Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons

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Название Doce hábitos para un matrimonio saludable
Автор произведения Richard P. Fitzgibbons
Жанр
Серия Claves
Издательство
Год выпуска 0
isbn 9788432153198



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el matrimonio y desviarse injustamente contra el ser más querido: el cónyuge.

      La ira nace también de las decepciones y tensiones vividas dentro del propio matrimonio. En la relación conyugal sus causas pueden ser la soledad, la falta de afecto, una comunicación escasa, las conductas egoístas y controladoras y la ansiedad. Existen otras causas posibles como el sentimiento exagerado de responsabilidad, el estrés laboral, la falta de equilibrio vital, los celos, los conflictos con los suegros, unas expectativas desproporcionadas, el abuso de sustancias, las conductas desafiantes de los hijos, las dificultades económicas, la falta de sueño y la enfermedad de uno mismo o de otro miembro de la familia. La ira desmedida puede nacer también del orgullo y llevar a los esposos a sobrerreaccionar frente a la más mínima tensión o contratiempo. Por último, algunos esposos se sorprenden cuando descubren que su ira está relacionada con el síndrome posaborto.

      Tres métodos de gestión de la ira

      La señal que mueve a una persona a resolver una injusticia suele ser la ira. Pensemos, por ejemplo, en alguien que presencia cómo un hombre le roba la cartera a una mujer. En una situación como esta, la ira es la respuesta adecuada del testigo y lo que lo mueve a salir detrás del ladrón (y a avisar a la policía).

      No obstante, buena parte de la ira que se experimenta dentro del matrimonio no está suscitada por injusticias reales, sino por tensiones y contratiempos menores. En ese caso, existen tres opciones básicas para gestionar una emoción tan compleja y poderosa como esta: (1) negarla, (2) expresarla activa o pasivamente, o (3) perdonar lo que se ha percibido como algo doloroso. En la vida matrimonial el medio más eficaz para disminuir y controlar la ira es el perdón. Solo el perdón es capaz de resolver la ira causada por las decepciones del pasado que la mayoría de los cónyuges aportan inconscientemente al matrimonio.

      Negación

      Durante la infancia el método psicológico más habitual para gestionar la ira es la negación, que en muchas personas se prolonga hasta la vida adulta. Entre las numerosas razones de esa negación se incluyen la necesidad de idealizar a los padres, los hermanos o los iguales; no saber cómo resolver la ira mediante el empleo del perdón; los miedos y las inseguridades a la hora de expresarla; el sentimiento de vergüenza; el temor a la tristeza asociada a la ira; el deseo de mantener una vida familiar agradable y pacífica; y la lealtad a los propios padres. En el caso de los niños, la relación mayoritariamente afectada por esa negación es la relación padre-hijo. Los principales motivos son el temor a una respuesta airada por parte del padre o a aumentar la distancia entre los dos.

      Con el paso del tiempo, algunos de los daños que genera recurrir a la negación para gestionar la ira son tristeza, ansiedad, inseguridad e incluso el aumento de la misma ira que se está negando. No admitirla ni resolverla lleva a desviarla injustamente contra los hermanos, los padres y los iguales y, finalmente, contra el cónyuge y los hijos. Esta dinámica psicológica es la principal causa de la ira desproporcionada dentro de la vida matrimonial.

      La mejor manera de superar la negación no consiste en expresar la ira contra el otro —que suele ser la recomendación más frecuente—, algo que genera aún más tensión tanto en la persona colérica como en su entorno. Es mucho más beneficioso pensar: «Quiero superar mi posible situación de negación explorando la necesidad del perdón. ¿Tengo que perdonar a un padre, a un hermano o a algún igual que me ha hecho daño en el pasado? ¿Tengo que perdonar a mi cónyuge aquí y ahora?».

      Expresión

      Por desgracia, muchos esposos creen que el mejor modo de gestionar la ira consiste en expresarla. Algunos se ven animados a ello por la idea —carente de demostración psicológica— de que desahogarse es algo saludable. Este enfoque suele contar con el apoyo de la familia, los amigos y los libros de autoayuda, e incluso de un número considerable de profesionales de la salud mental. Lo cierto es que los esposos no son conscientes de los graves peligros que entraña dar rienda suelta a sus sentimientos de ira.

      Desde el punto de vista psicológico, la realidad es que la mayoría de los esposos no saben cómo expresar la ira del modo adecuado, porque han aportado al matrimonio demasiada ira inconsciente y encubierta. La mayoría ignora las graves heridas que puede dejar sufrir la ira de la persona en quien más se confía y a la que más se quiere. La expresión de la ira entre los esposos, además de disminuir la confianza, afecta al sentimiento amoroso. Por otra parte, ni resuelve del todo esa emoción ni ayuda a solucionar los conflictos matrimoniales.

      El empleo del perdón, sin embargo, sí resuelve la ira provocada por las heridas del presente y del pasado, y reduce la tensión matrimonial. El perdón ayuda a eliminar las explosiones de ira. El camino hacia el perdón se inicia detectando sus formas de expresión: tanto las directas como las indirectas, es decir, las formas pasivo-agresivas o encubiertas. La lista siguiente puede ayudar a identificar los tipos de ira activa y pasivo-agresiva que se dan dentro del matrimonio:

      Activa

       Falta de respeto

       Exceso de disputas

       Irritabilidad

       Decepciones frecuentes

       Susceptibilidad

       Comunicación y crítica negativas

       Descortesía

      Pasivo-agresiva

       Trato frío y silencioso

       Conductas irresponsables

       Represión del afecto y las expresiones de amor

       Desaliño o descuido —del hogar o personal— deliberados

       Comportamiento no colaborativo

       Falta de apoyo

      Una vez identificadas las formas de expresión de la ira, los esposos pueden recurrir al método para gestionar esa emoción: el perdón.

      Perdón

      El perdón implica sacar a la luz la ira generada en la familia de origen, en relaciones anteriores y en el propio matrimonio para, a continuación, decidirse a trabajar en liberarla sin dirigirla contra el cónyuge, los hijos u otras personas. También implica optar por perdonar de inmediato, aquí y ahora, a la persona que la ha provocado. La terapia del perdón para disminuir y resolver el daño causado por una ira desproporcionada[3] es un método psicológicamente probado.

      El perdón produce muchos beneficios. Ayuda al individuo a olvidar las experiencias dolorosas del pasado y a liberarlo del sutil control de las personas y los acontecimientos. Facilita la reconciliación entre los esposos y entre estos y otros miembros de la familia, y disminuye la probabilidad de cometer la injusticia de desviarla dentro del hogar. Los estudios de mi colega el Dr. Robert Enright han puesto de relieve lo que se observa a diario en la práctica clínica: el perdón aumenta la confianza, ayuda a resolver los sentimientos de tristeza y ansiedad[4] y evita su recurrencia.

      El proceso de perdón

      Aunque el perdón es el método más eficaz para adquirir el control sobre una emoción tan intensa como la ira, no es algo que se produzca de forma natural ni con facilidad. Después de descubrir los orígenes más profundos de una ira que, en muchas ocasiones, o bien se niega o bien es inconsciente, y después de intentar comprender la trayectoria vital y las relaciones que la persona causante del daño ha vivido en el pasado, aún queda trabajar el perdón.

      Los esposos inician ese proceso explorando las experiencias negativas de la infancia en la relación con sus padres o con otras personas. Los dos deben identificar cuál de sus progenitores los ha defraudado más. A ambos cónyuges les resultará útil intentar comprender las relaciones parentales del otro. Simultáneamente a este proceso de descubrimiento, la pareja va cobrando conciencia de que en la mayoría de los casos la causa de las conductas del cónyuge reside en los daños emocionales provocados en el pasado por los padres o por otras personas, o bien en la imitación de las debilidades del carácter de los padres. Fijarse en el pasado para entender el presente suele llevar a constatar que, por lo general, las heridas que causa otra persona no son deliberadas.