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de la guerra y de la República. Negrín se incorporó a la escena del exilio republicano londinense y el periodista y escritor Esteban Salazar Chapela, que dirigió el Instituto Español hasta su clausura en 1950, le mencionó en alguna ocasión –sin ocultarlo bajo seudónimo, como sucede con otros protagonistas– en Perico en Londres, autobiografía y novela memorialística, como la caracteriza Francisca Montiel Rayo, aparecida en Buenos Aires, en 1947.38

      Negrín llegó a Londres sin libros, pero se apresuró a comenzar una nueva biblioteca, ahora orientada hacia la bibliofilia, una decisión que no descuidaba el valor de mercado que pudiera lograr con el tiempo. Algunas pistas ofrecen las memorias de Pablo de Azcárate y los partes de los agentes de la embajada española. Un informe para el duque de Alba de 27 de julio de 1940 precisaba que días atrás Negrín y Feli López habían visitado librerías en Bedford Street y en Charing Cross, así como establecimientos de venta de microscopios y material químico. «Ha comprado una verdadera biblioteca» –anotó el antiguo embajador republicano y cercano amigo de Negrín, en diciembre de 1940. Para entonces había alquilado Dormers, una bella casa de campo en la localidad de Bovingdon, que distaba 38 millas de Londres. Allí fue acomodando un laboratorio químico-fisiológico y sus recientes adquisiciones. Negrín –se lamentó Azcárate en febrero de 1941–, se ha encerrado «con la biblioteca que se ha comprado y unos cuantos “pasatiempos”». «Todo el espacio disponible en la casa en que vive en Bovingdon –precisó el espía del duque de Alba en octubre de 1942– está llenó ahora de libros caros».39

      Negrín fue reuniendo una valiosa librería en la que había repertorios de bibliógrafo, literatura científica contemporánea, algunos incunables españoles y numerosas ediciones de los siglos XVI a XVIII. Justamente, una obra médica del Renacimiento –Novae veraeque Medicinae (Medina del Campo 1558), de Gómez Pereira–, que había adquirido en la librería de Albrecht Rosenthal, en Oxford, fue la ocasión para un cruce de cartas con Araquistáin en 1944, un irónico ejercicio de esgrima epistolar. Araquistáin, recién nombrado representante en Londres de la Junta de Liberación Española –lo que mereció algún sarcasmo de su corresponsal–, le ofrecía intercambiar el libro de Gómez Pereira por cualquier otro de un valor análogo. Negrín no atendió la sugerencia –«no quisiera desprenderme de él»– y en su respuesta demostró un solvente conocimiento de la literatura histórico-médica española. El anhelo del regreso a España –el avance de la guerra apuntaba el éxito aliado– es manifiesto y compartido por ambos. Araquistáin se mostraba interesado en coordinar una Historia de la Ciencia Española –un estudio que rehabilitara, escribe, la difamada cultura hispánica– y animaba a Negrín a volver al antiguo oficio de editores y «resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa».40

      En 1945 vencía el contrato de arrendamiento de Dormers y Negrín decidió adquirir Combe Court, una hermosa propiedad de estilo isabelino situada en la localidad de Chiddingfold, 42 millas al sur de Londres. Un nuevo traslado de la biblioteca. La mudanza no concluyó hasta octubre de 1946 y para entonces, circunstancias políticas y también de índole familiar aconsejaban fijar la residencia en París lo que sucedió de manera definitiva a fines de 1947. Los libros comprados en Inglaterra entre 1940 y 1947 se debieron quedar en Combe Court, aunque en los viajes entre París y Chiddingfold, regulares hasta mediados de los años cincuenta, también iban y venían libros y revistas.

      La mayoría de la biblioteca inglesa quedó en Inglaterra hasta que fue subastada entre 1957 y 1958, tras la muerte de Negrín. En septiembre de 1957 la firma John D. Wood & Co gestionó la venta de Combe Court, junto con el mobiliario, colecciones de discos y algunos libros. El catálogo no los describe, pero menciona lotes de novelas, obras de jardinería, fauna, o fotografía, y en una de las entradas se precisa: «The War on Spain, 4; other Works on Spain, 10». Estos primeros debieron ser, quizá, libros que quedaron aislados en alguna dependencia y de menor valor económico. Los valiosos salieron al mercado meses después. «En Sotheby –escribió Rómulo Negrín a su hermano Juan en noviembre de 1957– me dijeron que estaban haciendo la agrupación de los libros para preparar el catálogo y que la venta no la podrían hacer antes de fines de enero. Ninguna fecha concreta, pues no querían comprometerse, dada la gran cantidad de libros que tienen que cataloga». El catálogo de Sotheby, publicado en 1958, ofrecía 544 lotes que se subastaron en dos sesiones celebradas a comienzos de febrero. Por esos días, Rómulo informó a sus hermanos Juan y Miguel del resultado de la primera subasta: «En el caso de los libros, las ediciones de libros franceses, aún las buenas, han sido las que se han vendido mal, luego vienen las ediciones inglesas, y las que mejor se han vendido han sido los libros españoles y los alemanes».41

      Entre los libros franceses estaban los veintiocho volúmenes de la primera edición de la Encyclopédie (París 1751-1772); también la edición príncipe del Traité élémentaire de chimie (1789), de Lavoisier; repertorios como el de Jacques-Charles Brunet, Manuel du Libraire et de l’amateur de livres (París, 1860-1878, 8 vols.); y las obras completas de Molière y de Balzac, aunque estas no se vendieron y se conservan en París, en el domicilio familiar. En lengua inglesa, Francis Bacon, Charles Darwin, Thomas Carlyle, los Sketches de William Bradford (1810) y el muy raro –«No copy has been offered for sale by auction in this country or America for the past twenty-five years», se lee en la entrada– de Bernaldino Delgadillo de Avellaneda, A Libell of Spanish lies, impreso en Londres en 1596. Entre los libros alemanes, junto a variadas colecciones médicas, como los 36 volúmenes de Ergenbisse der Physiologie (Wiesbaden-Múnich 1902-1932), se ofrecían obras completas de Goethe y Schiller; los Schriften (1925-1928), de Sigmund Freud; Werke, de Rainer Maria Rilke (Leipzig 1927); y la primera edición de Die Bestimmung des Menschen (Berlín 1800), de Johann Gottlieb Fichte. Aunque había ejemplares muy valiosos de la cultura humanista con autores como Tomás Moro o Ptolomeo, el rango y la densidad de la alta bibliofilia se alcanzó con libros españoles como el ya citado de Gómez Pereira. Valgan algunos ejemplos. La Compendiosa Historia Hispanica, de Rodrigo Sánchez de Arévalo, impresa en Roma hacia 1470; las Epistolas de Séneca (Toledo 1502); Crónica abreviada de España, de Diego de Valera, la Valeriana, como la llamó el autor, en las prensas sevillanas de Cromberger, en 1543; Los Seys libros de la Galatea, de Cervantes, por Cormellas (1618); diferentes ediciones de El Quijote; el Discurso Poético, de Juan de Jáuregui (1624); Conquista y Antigüedades de las Islas de la Gran Canaria (1676), de Juan Núñez de la Peña, que hace unos años editó Antonio Bèthencourt; el arbitrismo de la Representación al Rey (1732), de Miguel de Zavala, que se considera «An important work on political economy, of American interest»; los elegantes 18 volúmenes del Viage de España, de Antonio Ponz (1772-1794), o la Bibliotheca Hispana Vetus (Madrid, 1788, 2 vol.), de Nicolás Antonio, ambas en la Imprenta de Joaquín Ibarra. En un conjunto en el que, con la salvedad de la literatura científica y médica, predominan los autores clásicos sorprende encontrarse el Picasso, 1930-1935, de Christian Zervos (París, Cahiers d’Art, 1935), o Poems (Londres, The Dolphin Book, 1939), selección de poemas de García Lorca preparada por Rafael Martínez Nadal, traducidos por Stephen Spender y J. L. Gili, y editados por The Dolphin Book, sello que Gili había creado en 1934.42

      A fines de 1947 Negrín se instaló en París en un amplio piso de la avenida Henri Martin, cercano al Trocadero. Fue entonces cuando pudo recuperar aquella parte de su biblioteca depositada en 1940 en Andrésy, al amparo del notario Coquelin. En 1945 con ocasión de un viaje a México, Negrín solicitó al Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Castillo Nájera, que se le permitiera recuperar los libros que en 1941 habían quedado en Marsella bajo la protección de las autoridades mexicanas. La respuesta fue atenta e inmediata y en 1946 esas cajas viajaron de nuevo, en esta ocasión de Marsella a la notaría de Andrésy, ahora atendida por Georges Pelé.43 Allí permanecieron hasta 1954 cuando siguiendo instrucciones de Mariano Ansó, llegaron a París. Después de quince años, se reunían los libros y papeles que habían salido de España en 1939.

      Por un tiempo, entre 1947 y 1954, hubo de nuevo dos bibliotecas, una en Chiddingfold y otra en París y aunque entre ellas hubo trato y vaivén de papeles, la biblioteca abierta, viva y renovada fue la francesa. En el que fue despacho de Negrín,