La señora que usaba galera. Fabián Sevilla

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Название La señora que usaba galera
Автор произведения Fabián Sevilla
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789500210980



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      La señora que usaba galera venía por el camino.

      Podría describírsela, pero mejor véanla ustedes…

      Habrán notado que tiene un grano muy pero muy peludo en la nariz. Pero eso es un detalle, no hay nada de malo en un grano peludo o pelado.

      Quería hacerles notar otra cosa.

      La señora que usaba galera cargaba una mochila; si no la vieron bien, vuelvan a fijarse (que no los desconcentre el granito, por favor).

      ¿Listo?

      En su mochila, la engalerada cargaba todo pero todo lo que tenía. Salvo que ustedes tengan mirada de rayos X, seguro no pueden ver lo que había adentro. Por eso les detallo que, muy bien acomodado, llevaba…

      Su casa de dos pisos (con todos los muebles y, en el fondo, una huerta de zanahorias y tréboles y rapónchigos).

      Cinco soquetes (uno de cada color).

      Un sándwich de salamín (también había tenido una feta de queso, pero ya se la comió).

      Un enano de jardín (viajaba durmiendo, el petiso, usando el pan del sándwich como almohada).

      Un cepillo para dientes y un pomo con dentífrico (también una dentadura postiza que utilizaba de repuesto por si algo le causaba muchas carcajadas).

      Un juego completo de jitanjáforas (lo consiguió a cambio de los tres retruécanos que le habían regalado cuando cumplió tu misma edad).

      Crema para calmar el dolor de juanetes (de tanto caminar le salieron varios, entre ellos, Juanete López y Juanete Pérez y Juanete Domínguez).

      A la señora que usaba galera le gustaba hablar mientras caminaba. Y sin dejar de mover sus pies ni darse un descanso iba conversando con Sol.

      Desde el altísimo celeste, Sol le comentaba que hacía añares sentía una morrocotuda turulés amorosa por Luna y que hacía añares iba detrás de quien le enrulaba los rayos a causa de esa turulés, pero quien daba un motivo a sus brillos se le vivía escapando.

      —Salvo por unos pocos eclipses, nunca tuvimos una cita que durara lo suficiente como para que le confesara mis sentimientos —con su propio calor Sol se secaba un refulgente lagrimón.

      —El cielo es un lugar demasiado grande y les va a costar encontrarse si alguno de los dos no se queda quieto —quiso consolarlo la galerídica—. Míreme a mí, el mundo también es muy pero muy grande, y desde que empecé a andar por los caminos, todavía no consigo un sitio para quedarme quieta y poder mudar mi casa y un rincón que al fin sienta como mi rincón.

      Tanta melancolía le agarró a Sol, que ahí nomás pescó una nube que justo venía pasando.

      Tenía forma de arpa, la nube.

      Y usando tres de sus rayos, rasgó las cuerdas de la nubearpa. A la vez, cantaba una balada que tenía la misma pena con la que una gallina mira un huevo frito. El mediodía olió a mermelada amarga con aquella canción solar.

       ¿Dónde harán Pájaro y Pez su nido?

       Naturaleza separa lo que el amor ha unido

       y Pez se vuelve al mar

       y Pájaro echa a volar,

       llevándose en sus corazones el nido escondido.

      —Espero, Sol, que llegue el día o la noche en que los dos puedan juntarse a conversar con tranquilidad sin que los apuren Amanecer o Atardecer —le deseó ella desde abajo.

      —Y yo le pido, apreciada señora que usa galera, que no deje de caminar —la animó él desde muy pero muy arriba—. Ya va a encontrar un sitio para quedarse quieta y poder mudar su casa y tener un rincón que al fin sienta como su rincón.

      Sol le pidió permiso para seguir su lenta marcha por el celeste; enseguida tendría que hacer brillar la hora de la siesta.

      “Nos vemos” y “Nos vemos”, se dijeron.

      Sol se fue rumbo al oeste y ella siguió andando hacia la dirección en la que venía.

      Y estuvo meta caminar hasta llegar a un punto.

      No era un punto dibujado con lápiz o con tinta china.

      Era un punto del camino donde se cruzaban cinco caminos.

      En el centro había una maceta.

      Y en la maceta crecía la rosa de los vientos, con sus pétalos señalando cada uno de los mil doscientos ocho puntos cardinales.

      Con cuidado, muchísimo cuidado arrancó la flor. Cerró los ojos y comenzó a soplarla con suaves soplidos de lombriz.

      La rosa dejó que ella la hiciera girar. La engalerizada, que también giraba sin marearse, iba diciendo:

      A Tin Marín

      o a Dedó Pingüé

      o hasta Cúcara Mácara

      o para Titerefué.

      Como no sé a dónde ir,

      que la suerte decida

      a dónde mis pasos encaminaré…

      Abrió los ojos.

      La rosa estaba quieta, con uno de los pétalos señalándole el camino que iba hacia allá.

      Hacia allá se llegaba derechito a Cúcara Mácara.

      Y después de replantar la rosa en su maceta, la señora que usaba galera hacia Cúcara Mácara fue…

      Podría