Una crítica a las fantasías del naturalismo hípster
Desde pequeños nos trasmiten una forma de situarnos en el espacio: la naturaleza puede considerarse el lugar de aventuras épicas o el escenario del aburrimiento absoluto; puede ser un lugar para huir de la vida urbana, pero también algo peligroso que evitar.
La naturaleza se ha ido convirtiendo en un objeto de adoración, pero el ecologismo no requiere del culto: la principal razón por la que se promueve el cuidado del medioambiente es egoísta.
La humanidad maneja la naturaleza a su antojo: ha creado una planta electrónica a la que cuidar como un Tamagotchi, vende islas artificiales con la forma de los continentes y sus países y en Nueva York ya existe también el Lowline, el primer parque subterráneo del mundo.
¿Qué relación hay entre pasear y pensar? Muchos de los filósofos más importantes comparten una pasión: caminar al aire libre. Algunos repiten el mismo recorrido cada día y otros no paran de explorar nuevos caminos; hay quienes odian el campo y quienes adoran los parajes sublimes; unos disfrutan a la sombra de limoneros y otros se ocultan en bosques misteriosos. La Naturaleza nunca será un mero decorado para Nietzsche, Heidegger, Adorno, Sartre y otros grandes pensadores, sino la dimensión fundamental de algunas de sus más famosas ideas.
Esta polémica y delirante crónica de Ramón del Castillo le da un nuevo giro a la historia del caminar, que nos ha cautivado gracias a Rebecca Solnit, Frédéric Gros o Merlin Coverley.