El odio que das. Angie Thomas

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Название El odio que das
Автор произведения Angie Thomas
Жанр Книги для детей: прочее
Серия Novela juvenil
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788412177947



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      Algunas chicas del equipo también están ahí: Jess, la segunda capitana, y Britt, la pívot, la cual logra que Maya parezca una hormiga. Es casi un estereotipo el hecho de que nos sentemos todas juntas, pero así han resultado las cosas. Quiero decir, ¿a quién más podría interesarle oír nuestras quejas sobre las rodillas hinchadas o entender las bromas que hacemos en el autobús después del partido?

      Los compañeros de Chris del equipo de baloncesto están en la mesa de al lado, molestando a Hailey y a Luke. Chris todavía no ha llegado. Desafortunada y afortunadamente.

      Luke nos mira a mí y a Maya, y extiende sus brazos hacia nosotras.

      —¡Gracias! Dos seres sensatos que pueden ponerle fin a esta discusión.

      Me deslizo sobre el banco, al lado de Jess. Ella descansa la cabeza en mi hombro.

      —Llevan quince minutos con esto.

      Pobre chica. Le acaricio el cabello. Estoy secretamente enamorada de su corte de pelo tipo pixie. No tengo el cuello lo suficientemente largo como para hacerme uno igual, pero su pelo es perfecto. Cada mechón está donde debe estar. Si me gustaran las chicas, saldría con ella en dos patadas por su cabello, y ella saldría conmigo por mis hombros, claro.

      —¿De qué se trata esta vez? —pregunto.

      —De las Pop Tarts —dice Britt.

      Hailey se vuelve hacia nosotras y señala a Luke con el dedo.

      —¿Creerás que este idiota ha dicho que están más ricas si las calientas en el microondas?

      —Qué ascooo —digo, en lugar de mi normal puaj, y Maya pregunta:

      —¿Hablas en serio?

      —De locos, ¿no? —dice Hailey.

      —¡Santo Dios! —exclama Luke—. ¡Sólo te he pedido un dólar para comprar una en la máquina!

      —No gastarás mi dinero en destrozar una Pop Tart metiéndola en el microondas.

      —¡Se supone que hay que calentarlas! —discute él.

      —En realidad estoy de acuerdo con Luke —dice Jess—. Las Pop Tarts están mil veces más ricas si las calientas.

      Muevo el hombro para que no pueda descansar la cabeza en él.

      —Ya no podemos ser amigas.

      Abre la boca y luego hace un puchero.

      —Está bien, está bien —le digo, y vuelve a reposar la cabeza sobre mi hombro con una gran sonrisa. Es sumamente extraña. No sé cómo piensa sobrevivir sin mi hombro cuando se gradúe, dentro de unos meses.

      —A cualquiera que caliente una Pop Tart habría que arrestarlo —dice Hailey.

      —Y ponerlo tras las rejas —digo.

      —Y obligarlo a comer Pop Tarts sin calentar hasta que acepten lo ricas que están —agrega Maya.

      —Es la ley —termina Hailey, golpeando la mesa como si con eso lo resolviera todo.

      —Estáis mal de la cabeza —dice Luke, bajando de la mesa de un salto. Toca el cabello de Hailey—. Creo que todo ese tinte que llevas te ha alterado el cerebro.

      Ella le da un manotazo mientras él se aleja. Le puso mechas azules a su cabello rubio miel y se lo cortó hasta los hombros. Cuando estaba en quinto curso, se lo cortó con unas tijeras durante un examen de matemáticas únicamente porque se le ocurrió. En ese momento me di cuenta de que estaba loca.

      —Me gusta el azul, Hails —le digo yo—. Y el corte.

      —Sí —sonríe Maya—. Muy Joe Jonas por tu parte.

      Hailey vuelve la cabeza rápidamente con los ojos centelleantes. Maya y yo nos reímos.

      Hay un vídeo en las profundidades de YouTube donde salimos las tres haciendo playback de los Jonas Brothers y fingiendo que estamos tocando la guitarra y la batería en la habitación de Hailey. Ella decidió que era Joe, que yo era Nick y Maya, Kevin. En realidad yo quería ser Joe, a quien más amaba en secreto, pero Hailey dijo que era para ella, así que no discutí.

      Siempre le permitía hacer lo que quería. Todavía lo hago. Supongo que forma parte de ser la Starr de Williamson.

      —¡Tengo que encontrar ese vídeo! —dice Jess.

      —Nooo —dice Hailey, deslizándose de la mesa—. No debe ser encontrado jamás —se sienta frente a nosotras—. Nunca. Nun-ca. Si pudiera recordar la contraseña de esa cuenta, la borraría.

      —Ooh, ¿cómo se llamaba esa cuenta? —pregunta Jess—. ¿JoBro Lover o algo así? Espera, no, JoBro Lova. A todos nos encantaba escribir mal las cosas en secundaria.

      Suelto una sonrisa de superioridad y mascullo:

      —Algo así.

      Hailey me mira.

      —¡Starr!

      Maya y Britt ríen.

      En momentos como éste, me siento normal en Williamson. A pesar de las reglas que me impongo, encontré mi grupo, mi mesa.

      —Está bien —dice Hailey—. Ya veo cómo están las cosas, Maya Jonas y la Chica Starry 2000 de Nick…

      —Entonces, Hails —digo, antes de que pueda terminar de decir mi antiguo nombre de usuario. Me dirige una gran sonrisa—. ¿Cómo has pasado las vacaciones?

      Hailey deja de sonreír y pone los ojos en blanco.

      —Uf, una maravilla. Papá y mi adorada madrastra nos arrastraron a Remy y a mí a la casa de Las Bahamas para disfrutar de un tiempo en familia.

      Y bum. ¿Esa sensación de normalidad? Desaparece. De repente recuerdo lo distinta que soy de la mayoría de los chicos que están aquí. Nadie tendría que arrastrarnos a mí o a mis hermanos a Las Bahamas; llegaríamos nadando si pudiéramos. Para nosotros, unas vacaciones en familia es quedarse en un hotel con piscina de la zona a pasar el fin de semana.

      —Me suena a mis padres —dice Britt—. Nos llevaron al Harry Potter World de mierda por tercer año consecutivo. Estoy harta de la Cerveza de Mantequilla y de las fotos cursis de familia con la varita mágica.

      Vaya, ¿quién cojones se queja de tener que ir al Harry Potter World? ¿O de la Cerveza de Mantequilla? ¿O de las varitas mágicas?

      Espero que ninguna de ellas me pregunte sobre mis vacaciones. Han ido a Taipéi, a Las Bahamas, al Mundo Mágico de Harry Potter. Yo me he quedado en el barrio y vi a un policía matar a mi amigo.

      —Supongo que lo de Las Bahamas no estuvo tan mal —dice Hailey—. Querían que hiciéramos cosas de familia, pero al final terminamos por hacer cada uno lo suyo.

      —Querrás decir que me escribías todo el tiempo —dice Maya.

      —Era lo mío.

      —Cada día, todo el día —agrega Maya—. Ignorando la diferencia de horario.

      —Da igual, pequeña. Ya sabes que te gusta hablar conmigo.

      —Oh —digo—. Qué guay.

      Pero no lo es. Hailey no me envió un solo mensaje de texto durante las vacaciones de primavera. Últimamente, apenas me llama. Quizás una vez a la semana, cuando antes solía hacerlo todos los días. Algo ha cambiado entre nosotras, y ninguna de las dos lo reconocemos. Nos comportamos de forma normal cuando estamos en Williamson, como ahora. Pero más allá de eso, ya no somos las mejores amigas que éramos, sucede que… No lo sé.

      Además, dejó de seguir mi cuenta de Tumblr.

      No tiene la menor idea de que yo lo sé. Una vez publiqué una foto de Emmett Till, un chico de catorce años al que asesinaron por silbarle a una mujer blanca en 1955. Su cuerpo mutilado no parecía algo humano. Hailey