Arena Dos . Морган Райс

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Название Arena Dos
Автор произведения Морган Райс
Жанр Героическая фантастика
Серия Trilogía De Supervivencia
Издательство Героическая фантастика
Год выпуска 0
isbn 9781632910011



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mar, a veces se les entierra ahí.  Es un entierro con honor. A Sasha le encantaba el río.  Estoy segura de que será feliz ahí.  Podemos llevárnosla y enterrarla ahí. ¿Te parece bien?”.

      Mi corazón late con fuerza, en espera de la respuesta. Se nos acaba el tiempo y sé cuán instransigente puede llegar a ser Bree cuando algo significa mucho para ella.

      Para alivio mío, asienta con la cabeza.

      “De acuerdo”, dice. “Pero yo la llevo”.

      “Creo que es muy pesada para ti”.

      “No me iré, a menos que yo la cargue”, dice ella, con los ojos brillando con determinación, mientras se levanta, me mira a la cara, con las manos en sus caderas. Me doy cuenta en su mirada, que no permitirá que sea de otra manera.

      “De acuerdo”, le digo. “Puedes llevarla”.

      Entre las dos levantamos a Sasha del suelo, y después exploro rápidamente la casa en busca de cualquier cosa que podamos rescatar. Me apresuro a acercame al cadáver del tratante de esclavos, le quito los pantalones, y al hacerlo, siento algo en su bolsillo trasero. Me da gusto descubrir algo voluminoso y metálico en el interior.  Saco una pequeña navaja automática. Me alegra tenerla y la meto a mi bolsillo.

      Reviso rápidamente el resto de la casa, yendo apresuradamente de una habitación a otra, buscando cualquier cosa que nos pueda ser útil. Encuentro algunos viejos sacos de yute vacíos  y los llevo todos.  Abro uno y pongo adentro el libro favorito de Bree, El Árbol Generoso, y mi ejemplar de El Señor de las Moscas. Corro hacia el armario, tomo el resto de las velas y fósforos y los pongo adentro.

      Corro a la cocina y voy al garaje, las puertas están abiertas desde que los tratantes de esclavos allanaron la casa. Espero ansiosamente que no hayan tenido tiempo de buscar en la parte posterior, más a fondo en el garaje, su caja de herramientas. La escondí bien, en un hueco en la pared, y me apresuro a ir atrás y me siento aliviada al ver que sigue ahí. Es demasiado pesada para llevar toda la caja de herramientas, por lo que rebusco en ella y elijo lo que pueda ser de utilidad. Tomo un pequeño martillo, un destornillador, una cajita de clavos. Encuentro una linterna, con batería en su interior.  La pruebo y funciona.  Tomo un juego de alicates, una llave inglesa y la cierro y me preparo para salir.

      Cuando estoy a punto de salir corriendo, algo llama mi atención, en lo alto de la pared. Es una tirolina grande, fruncida, atada cuidadosamente y colgando de un gancho. La había olvidado. Años atrás, papá compró esta tirolina y la ató entre los árboles, pensando en que podríamos divertirnos. La usamos una vez y nunca más, y después la colgó en el garaje. Viéndola ahora, pienso que podría ser valiosa. Subo al banco de herramientas, levanto la mano y la bajo, colgándola sobre mi hombro y con mi saco de yute en el otro.

      Salgo rápidamente del garaje y vuelvo a la casa y Bree está ahí parada, sosteniendo a Sasha con ambos brazos, mirándola.

      “Estoy lista”, dice ella.

      Salimos apresuradamente por la puerta principal y Logan se vuelve y ve a Sasha.  Mueve la cabeza negando.

      “¿A dónde la llevan?”, pregunta.

      “Al río”, digo yo.

      Él mueve la cabeza en señal de desaprobación.

      “El reloj sigue caminando”, dice. “Quedan 15 minutos, antes de regresar. ¿Dónde está la comida?”

      “Aquí no está”, le digo. “Tenemos que ir más arriba, a una cabaña que encontré.  Podemos hacerlo en 15 minutos”.

      Camino con Bree hacia el camión y meto la tirolina y la bolsa en la parte trasera. Conservo los sacos vacíos, sabiendo que los necesitaré para llevar la comida.

      “¿Para qué es esa cuerda?”, pregunta Logan, caminando detrás de nosotras. “No vamos a necesitarla”.

      “Nunca se sabe”, le digo.

      Volteo, pongo un brazo alrededor de Bree, quien todavía se queda mirando a Sasha, y la parto, mirando hacia la montaña.

      “Andando”, le digo a Logan.

      De mala gana, se vuelve y camina con nosotras.

      Los tres caminamos hacia la montaña, el viento sopla cada vez más fuerte y frío.  Miro con preocupación el cielo; está oscureciendo más rápido de lo que pensé. Sé que Logan tiene razón: tenemos que estar de vuelta en el río al caer la noche.

      Y ya que tenemos encima la puesta del sol, me siento cada vez más preocupada.  Pero también sé que tenemos que conseguir la comida.

      Los tres subimos arduamente la ladera de la montaña, y finalmente llegamos al claro de la cima, mientras una fuerte ráfaga me golpea la cara. Está haciendo más frío y oscurece rápidamente.

      Rememoro mis pasos a la cabaña, la nieve es más espesa aquí; siento que me perfora las botas a medida que avanzo.  La veo, todavía oculta, cubierta de nieve, sigue estando bien oculta y manteniendo el anonimato más que nunca.  Me apresuro hacia ella y abro con fuerza la puerta. Logan y Bree están detrás de mí.

      “Qué buen descubrimiento”, dice, y por primera vez escucho admiración en su voz. “Está bien escondida.  Me gusta.  Casi es suficiente para querer quedarme aquí—si los tratantes de esclavos no nos estuvieran persiguiendo y si tuviéramos un suministro de alimentos”.

      “Lo sé”, le digo, mientras entro a la pequeña casa.

      “Es hermosa”, dice Bree. “¿Esta es la casa a la que nos íbamos a mudar?”.

      Volteo a verla, sintiéndome mal.  Asiento con la cabeza.

      “Será en otra ocasión, ¿de acuerdo?”.

      Ella entiende.  Tampoco está ansiosa por esperar a los tratantes de esclavos.

      Entro apresuradamente y abro la puerta de la trampilla y bajo la escalera empinada. Está oscuro aquí y palpo mi camino. Extiendo la mano y toco una fila de envases, tintineando al tocarlos.  Son los tarros.  No pierdo tiempo. Saco mis bolsas y las lleno lo más rápidamente posible con los tarros. Apenas puedo descrifrarlos ya que la bolsa se pone pesada, pero recuerdo que había mermelada de frambuesas, de zarzamora, pepinillos, pepinos. Lleno la bolsa lo más que puedo y luego levanto la mano y se lo entrego en la escalera a Logan.  Él la sujeta y yo lleno tres más.

      Saco todo lo que está en la pared.

      “Ya no más”, dice Logan. “No podría cargarla. Y está oscureciendo. Tenemos que irnos”.

      Ahora habla con más respeto en su voz.  Obviamente, está impresionado con el alijo que encontré, y por fin reconoce lo mucho que necesitábamos que viniera.

      Me ofrece la mano pero yo subo sola la escalera, no necesitando su ayuda y todavía ofendida por su actitud anterior.

      Estando otra vez en la cabaña, sujeto dos de los pesados sacos mientras Logan toma los demás. Los tres nos apresuramos para salir de la cabaña y rápidamente retomamos nuestros pasos para bajar por el sendero empinado. En cuestión de minutos estamos de regreso en el camión y me siento aliviada al ver que todo sigue ahí.  Veo al horizonte y no hay señal de actividad en algún lugar de la montaña ni en el valle distante.

      Subimos al camión, doy vuelta a la marcha, feliz de que arranque, y despegamos hacia el sendero. Tenemos comida, víveres, a nuestra perrita y pude decir adiós a la casa de mi papá.  Me siento satisfecha.  Siento que Bree, que está sentada junto a mí, también está satisfecha.  Logan mira afuera de la ventanilla, perdido en su propio mundo, pero no puedo evitar sentir que él piensa que tomamos la decisión correcta.

*

      El viaje de regreso a la montaña no tuvo incidentes, los frenos de este viejo camión funcionan bien, para mi sorpresa. En algunos lugares, donde está muy empinado, es más un deslizamiento controlado que un frenado, pero en unos minutos habremos salido de lo peor, y volveremos a la estable Ruta 23, rumbo al Este. Tomamos velocidad, y por primera vez en mucho tiempo, me siento optimista.  Tenemos algunas herramientas valiosas y suficiente comida para varios días.  Me siento bien,  realizada,