largo de sus bordes había letras multicolores, dibujos y símbolos y, en su centro, había un dibujo semi-circular. Pero, dado que estaba partido a la mitad, Caitlin no podía entender qué era.

      “Es para ti", él dijo, con cautela levantándolo y dándoselo.

      Caitlin sostuvo el pedazo de pergamino roto, que se arrugaba en sus manos, y lo alzó a la luz de las antorchas. Era una página rasgada, tal vez de un libro. Con toda su delicada simbología, parecía una obra de arte en sí mismo.

      "Es la página que falta del Libro Sagrado", explicó McCleod. "Cuando encuentres el libro, la página estará completa. Y cuando lo esté, encontrarás la reliquia que todos estamos buscando.”

      Se volvió y la miró.

      "El Santo Grial."

      CAPÍTULO SIETE

      Caitlin se sentó en su enorme recámara en el Castillo de Dunvegan frente a un escritorio, mirando por la ventana el cielo del atardecer. Examinó la página rasgada que McCleod le había dado, levantándola contra la luz. Lentamente, pasó los dedos sobre las letras latinas en relieve. Se veían y se sentían antiguas. Toda la página estaba muy bella e intrincadamente diseñada, y ella se maravilló de los colores intrincados en los bordes del papel. En aquel entonces, se dio cuenta, se hacían libros que eran obras de arte en sí mismas.

      Caleb yacía sobre su cama, mientras Scarlet y Ruth estaban tendidas sobre una pila de pieles frente a la chimenea en el lado opuesto de la habitación. Esta habitación era tan grande que, incluso con todos ellos allí, Caitlin podía sentirse  sola con sus pensamientos. En la habitación contigua, sabía, estaban Sam y Polly. Había sido un largo día y una larga fiesta con la cofradía de Aiden y los hombres del rey, y todos estaban preparándose para pasar la noche.

      Caitlin no podía dejar de pensar en la página rasgada, la pista, a donde podría llevarla, y si encontraría la cuarta llave. ¿Su padre estará allí esta vez? ¿Él la estaría esperando, muy cerca? El corazón le latía muy rápidamente al pensar en él. ¿Significaba que finalmente encontraría el escudo? ¿Que todo esto habría terminado? ¿Y qué iba a hacer entonces? ¿A dónde iría?

      Eran demasiadas preguntas para que las pudiera pensar todas al mismo tiempo. Sentía que tenía que concentrarse en la pista frente a ella, y dar un paso a la vez. Pensó en lo que le había dicho McCleod sobre el Santo Grial. Que él y sus hombres habían dedicado sus vidas buscándolo. Esa leyenda decía que una mujer llegaría y los conduciría hasta él. McCleod creía que ella, Caitlin, era esa mujer. Razón por la cual le había dado su pista tan preciada, la antigua hoja de papel.

      Pero Caitlin no estaba tan segura. ¿Era el grial sólo un mito? ¿O era real? Y ¿cómo se conectaba con su búsqueda?

      Caitlin no sabía a dónde podría conducir todo esto pero, al reflexionar, se dio cuenta de que, una vez más, había encontrado por fin un lugar, en este castillo, con estas personas, donde experimentaba una sensación de paz y comodidad. Se sentía como en casa en Skye, en este castillo, con este rey, con sus caballeros, y por supuesto, de vuelta con la cofradía de Aiden. Estaba encantada de estar con Caleb, Scarlet, Sam y Polly. Sentía que todo en el mundo de nuevo estaba bien. Hacía frío y viento pero, con el fuego en su chimenea, se sentía acogedor