Название | Inteligencia social |
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Автор произведения | Daniel Goleman |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | Ensayo |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788472457799 |
Esta conexión entre la parte superior de la corteza cerebral y las regiones subcorticales inferiores convierte a la corteza orbitofrontal en una auténtica encrucijada entre la vía superior y la vía inferior, un epicentro que se ocupa de dar sentido al mundo social que nos rodea. Con el fin de integrar la experiencia externa y la experiencia interna, la corteza orbitofrontal debe llevar a cabo un rapidísimo proceso de cálculo social que nos indica cómo nos sentimos con una determinada persona, cómo se siente ella con nosotros y cuál debe ser, en función de todo ello, nuestra respuesta más adecuada.
De estos circuitos neuronales dependen la delicadeza, el rapport y las relaciones sociales amables,2 porque la corteza orbitofrontal contiene neuronas esenciales para detectar las emociones en las expresiones del rostro de los demás y en los matices de su tono de voz y, al conectar esos mensajes sociales con nuestra experiencia visceral, sentir el modo en que se sienten.3
Son precisamente estos circuitos los que nos permiten determinar el significado afectivo que algo o alguien tiene para nosotros. No es de extrañar que, en este sentido, la RMNf haya puesto de relieve una activación de la corteza orbitofrontal cuando una madre ve una imagen de su propio hijo, cosa que no sucede cuando contempla imágenes de otros bebés, y que esa activación determine la intensidad de sus sentimientos de amor y cordialidad.4
Hablando en términos técnicos, los circuitos ligados a la corteza orbitofrontal asignan un “valor hedónico” a nuestro mundo social y nos permiten ser conscientes de lo que nos gusta, de lo que nos desagrada y de lo que adoramos. Y ello también explica, en consecuencia, algunos de los aspectos que configuran el entramado neuronal de un beso.
La corteza orbitofrontal valora asimismo algunas cuestiones estético-sociales, como nuestra reacción al olor de una persona, una señal primordial que suele evocar sensaciones muy intensas de gusto o disgusto (de las que depende, por cierto, el éxito de la perfumería). Recuerdo que, en cierta ocasión, un amigo me dijo que únicamente podía amar a una mujer cuyo olor, al besarla, le gustase.
El beso posee una cualidad motora que se pone en funcionamiento antes incluso de que las percepciones alcancen la conciencia y seamos conscientes de los sentimientos subterráneos que se han activado en nosotros.
Pero no son ésos, obviamente, los únicos circuitos neuronales implicados porque, aun en el primer beso, los osciladores adaptan y coordinan la tasa de estimulación neuronal y de activación motora encargados de la delicada tarea de guiar las dos bocas a la velocidad y trayectoria adecuada para que los labios se encuentren suavemente sin que sus dientes lleguen a chocar.
LA VELOCIDAD DE LA VÍA INFERIOR
Escuchemos el modo en que un profesor que conozco eligió a su secretaria, la persona con la que debía pasar la mayor parte de la jornada laboral:
«Apenas entré en la sala de espera en que estaba sentada me di inmediatamente cuenta de que su sola presencia me sosegaba. Entonces supe que se trataba de una persona con la que resulta- ría muy fácil estar. No por ello, obviamente, dejé de echar un vistazo a su currículum, pero desde el mismo comienzo, supe que acabaría contratándola y, desde entonces, no lo he lamentado un solo instante».
Intuir si una persona nos gusta o no significa conjeturar si estableceremos con ella un buen rapport, o, al menos, si nos llevaremos bien con ella. ¿Pero cómo seleccionamos, de entre toda la gente que nos rodea, a nuestros amigos, a nuestros socios o a nuestra pareja? ¿Cómo detectamos, en suma, a las personas que nos atraen y las diferenciamos de aquellas otras que nos resultan indiferentes?
Gran parte de este proceso de toma de decisiones parece depender de la primera impresión. En un estudio muy revelador, un grupo de universitarios pasaron, el primer día de clase, entre tres y diez minutos relacionándose con un extraño e, inmediatamente después, estimaron la probabilidad de que acabasen convirtiéndose en buenos amigos o en meros conocidos. La investigación puso de relieve que, nueve semanas más tarde, esa estimación predijo con considerable exactitud el curso real de la relación.5
Lo que hacemos durante esos juicios tan precisos depende básicamente, según los neurocientíficos, de un conjunto inusual de neuronas, las neuronas fusiformes. Como su nombre indica, esas neuronas tienen forma de huso y poseen un cuerpo cuatro veces más grande que el de cualquier otra neurona del que emergen las dendritas y un axón largo y grueso que establece las conexiones interneuronales. Si tenemos en cuenta que la velocidad de transmisión del impulso nervioso depende del tamaño de los brazos que conectan a las neuronas implicadas, no es de extrañar la extraordinaria velocidad de las células fusiformes.
Existe una densa red de células fusiformes que conectan la corteza orbitofrontal con la parte superior del sistema límbico, la llamada corteza cingulada anterior (CCA), que orienta nuestra atención y coordina nuestros pensamientos, emociones y respuestas corporales con nuestros sentimientos, estableciendo así una suerte de centro de control neuronal.6 Desde esta unión crítica, las células fusiformes se extienden a muchas otras regiones cerebrales diferentes.7
El tipo de sustancias ante las que responden los axones pone de manifiesto la función que desempeñan en las relaciones sociales. En este sentido, las células fusiformes son ricas en receptores de serotonina, dopamina y vasopresina, cuyo papel resulta esencial en las relaciones interpersonales, en el amor, en el placer y en los estados de ánimo positivos y negativos.
Algunos neuroanatomistas afirman que las células fusiformes constituyen un rasgo distintivo del ser humano, porque nosotros poseemos una cantidad de células fusiformes mil veces superior a la de los simios, nuestros parientes más próximos, que sólo poseen varios centenares y no parecen hallarse presentes en el cerebro de ningún otro mamífero.8 Asimismo hay quienes sostienen que las células fusiformes explican por qué algunas personas (o especies de primates) son socialmente más conscientes o sensibles que otras,9 algo que coincide con los resultados de ciertas investigaciones de imagen cerebral que han puesto de relieve una mayor activación de la corteza cingulada anterior en las personas interpersonalmente más conscientes, es decir, en las personas que no sólo saben valorar adecuadamente una determinada situación social, sino que también son capaces de sentir el modo en que los otros pueden llegar a percibirla.10
Una de las regiones de mayor concentración de células fusiformes de la corteza orbitofrontal se denomina F1 y se activa durante nuestras reacciones emocionales a los demás, especialmente durante la llamada empatía instantánea.11 Cuando una madre, por ejemplo, escucha el llanto de su hijo, o cuando experimentamos el sufrimiento de un ser querido, el escáner cerebral muestra una especial activación en esa zona, que también se da en momentos emocionalmente cargados, como cuando contemplamos la imagen de una persona amada, cuando alguien nos parece atractivo, o cuando juzgamos si están tratándonos bien o están engañándonos.
Otra región en la que también abundan las células fusiformes es la llamada área 24 de la corteza cingulada anterior, que se pone en funcionamiento cuando experimentamos una emoción intensa y desempeña un papel esencial en nuestra vida social, orientando el despliegue y el reconocimiento de la expresión facial de las emociones. Esta región, a su vez, se halla fuertemente conectada con la amígdala, asiento de nuestras primeras impresiones y detonante asimismo de muchos de esos sentimientos.
La rapidez que caracteriza a este tipo de neuronas parece explicar