Los habitantes de las montañas de Virginia Occidental hace tiempo que perdieron la batalla. Continúan padeciendo inundaciones y sequías, de vez en cuando incendian sus casas para cobrar el dinero del seguro, mueren desproporcionadamente en guerras lejanas y en accidentes de coche, beben más de la cuenta, se hacen daño con bastante frecuencia, lidian desde que se levantan con un asfixiante sentimiento de pérdida, tienen hijos demasiado pronto y, al caer la tarde, observan desde sus porches la imparable invasión de los bulldozers y los domingueros. Siempre fue un territorio amenazado e ignorado, ya no hay ciervos como los de antes y hasta los viejos fantasmas de los confederados parecen haberse rendido. Todo se desvanece. Dicen que si no logras escapar antes de cumplir los veinte, estás perdido. Hay un murmullo incesante en los viejos bosques: «Voy a largarme de aquí, tengo que largarme de aquí, en cuanto me largue de aquí…». Pero al final uno siempre regresa porque, por mucha tierra que se ponga de por medio, la montaña se lleva en la sangre, hace un frío de mil demonios y mañana habrá que ir a Four Square a por leña.«Ann Pancake es la Steinbeck de los Apalaches.» Jayne Anne Phillips «En Tierra vencida Ann Pancake representa con asombrosa riqueza el territorio de los Apalaches, uno de los núcleos más caricaturizados y peor entendidos de Estados Unidos. Pancake captura en sus relatos el pulso de la gente que resiste en esos montes, las severas discordancias de los conflictos generacionales, los cambios económicos, la ironía de la xenofobia, el timbre único de las propias montañas.» David Bradley, presidente del jurado del Katharine Bakeless Nason Fiction Prize (2000)
Ann Pancake’s 2007 novel Strange as This Weather Has Been centered on mountaintop removal and its effects upon a single coal mining family. In Me and My Daddy Listen to Bob Marley, a follow-up collection of eleven astonishing short stories, Pancake returns to her native West Virginia to tell stories of other traditional people. These are folks living much as they have for three hundred years, tried by poverty and ill health but needing the coal companies’ upon which the economy is entirely dependent, even as they witness the air and land and water of this beautiful place being imperiled and destroyed.Ann Pancake’s ear for the Appalachian dialect – in both towns and in the countryside – is both pitch perfect and respectful, that of one who writes from the heart of this world. Her characters are ensnared in the complexities of rural economies where there are no quick fixes to questions surrounding right livelihood even going off to college. With first-hand knowledge of the provincial locale and her exquisite depictions of the intricacies of families, she might well remind you of Alice Munro. In her intimate depiction of the natural history of rural Appalachia, Me and My Daddy