¿Serían jazmines? ¿Amapolas? ¿Magnolias? ¿Peonías? ¿Margaritas? ¿Calas? ¿Cuáles serían las flores más prudentes y atentas para dejar encima de mi significativa lápida? Me entusiasmé seleccionando mis favoritas: algunas por su perfume, otras por su color o textura y otras por sus significados. El florilegio de mis silvestres favoritas fue un éxito y, una vez recolectadas, las dejé colgadas con el tallo hacia arriba durante un tiempo. Mi intención era que se secaran, para que quedaran hermosas, como cuando las elegí. Deseaba que un sentido ramo acompañara mi simbólico epitafio, para agradecerle como corresponde a la Helena que había vivido hasta aquí, su camino recorrido, el esfuerzo, la valentía, su perspicacia, su aguante, su sonrisa, todas sus lágrimas, sus abrazos, su aceptación, su tenacidad, su alegría a pesar de todo y su amor como arma letal. Mi antigua Helena, la que me trajo hasta aquí, merecía las flores más bonitas, una leyenda que homenajeara su trayectoria y que dejara un misterio para que resolviera toda una sociedad. Después de presenciar una persecución policial en una autopista brasileña y ver representado en ella cómo me había sentido toda la vida, perseguida por una sociedad, un sistema automatizado e invertido que quería volver a encerrarme, ponerme detrás de barrotes para morir en silencio, elegí el epitafio. Peritos de una fuga relata la exitosa liberación de mi alma, mi alegórica muerte y mi apuesta a una resurrección. Dentro de este sarcófago libro en el que dejé morir mi pasado para resucitar en mi ahora, libre y llena de verdad, podrán hacer el peritaje conmigo y festejaremos juntos este victorioso escape.
Si, soy yo. Me veo sentada allí. Puedo decir, por primera vez, que tengo amarras y que me sujetan cuerdas. A decir verdad, aun así, me siento libre. Quizá sea porque el mundo es quien sujeta esas cuerdas y porque, precisamente, depende de cómo me sienta. Me pregunto cuáles serán las coordenadas específicas donde se encuentran atadas esas sogas que sostienen mi columpio. Quizás una esté en la China y la otra en Marruecos. Tal vez Alaska y Calcuta. Italia y Tokio. Conservar el misterio lo hace aún más mágico. Mágico. Como mi propio universo, mi anatomía de estrellas y mi galaxia entera que crece incontrolablemente adentro de mí. Columpiarme me ha movido y trasladado de un lugar a otro; pero, quieta, tiesa o en movimiento, el planetario siguió dando a luz. La escenografía alrededor del mundo ha maravillado cada esquina de mis pupilas; pero quien ha encandilado mis retinas ha sido aquella ilustración interior, que alumbra el viaje al centro de mi constelación. Me pregunto si seré astronauta o si habré desarrollado la capacidad de flotar con mi propia gravedad. Pues mis pies han sido la nave espacial más eficaz y quizá la NASA podría probar para sus próximos cohetes la voluntad, pues en mí ha resultado ser la pieza más valiosa. Supongo que mi órbita comenzó a formarse desde aquel destello de luz que creció en mi meteorito nacimiento y mi guerra de las galaxias peleó contra todos los satélites artificiales para acabar dándole exclusividad a mis Plutones, Saturnos, Neptunos y Mercurios, que custodian y acompañan mi paso por la Tierra. ¿Acaso este telescopio podrá ampliar la evolución de mi vía láctea? Pues, de ser así, le quito el modo «fugaz» a mi columpio y presento a cada estrella.