Ruta de las abejas. Jorge Galán

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Название Ruta de las abejas
Автор произведения Jorge Galán
Жанр Книги для детей: прочее
Серия El país de la niebla
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788412198997



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a que lo hagan. Es simple.

      —Parece simple, pero hay que tener valor o demencia para internarse en esa oscuridad.

      —Puede ser, pero queremos ver el Árbol —dijo Lóriga—. Además, necesitamos hacerle una pregunta al libro.

      —¿Qué pregunta?

      —Una pregunta, señor Rumin —dijo Nu—. Una sola y secreta pregunta.

      —¿Tan secreta como para no revelármela?

      —Precisamente —confirmó Nu.

      —Está bien —dijo Lobías—. Todos en Eldin Menor dicen que ustedes, los ralicias, son gente extraña, pero no creía que tanto. Internarse en las nieblas para buscar un árbol, y un libro dentro de un árbol, y hacerle una pregunta… es lo más extraño que escuché en toda mi corta vida.

      —Es extraño, ciertamente —admitió Lóriga—, pero ahora dime, buen muchacho, ¿qué prefieres hacer mañana, regresar a tu casa, a tus vacas, a tu leche, a tu vida de todos los días, o vivir una aventura extraordinaria, que luego será recordada por las rimas de los hacedores de historias?

      En ese momento, se escuchó un estallido lejano. Los tres miraron al cielo, hacia Eldin Menor, la cual estaba iluminada por hermosos fuegos artificiales. Lobías pensó que los flautistas de la corte de Hazed estarían tocando sus ruidosas melodías, que seguro Maara y su tío Doménico, y el resto, bailarían en la plaza central de la ciudad, que habría tarimas con poetas repitiendo sus rimas, y que nadie pensaría que él no estaba allí. ¿Quién preguntaría por Lobías Rumin? Era sólo un chico flaco y sin herencia, venido de las islas, con una reputación no demasiado limpia. Y con todo eso en su mente, y una desolación enorme y oscura como el mismo Valle de las Nieblas, Lobías respondió a Lóriga:

      —Algo extraordinario —dijo Lobías Rumin—. Necesito vivir algo extraordinario.

      —¿Y si todo sale mal? —preguntó Nu.

      —En mi vida ya todo ha salido mal muchas veces —dijo Lobías—. ¿Qué podría perder?

      —¿La vida? —cuestionó Lóriga, con timidez.

      —Puede haber peligros inimaginables —subrayó Nu.

      —¿Alguna vez han sentido que es el momento? —preguntó Lobías—. ¿El momento de cambiarlo todo, que ha llegado lo que esperaban?

      —Éste es precisamente ese momento para nosotros —dijo Nu.

      —Y para mí —sentenció Lobías—. No quiero ser un repartidor de leche el resto de la vida, sé que hay algo más en el viento, que tengo que moverme, que tengo que levantarme y salir de casa, no para perder la vida, sino para encontrarla. Mañana, o pasado mañana, o cuando sea que esas abejas holgazanas sigan su viaje, marcharé con ustedes, y llegaremos al final de la niebla y encontraremos el Gran Árbol. Y todo dejará de ser un viejo mito para volverse una verdad.

      Poco después, los estallidos cesaron, también la conversación, y los tres comprendieron que lo habían dicho todo. Al día siguiente, les esperaba lo inimaginable.

      14

      La mañana fue vertiginosa como el rápido de un río que baja de las montañas.

      —Señor Rumin, señor Rumin —gritaba Lóriga al oído de Lobías, que dormía envuelto en una gruesa y cálida manta.

      —¿Qué sucede? —preguntó Lobías, entre bostezos.

      —Sucede que se van —dijo Lóriga.

      —¿Se van?

      —Las abejas. Se marchan.

      Lobías dio una vuelta en el piso para desenrollarse de la manta y se levantó de un salto. Lóriga le ofreció una taza con algo de té.

      —Bebe —le dijo, y Lobías bebió aquel líquido caliente y dulce, mientras el aire frío lo despertaba. El zumbido de las abejas Morneas vibraba en la lejanía.

      —¿Se han marchado hace mucho?

      —Debemos salir de inmediato —anunció Lóriga.

      —Lamento que no tengamos tiempo para desayunar —se disculpó Nu con Lobías.

      —No lo lamentes —dijo Lobías—, más lamentaríamos perder el rastro de tus amigas.

      —Amarra esto a tu cintura —continuó Lóriga, quien le dio a Lobías una cuerda.

      —¿Para qué es?

      —Hazlo —insistió Lóriga, y Lobías la tomó e hizo lo que se le dijo. Luego, Lóriga le tendió una cuerda más grande y le pidió que amarrara un extremo a la que se hallaba alrededor de su cintura, y ella amarró el otro extremo a la suya. Después, hizo lo mismo con Nu.

      —Ya entiendo —habló Lobías—. No quieres que nos perdamos.

      —Precisamente —dijo Lóriga, mientras amarraba a los caballos y miraba de reojo cómo Nu encendía una lámpara. Cuando Lóriga acabó con los caballos, Lobías y Nu la esperaban.

      —Estamos listos —dijo Lóriga, y los dos hombres asintieron y avanzaron. El zumbido de las abejas se escuchaba cada vez más lejano, y, sin embargo, al llegar frente a la niebla, se detuvieron. Parecían estar frente a una muralla gigantesca y gris. Los caballos relincharon, nerviosos. Ninguno de los tres dijo una palabra, pues no había mucho que decir, estaban allí, era la primera hora del día, el mundo conocido se había quedado atrás, delante había sólo incertidumbre y oscuridad, pero también un deseo de conocer lo que para otros no eran sino extrañas rimas de antiguos libros inmersos en bibliotecas igual de sombrías. Se encontraban frente a su destino. Y lo sabían.

      El primero fue Nu, que avanzó, y en un instante se volvió una silueta. Luego, Lóriga. Y Lobías miró a ambos lados, pero no atrás. Entonces avanzó. Y fue así como comenzó la nueva historia de Lobías Rumin, fue así como se atrevió a hacer lo que antes jamás imaginó, aquello que le daría una vida nueva que duraría mucho más de lo que podía suponer. Y desde entonces, como ese día, jamás miraría atrás.

      15

      Poco después, Lobías caminaba en medio, Lóriga, en la retaguardia, detrás de ella, los caballos, y al frente de todos, Nu, con la lámpara encendida. La niebla era irreal, oscura, y Lobías pensaba que era como andar en medio de una nube tormentosa.

      Las abejas avanzaban más veloces de lo que podían suponer y no era fácil seguirles el paso. No podían verlas, pero sí escucharlas. La niebla era tan espesa que los pies no podían distinguirse, así que era difícil avanzar. Nu pidió a los otros que caminaran junto a él, en lugar de atrás, uno a cada lado, para que aprovecharan también la luz de la lámpara; lo hicieron y avanzaron con mayor rapidez. Llegaron a una extensión fangosa. El fango no era profundo, pese a ello, Lobías no dejaba de pensar que quizá se encontraban a la orilla de un pantano, y que, en cualquier momento, podría hundirse, él o los otros o todos juntos. Lo peor era que, a medida que avanzaban, parecían descender un poco más. Cuando el fango llegó a sus rodillas, ya no pudieron ignorarlo.

      —¿Podemos seguir por aquí? —preguntó Lóriga, pero su pregunta no poseía respuesta, dado que ni Lobías ni Nu podían darla.

      —No tenemos opción —dijo Nu.

      —Podemos volver —dijo Lobías.

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