Las parábolas del Evangelio. San Gregorio Magno

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Название Las parábolas del Evangelio
Автор произведения San Gregorio Magno
Жанр Документальная литература
Серия Neblí
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788432160622



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Ps 64, 3.

      PARÁBOLA DE LOS JORNALEROS ENVIADOS A LA VIÑA

      El Reino de los Cielos es semejante a un amo que salió al amanecer a contratar obreros para su viña. Después de haber convenido con los obreros en un denario al día, los envió en su viña. Salió también hacia la hora de tercia y vio a otros que estaban en la plaza parados, y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo. Ellos marcharon. De nuevo salió hacia la hora de sexta y nona e hizo lo mismo. Hacia la hora undécima volvió a salir y todavía encontró a otros parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí todo el día ociosos? Le contestaron: Porque nadie nos ha contratado. Les dijo: Id también vosotros a mi viña. A la caída de la tarde dijo el amo de la viña a su administrador: Llama a los obreros y dales el jornal empezando por los últimos hasta llegar a los primeros. Vinieron los de la hora undécima y percibieron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaban que cobrarían más, pero también ellos recibieron un denario cada uno. Cuando lo tomaron murmuraban contra el amo, diciendo: A estos últimos que han trabajado solo una hora los has equiparado a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor. Él respondió a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conveniste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete; quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán primeros y los primeros últimos (Mt 20, 1-16).

      La exposición del Santo Evangelio que acabáis de oír necesita muchas explicaciones, que procuraré tratar con la mayor brevedad posible para no ser muy prolijo, ni tampoco molestar mucho vuestra atención. El reino de los cielos se dice que es semejante a un padre de familia que lleva obreros para cultivar su viña. ¿Quién con mayor razón es designado por el padre de familia, sino nuestro Creador, que rige y gobierna a todos cuantos ha criado y de tal manera es dueño de sus elegidos en ese mundo, como un amo de los criados de su casa? Él es el dueño de la viña, esto es, de la Iglesia universal, la cual desde el justo Abel hasta el último justo que ha de nacer al fin del mundo, ha producido en todos sus santos como otros tantos sarmientos. Este padre de familia lleva obreros para cultivar su viña a primera hora, a la hora de tercia, a la de sexta, a la de nona y a la undécima; porque no ha dejado de enviar predicadores para instruir a los fieles desde el principio del mundo hasta el fin. La primera hora del mundo fue desde Adán hasta Noé; la hora tercia desde Noé hasta Abrahán; la hora sexta desde Abrahán hasta Moisés; la nona desde Moisés hasta la venida de Jesucristo y la undécima desde la venida de Jesucristo hasta el fin del mundo. En esta hora fueron enviados como predicadores los santos apóstoles, que llegando tarde alcanzaron salario completo. El Señor no ha dejado en ningún tiempo de mandar obreros para instruir a los fieles, esto es, para cultivar su viña, porque primeramente por los padres, después por los doctores de la ley y los profetas, y por último, por los apóstoles, a medida que ha ido perfeccionando las costumbres de sus fieles, ha ido trabajando en el cultivo de su viña. Aunque todo el que procede en sus obras con buena fe y recta intención puede considerarse en su línea como obrero de esta viña. El obrero de la primera hora, de la de tercia, de la de sexta y de la de nona, está representado en el antiguo pueblo hebreo, el cual, mientras procuró honrar y venerar a Dios con recta intención, puede decirse que no dejó de trabajar en el cultivo de la viña por medio de sus elegidos desde el principio del mundo. A la hora undécima han sido llamados los gentiles, a los cuales se les ha dicho también: «¿Cómo estáis aquí todo el día ociosos?». Porque, transcurrido tanto tiempo del mundo, no hicieron caso de trabajar por su vida y estaban, por decirlo así, todo el día ociosos y sin ocupación. Meditad bien qué es lo que contestan a esta pregunta: «Le dijeron: Ninguno nos ha dado trabajo». Ningún Patriarca había venido a ellos, ni profeta alguno. ¿Y qué significan estas palabras: “Ni nadie nos ha dado trabajo”, sino: “ninguno nos ha predicado los caminos de la vida”? ¿Qué vamos a decir nosotros para disculparnos si no trabajamos, nosotros que apenas hemos salido del seno de nuestra madre hemos recibido la fe, que hemos tomado de los pechos de la santa Iglesia la bebida de la predicación juntamente con la leche de nuestras madres?

      También podemos hacer aplicación de esta diversidad de horas a las diferentes edades o épocas de la vida de cada hombre. La primera hora de nuestra inteligencia es la puericia. La hora tercia puede entenderse de la adolescencia, porque puede considerarse como el sol ya alto cuando crece el ardor de la edad. La hora de sexta es la juventud, porque es como si el sol se fijara en lo más alto, consolidándose en esta época de la vida la plenitud de la robustez. La hora de nona representa la senectud, que puede considerarse como el sol que desciende ya de su centro, porque en esta edad falta el calor de la juventud. La hora undécima es la que se llama época de la decrepitud... Como unos son conducidos a la vida buena en la puericia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la senectud; y otros en la edad decrépita, es como si fuesen llamados los obreros a la vida en las diversas horas del día. Examinad, por lo tanto, carísimos hermanos, vuestras costumbres, y ved si sois ya obreros de Dios. Examine cada uno qué es lo que hace y vea si trabaja ya en la viña del Señor. El que en esta vida busca todavía las cosas propias, aún no ha llegado a la viña del Señor. Pues solo trabajan para el Señor los que no buscan su propia utilidad, sino la de su amor, que sirven con el celo de la caridad, y el deseo de adelantar en la virtud, que procuran ganar almas para Dios y hacen cuanto está de su parte para llevar a otros consigo a la viña. Todo aquel que solo vive para sí, que se alimenta de la voluptuosidad de su carne, con razón se le reprende como ocioso, porque no busca el fruto de la obra divina.

      Aquel que no ha querido vivir para Dios hasta la última época de su vida, puede decirse que ha estado ocioso hasta la hora undécima. De aquí que con mucha razón se diga a los que han sido perezosos durante toda su vida: «¿Cómo estáis todo el día ociosos?». Como si se dijera terminantemente: Si no habéis querido vivir para Dios en la niñez y en la juventud, al menos arrepentíos en la última edad y volved, aunque tarde, a los caminos de la vida cuando ya no estáis para trabajar mucho. A estos llama también el padre de familia, y por lo general les remunera antes, porque salen de su cuerpo mortal para el reino, antes que aquellos que parecían llamados desde su niñez. ¿No llegó el buen ladrón a la hora undécima, el cual, aunque no por su edad, llegó no obstante por la pena, confesó a Dios en la Cruz, y casi exhaló su último suspiro después de las palabras que le dijo Jesucristo? El padre de familia empezó a repartir el denario por el último obrero que fue a trabajar en su viña, porque primero llevó al Ladrón que a san Pedro al descanso del paraíso. ¿Cuántos padres no existieron antes de la publicación de la antigua ley, cuántos no existieron después de ella y, sin embargo, los que fueron llamados al reino de los cielos cuando vino el Señor, llegaron a él sin tardanza alguna? Reciben el mismo denario los que fueron a trabajar a la hora undécima que los que trabajaron desde la primera hora, porque igual retribución de vida eterna recibirán los que al fin del mundo se conviertan al Señor, que los que fueron llamados a él desde los principios del mundo. De aquí que los primeros que fueron a trabajar decían murmurando: «Estos últimos no han trabajado más que una hora, y los ha hecho iguales a nosotros, que hemos soportado todo el peso del día y del calor». Han soportado todo el peso del día y del calor todos aquellos que, al principio del mundo, por cuanto se vivía más, soportaron más prolongadas tentaciones de la carne. El sufrir cada uno el peso del día y del calor, es lo mismo que fatigarse por todo el tiempo de su vida con el calor de su carne.

      Mas puede preguntarse: ¿Cómo se dice que murmuraron los que, si bien tarde, fueron llamados al reino? Ninguno que murmure puede recibir el reino de los cielos; ninguno que reciba este reino puede murmurar. Mas como los padres antiguos, que existieron antes de la venida de Jesucristo, no fueran llevados al reino, aun cuando vivieran santamente, si no hubiera bajado el que había de abrir las puertas del paraíso por medio de su muerte; su murmuración consistiría en que habían vivido santamente por recibir el reino y, sin embargo, se les dilataba el tiempo de recibirle. Los que después de haber practicado la justicia fueron al limbo de los justos, estos trabajaron verdaderamente en la viña y murmuraron. Puede decirse que reciben el mismo denario después de la murmuración, los que han llegado al reino después de haber pasado largo tiempo en el limbo. Nosotros, los que venimos a trabajar en la viña a la hora undécima, no murmuramos después del trabajo y recibimos el denario; porque, después