Название | Despertando a la bruja |
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Автор произведения | Pam Grossman |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | Psicología |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788499888590 |
FRED ROGERS: O sea, que a los niños y a las niñas les encanta jugar a las brujas, ¿no?
M.H.: Sí, sí, por supuesto. Sin duda.
F.R.: Y si tienes ganas de jugar a algo que dé miedo, representar a una bruja es lo mejor.
M.H.: Es un personaje que a mí me parece muy rico, muy completo. A veces los niños piensan que una bruja es muy mala, y yo espero que la bruja tenga ese aspecto. Pero siempre pienso que también tiene otras cosas: la bruja disfruta con todo lo que hace, tanto si es bueno como si es malo. Se divierte. Pero además también es lo que nosotros llamaríamos una persona frustrada. Es muy desgraciada, porque nunca consigue lo que quiere, señor Rogers. Ya sabe a lo que me refiero; la mayoría conseguimos muchas cosas a lo largo de la vida. Pero, por lo que sabemos, la Bruja Malvada de Oz nunca conseguía lo que quería, y lo que quería por encima de todo eran esos zapatos color rojo rubí. Porque esos zapatos tenían un gran poder, y ella quería tener más poder. Y yo creo que a veces pensamos que es mezquina, que es una mala persona, pero en realidad tienes que ver las cosas desde su punto de vista; ver que no lo estaba pasando bien, porque nunca conseguía lo que quería.
Esta entrevista me parece magnífica: Rogers trata a Hamilton con absoluta reverencia, y ella habla de la bruja de Oz con un profundo sentido de la compasión, y casi me atrevería a decir que con amor.
Es su posicionamiento sobre la maldad lo que más me resuena. No hay duda de que la Bruja Malvada del Oeste es la antagonista de la historia de Oz; es una asesina y una tirana, y muchos de sus actos son completamente maléficos. Pero su alegría desatada combinada con su apetito insaciable por conseguir más y más es lo que en realidad hace que el personaje destaque. Y ese deleitarse femenino y ese desear tan femenino a menudo se demonizan.
Llamamos «brujas» a las mujeres que quieren.
Margaret Hamilton y yo no somos, ni mucho menos, las únicas que ven las cosas desde la perspectiva de la Bruja Malvada. Tenía yo catorce años cuando Gregory Maguire escribió la novela Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West, en 1995, e inmediatamente me enamoré del libro. La idea de sacar del pozo negro a ese extraño personaje esmeralda del mundo de Oz y situarlo en el centro de la historia resultaba muy atractiva a mi sensibilidad de perdedora. Y quería saber mucho más de esa saqueadora de calzado mágico.
El primer truco de Maguire en su libro es dar un nombre a nuestra bruja: Elphaba, que es un homenaje a las iniciales de L. Frank Baum. Después de conjurar este hechizo de siete letras, transforma al personaje, y la bruja deja de ser la mala por antonomasia y se convierte en una protagonista de carne y hueso, con matices, con sus motivaciones y con toda una historia de fondo. Sabemos que es fruto de una violación, que su madre es drogadicta y su padre adoptivo es celote, y que la piel verde que tiene le provoca una absoluta vergüenza y es fuente de desgracias durante toda su vida. Sin embargo, también es una erudita muy dotada para el estudio y una defensora de los oprimidos: es una campeona de los derechos civiles en nombre de los «animales» parlantes, que son discriminados y tratados como ciudadanos de segunda clase. Sufre pérdidas insoportables: Fiyero, el amor de su vida, cae preso y casi muere asesinado durante una redada policial; y su hermana, Nessarose, muere aplastada por la casa en la que Dorothy inevitablemente se cuela en la historia. La revisión de Maguire de la historia de la Bruja Malvada se convierte en un relato político, de persecuciones y sufrimientos personales. Nos pide que consideremos los factores que pueden convertir a una buena persona en alguien malvado.
Me identifiqué bastante con esta idea cuando leí el libro, porque a menudo yo también me sentía incomprendida, y agradecía cualquier historia que tratara los rechazos sociales con ternura y compasión. Esta nueva versión del cuento de la bruja puso nervioso a unos cuantos, además de a mí misma. Se adaptó para ser un musical de Broadway que recibió muy buenas críticas en 2003, y terminó ganando tres premios Tony. Sigue siendo uno de los espectáculos que ha tenido más éxito en toda la historia. Obtuvo más de mil millones de dólares de ganancias en marzo de 2016, y se convirtió en el segundo espectáculo de Broadway que había aportado más ganancias en bruto en julio de 2017, siguiendo muy de cerca a El rey León. Wicked también se transformó en un programa de televisión alejado de los musicales que se emite por ABC, y en una película musical realizada por Universal Pictures. Pronto el mundo entero cantará las melodías y se unirá a los lamentos de la Bruja Malvada.
Sentirse raro, marginado o malinterpretado es, irónicamente, una experiencia muy común. Contemplamos a la bruja con gran interés porque una parte de nosotros quiere que gane. Después de todo, todos tenemos miedo de que nos aplasten, nos ahoguen y nos venzan hembras alfa como Dorothy. Cada una de nosotras alberga el secreto deseo de ser reconocida y adorada, a pesar de nuestras verrugas.
Existe otro aspecto en la aparición de Hamilton en el espectáculo de Mister Rogers que es muy significativo. Está claro que ambos tuvieron la intención de disipar los miedos de muchos niños que descubrieron en la Bruja Malvada del Oeste el centro de sus pesadillas, y que desearon convertirla en alguien más cercano y humano.
Cuando Mister Rogers le pregunta a Hamilton si le costó mucho rodar El mago de Oz, ella dice que sí, y cuenta que le resultó muy difícil llevar puesto el maquillaje verde durante todo el día, y que hizo de todo para asegurarse de que no se le borrara, a pesar de tener que comer. Y también explica que le dolió mucho que tantos niños se asustaran con su personaje:
M.H.: […] A veces, Mister Rogers, me sabe muy mal que los niños se asusten tanto con la bruja; eso siempre me pone muy triste, porque no creo que ninguno de nosotros pensara que esa bruja daría tanto miedo como parece que da. Pero cuando comprendes a la bruja, cuando te das cuenta de que solo se trata de un cuento y de que todos podemos interpretarla, que puedes hacerlo, que los niños se disfrazan de bruja, como ya ha dicho usted, y las niñas también, y a veces cuando te haces mayor también te disfrazas en Halloween para fingir que eres alguien diferente…
F.R.: Además, tampoco todas las brujas tienen por qué ser malas.
Un poco más tarde, Mister Rogers le pregunta si le gustaría volver a probarse su disfraz. Hamilton dice que sí, que le encantaría, que le parecería divertido. Abre un baúl y empieza a sacar las prendas que conforman esa espantosa indumentaria negra. Cuando Hamilton ve los ropajes, se le ilumina el rostro. «¡Vaya…! ¡Pues claro que sí!», exclama, y empieza a vestirse. Se pone la falda y se la abrocha, y luego se da unos golpecitos en la cadera.
M.H.: Mira tú por dónde… ¡Aquí puedo meter cosas! Incluso las brujas necesitan llevar bolsillos.
F.R.: Me va muy bien verla ponerse el traje.
M.H.: Ah, pues me alegro.
F.R.: […] Porque así sé que es una mujer de carne y hueso que se disfrazó para hacer este papel.
Mister Rogers la ayuda a ponerse el blusón negro de manga afarolada y le pide que se dé la vuelta para mostrar la espalda a los televidentes. «Aquí hay una cremallera de verdad, como la de mi jersey», dice.
Margaret Hamilton da una vuelta en redondo, vestida con el disfraz. «¡Vaya…!», exclaman los dos a la vez. Y ella suelta una risita nerviosa y dice: «¿Verdad que es divertido?». Y el anfitrión del programa contesta: «¡Está usted fantástica!». Es obvio que los dos se lo están pasando en grande.
Ella se pone la capa y la ondea. Y luego se coloca en la cabeza el icónico sombrero con un velo en la punta y sonríe a la cámara. «¡Aquí está vuestra vieja amiga la Bruja Malvada del Oeste!», dice con una risa de satisfacción.
A petición de Mister Rogers, pone la misma voz que en la película y suelta la famosa carcajada estridente. Él le dice que sería divertido hablar de esa manera, e intenta imitarla emitiendo unos chillidos.
«¡Pues sí que sabe hacerlo! –exclama Margaret Hamilton–. Todos podemos