"Persigo un afán, que la conciencia se expanda y nos conceda más humanidad, que nos oriente hacia el repudio de todas las formas de violencia: las más evidentes y las maquilladas, como son los 'hurtos legales' en nombre del negocio perfecto, el abuso de poder, el reino de la impunidad, la crucifixión de la verdad."
En una época de vínculos complejos entre sujeto y prójimo, en una sociedad que anestesia su empatía a fuerza de un narcisismo patológico, las reflexiones de este libro suenan a amparo en medio de la intemperie. Carlos Abad nos propone recuperar el sentido sagrado de la convivencia, de la equidad y de la esperanza.
Una lectura que invita a cambiar indignación por amor, el mejor remedio para el alma.
En este libro, Carlos Abad honra al momento, honra al árbol desde sus raíces hasta su fronda y se detiene en la belleza del tronco. Lo hace con palabras cuidadas (como debe ser) que nunca son fortuitas, sino que responden a convicciones profundas a las cuales, me consta, Carlos convierte en acciones, en conductas, en una actitud existencial. Por eso seguramente Que el día de hoy sea sólo hoy resultará una obra que desbordará el presente, podrá ser leído en el futuro como si se recorrieran páginas tan intemporales como son, finalmente, las cuestiones del alma. ¿No es una maravillosa paradoja ésta de que un libro que habla de cultivar el presente nos recuerde que, en la medida en que lo hagamos, estamos destinados a trascenderlo?
Que el día de hoy sea sólo hoy es el resultado de incontables días vividos cada uno, como Carlos Abad lo propone aquí. Su lectura, a la luz de mi experiencia, es una bella manera de cultivar el día. Y quien cultiva el día cultiva la vida. Una vida en la que prevalece el momento, no el instante.
Del prólogo de Sergio Sinay