¿Dónde si no en el exilio habla la palabra poética? ¿Dónde sino en la pérdida se eleva lo que nombra la ausencia, la distancia, la interminable lejanía? Y allí donde esa palabra dice lo que añora comienza su sueño despierto: quiere restituir con imágenes oscuras lo que se le sustrajo. Juega otra vez y sabe que ese exilio comenzó cuando la infancia se abandona. La infancia como territorio donde lo imaginario se consagra, pero retorna como pérdida o repetición monstruosa, como orfandad o duelo.
El arte del error ofrece un compendio de los trabajos que la poeta argentina María Negroni ha dedicado a algunas de sus figuras predilectas, de Rimbaud a Bruno Schulz, de Walter Benjamin a Xul Solar, pasando por Emily Dickinson, Robert Walser o Edward Gorey, entre otros. Voces tutelares que le recuerdan, una y otra vez, que «escribir es como abrazar un cuerpo que no se ve», en palabras de Bernard Nöel, y que la escritura busca siempre lo mismo: rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancelan el derecho a la duda. El resultado es una defensa apasionada de la literatura como un modo radical de la libertad. «Uno de los malentendidos más viejos en materia literaria es el que se empeña en clasificar las obras en categorías, géneros, escuelas, allí donde, en sentido estricto, no hay más que autores, es decir, aventuras espirituales, asaltos y expediciones dificilísimas que se dirigen a un núcleo imperioso y siempre elusivo». María Negroni
Un mundo presidido por la ausencia de Dios. No hay distancia contemplativa. Hay vacío, conmoción. Esto es Oratorio. Un lugar de enunciación desde el cual percibir una orfandad mayúscula. Un extrañamiento radical. Una pieza musical desnuda que se aferra –como dice el epígrafe inicial de Malebranche– a la atención como «plegaria natural del alma». Las preguntas de Oratorio, formuladas desde la primera persona del plural, ajenas a la rabia o a la tentadora primicia de la liberación, bien podrían leerse como un canto a la perplejidad, a «la intuición que piensa», a esa conciencia que sabe, sin saberlo, que en el carozo de «la oscuridad que somos» algo debe celebrarse pues «lo que sigue es una fiesta/de perspectivas más que humanas».