Название | La amistad argumentada |
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Автор произведения | Rómulo Ramírez Daza y García |
Жанр | Философия |
Серия | Tablero de disertaciones |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786075713021 |
Actualidad de Aristóteles
Escribir un estudio contemporáneo sobre Aristóteles es algo digno, serio y formativo, y representa un reto de cara al pluralismo filosófico actual. De su actualidad hay que decir que hoy sabemos que su cosmología especulativa está más que superada (debido a la inexistencia del éter y de la no inmortalidad de los cuerpos celestes en su imagen del universo observable); sabemos también que su lógica no es muy abarcadora como Tomás, Kant y Hegel pensaban; que algunas de sus teorías fisiológicas son falsas (como la función del cerebro, y la del corazón humano); y que algunas de sus teorías biológicas eran demasiado especulativas, que por lo mismo cayeron en el error (como la teoría de la generación espontánea o su problemática teoría de la sensación).5
Pero pese a estos golpes de martillo de la crítica histórica, no se desamortizan aún —y tal vez nunca lo hagan—, aunque sí merman en parte los cimientos de la importancia histórica indiscutible, que Aristóteles como tal tiene en el pensamiento Occidental, sino sólo las partes específicas de dichos cotos del saber en que ya está ampliamente superado, pero sólo después de dos mil años: desde la modernidad hasta la fech.6 La importancia de Aristóteles, y por ende su actualidad, no está en la influencia que esas teorías erradas tuvieron en la posteridad (pues ni se sabían falsas desde antiguo, ni podía saberse efectivamente, sino hasta después de muchos siglos de avance científico mediante los esfuerzos de la comunidad científica posterior; antes bien, dichas tesis fungieron como una base de reflexión formal por largo tiempo, y funcionaron para efectos explicativos significativos), sino en las que todavía son propositivas, y plausibles.
Parte de la grandeza del filósofo griego reside en su actitud universalista de cara a la verdad, siempre abierta a la investigación renovada y al sano replanteamiento como era su costumbre; actitud no exclusiva pero sí propia de Aristóteles, de la cual también hemos aprendido tras el paso de las generaciones. Y pese a los renacimientos de Aristóteles dados en otras épocas, y pese a sus detractores, creo que estamos en deuda todavía. Por ello, podríamos decir en coro: “Que resuene de nuevo la polifonía del carácter griego […] aquello que estamos obligados a amar y a venerar para siempre y lo que jamás nos será robado mediante otro tipo de conocimiento” (Nietzsche, 2003, p. 30).
La actualidad de Aristóteles está más que probada por muchos expertos tanto helenistas como de otros campos. Un clásico parece tener siempre posibilidades de embates futuros con los nuevos pensadores, y han mostrado en todo momento ser altamente sugerentes y útiles para la resolución de problemáticas futuras, debido a la perspectiva que se toma cuando son consultados. Pero esto sólo es posible a través de sus epígonos que le dan vida. De la pertinencia de la antigüedad en general para el replanteamiento de cuestiones que hoy nos aquejan por su urgencia, ha sido un recurso filosófico fecundo en toda la historia, y yo me sumo a ello en esta manera de filosofar. Pero hablar de esto no es posible si primero no se profundiza a fondo en el conocimiento de tales autores que llamamos “clásicos”, valorando sus aportes a la luz de sus carencias, y ver en qué y a título de qué están vigentes.
Aristóteles es uno de los autores obligados que debemos estudiar como decía Hegel, uno de aquellos que fundaron la filosofía como tal, y goza de una envergadura tal que habla de cara a los siglos postreros; entre algunas razones, porque la ética es siempre necesaria, y aún más en tiempos de penuria moral como es nuestra época (de ahí que tanto interés tenga para nuestra filosofía contemporánea). Aristóteles fue, junto con Sócrates y Platón, uno de sus fundadores, y, por principio, hay que ir al comienzo para poder saber los efectos de algo, pues un error en los comienzos se hace grande y desastroso al final: “por poco que uno se desvíe de la verdad [al principio], esa desviación se hace muchísimo mayor a medida que avanza […], y por eso lo inicialmente pequeño se convierte al final en algo enorme” (De Caelo, 271b9-14).
Quizás nuestra época sufra las consecuencias —es una sugerencia objetable ciertamente, pero también válida— de haber perdido el rumbo que los moralistas de antaño intentaron imprimirle a la moralidad de sus pueblos. Además de la ética, la racionalidad práctica extendida a la política es de interés acuciante en tiempos posmodernos por la urgencia de pensar nuestros actuales problemas. Aristóteles teorizó en ambas líneas interconectándolas armónicamente, y ha sido rescatado por autores que defienden la ética de virtudes o también llamada ética de bienes, en contraposición a las éticas del deber de corte kantiano, o a las éticas utilitaristas, pragmáticas o del acuerdo.
La historia es testigo de la importancia de la amistad en los grandes personajes (Sáenz, 1952). Así, a efectos de constatación de lo que dice Aristóteles, aunque en muy diversos contextos, tiempos y latitudes, mencionemos al menos unos casos impostergables para que el lector sopese la gravedad del asunto. Ciertamente hay casos que aparecen en la literatura homérica, pero en la historia los paradigmas vivientes son mayormente persuasivos. Un primer modelo es la gran amistad habida entre Platón y Aristóteles, dos gigantes de la filosofía que, tras la muerte del primero, su nombre llegó a consagración por mano del segundo.
Otro ejemplo de la Antigüedad es el de Erasto y Corisco (que siempre son mencionados el uno junto al otro, a tal grado que resultan inseparables sus nombres); en la alta Edad Media aparece Aurelio Agustín y su alma gemela, su otro yo (que amó hasta las lágrimas y que su pérdida representó una muy honda depresión en su alma), recordándonos que Aristóteles decía que la relación de amistad es “un alma que habita en dos cuerpos” (D.L. V, 10). En el Renacimiento aparece Michel de Montaigne y Esteban de La Boétie (dos intelectuales que se encontraron tarde en la vida, pero una vez encontrados nunca se separaron). En el siglo xvi tenemos a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila (almas gemelas en la causa de la reforma espiritual del Carmelo); y en la época virreinal de la Nueva España tenemos el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y Don Carlos de Sigüenza y Góngora (inseparablemente unidos por amor y sed hidrópica ante el conocimiento).
También la historia registra otros casos tipificados que pasan de un tipo de amor a otro, pero consagrados finalmente en la amistad, casos que por diversos motivos metamorfosearon eros en philía: San Jerónimo y Santa Paula (en su causa religiosa para la dirección de las almas); San Francisco y Santa Clara de Asís (en su fiel vida evangélica); y Pedro Abelardo y Eloísa (en su apasionado amor que se trocó en impedido pero racionalizado). No tenemos iguales noticias de todos estos casos, pero sabemos que entre dichos intelectuales hubo tal nexo entre sí que representan para nuestro tema modelos paradigmáticos de amistad perfecta, tan finamente descrita y tratada aquí por Aristóteles, el primer teórico pionero en el tema.
En síntesis, nuestra apuesta por la amistad se abre paso como un recurso siempre perenne que no podemos echar por tierra o dejar de lado sino en detrimento de lo humano. Nuestro tiempo nos pide a gritos las verdaderas virtudes, pues es una época que vivimos tan llena de penurias, de virus amenazantes, de propagación de enfermedades externas (tanto sociales como corporales) e internas de la mente humana (enajenación, ludopatías, crisis emocionales, etc.), enfermedades del cuerpo y del espíritu que se potencian cuando se presentan juntas, y que se dejan sentir en prácticas que coartan las posibilidades efectivas de las buenas acciones. Necesitamos un apoyo sincero y personal que es producto de nuestra libertad, que vaya más allá de la conectividad de nuestras redes sociales o de las terapias especializadas; un recurso que además del amor o complementario a él, nos permita acompasar nuestros pasos por la vida y no refugiarse en un amiguismo ramplón y permisivo de bajezas, sino en nexos anclados en valores verdaderos y tendientes de plenitud, justo como nos los proporciona la virtud de la amistad.
1 Para las citas de Aristóteles se utilizará la nomenclatura científica de la edición canónica de Bekker (1870): página, columna (letra) y línea en arábigos, antecedida del nombre abreviado de la obra (p. 3) en referencia parentética.
2 Hay varios manuales sobre la amistad en la Antigüedad que pueden dar el encuadre temático y profundizar en Aristóteles y en otros pensadores antiguos. Pueden consultarse al respecto: (Pizzolato, 2001), (Zamora,