Italia oculta. Giuliano Turone

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documentado mediante diligencias judiciales, sentencias, autos, confesiones, interrogatorios, testimonios, pericias balísticas, atestados, quizá infravalorados o no comprendidos en su momento, aquí, en cambio, analizados con la paciencia del escritor que a menudo, como magistrado, estuvo en el centro de lo que relata. No es una autobiografía. Si no se conocen los hechos, solo cabe detectar la presencia y la función del autor por alguna minúscula nota a pie de página, justo lo contrario de la exhibición.

      El protagonista de las vicisitudes narradas es un país enfermo, a menudo moribundo, una ciénaga no desecada donde en los setenta-ochenta del siglo pasado, del atentado de Piazza Fontana al asesinato de Moro, a la masacre de la estación de Bolonia, se desencadenó un pandemonio, matanzas, asesinatos, complots, intentos de golpe de Estado. En una alianza, esta sí novelesca, entre política y criminalidad se desprenden de estas páginas los personajes más diversos, ministros, bandidos, hermanos, presidentes de Gobierno, presidentes de la República, aventureros, terroristas, provocadores, jefes mafiosos, jueces corruptos, agentes secretos, implicados en el doble juego, sicarios, generales desleales que deshonraron su uniforme. Un Triunfo de la muerte capaz de dar envidia a Pieter Brueghel el Viejo. Luego está la otra Italia que, con esfuerzo, se mantuvo firme, a la que el libro está dedicado, representada aquí por Tina Anselmi, presidenta de la Comisión de investigación de la logia P2, el coronel de la Guardia di Finanza (GF) Vincenzo Bianchi, el comisario de policía Pasquale Juliano, el general de carabineros Giorgio Manes, el juez Giancarlo Stiz, simplemente, «Servidores de la República».

      En el libro de Turone los hechos no siguen una aparente continuidad temporal. Italia oculta está construida con fragmentos: la logia P2; Michele Sindona, el banquero quebrado asesino, un día definido por Andreotti «el salvador de la lira»; Giorgio Ambrosoli, el abogado que pagó con la vida su honestidad; Piersanti Mattarella y su homicidio en Palermo; las masacres de los trenes; el proceso Pecorelli.

      Estos fragmentos y tantos otros se recomponen naturalmente en un diseño de conjunto sobre la estrategia pensada y ejecutada por los enemigos de la República: cancelar la Constitución, destruir la democracia que costó tanta sangre y tanto dolor.

      «Cuántas historias. La P2 no fue más que un club de caballeros», dijo en varias ocasiones el ex presidente del Gobierno Silvio Berlusconi (carnet 1816 de la logia). Y Gelli, años después, en 2008, en tiempos del último gobierno Berlusconi, devolviéndole el favor, reivindicó con orgullo la paternidad del «Plan de resurgimiento democrático» para la logia P2 con estas palabras: «Pena no haberlo depositado en la SIAE [Sociedad Italiana de Autores y Editores] por los derechos: todos se han inspirado en él: el único que puede llevarlo adelante es el actual presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi».

      Los entonces jueces instructores Giuliano Turone y Gherardo Colombo, responsables de la investigación sobre la P2, habían llegado a Gelli tras la muerte de Giorgio Ambrosoli, asesinado por la mafia cerca de la iglesia de San Vittore, en el centro de Milán. En una agenda intervenida a Sindona en Estados Unidos, en 1979, remitida luego a Italia, figuraban todas las direcciones de Licio Gelli, hombre de negocios de Arezzo conocido de la policía. Entre otras, la ignorada de una empresa de vestimenta masculina, la Giole, del grupo Lebole, en Castiglion Fibocchi, en la provincia de Arezzo, donde el 17 de marzo de 1981 se produjo la famosa entrada y registro del Núcleo Regional de Policía Tributaria de la GF. A infundir sospechas había contribuido también, meses antes, la clamorosa entrevista de Mauricio Costanzo (carnet 1819 de la logia) publicada en el Corriere della Sera el 5 de octubre de 1980. Su título: «Habla, por vez primera, el ‘señor P2’».

      Un manifiesto publicitario. Una toma de posición cargada de mensajes codificados. Una advertencia amenazadora.

      En su libro, Turone está también atento a los particulares más diminutos, útiles para la comprensión del clima de esa época. Como el atestado de la entrada y registro en la Giole escrito por el mariscal Francesco Carluccio: la secretaria de Gelli, Carla Venturi, que trató de hacer desaparecer la llave de la caja fuerte, el estupor del suboficial al abrirla y encontrarse con listados, documentos, correspondencia y, en una maleta, las carpetas con nombres inimaginables, ministros, generales y almirantes, jefes de los servicios secretos, gobernadores, parlamentarios, editores, directores de grandes diarios y de telediarios afiliados a la logia secreta con un juramento. Que muchos ya habían prestado, pero a la República. Entre ellos también el comandante de la GF Orazio Giannini y el jefe de Estado Mayor Donato Lo Prete.

      La columna de autos que traslada a Milán los materiales intervenidos, con las listas de los 963 nombres de individuos, muchos, situados en los vértices de la República, parece una acción de guerra. El Fiat Ritmo, con los documentos, marcha en medio de dos Alfetta solicitadas al comando de la GF: a bordo de cada una, cuatro soldados armados de metralleta.

      Pocos lo saben, aunque la noticia comienza a circular. Gelli, el gran custodio —Turone, que ama a Dante, escribe que podría ser Cerbero, el monstruo de tres cabezas, Gerión, la fiera de la cola afilada, Pluto con su voz bronca— preocupado, pasa de inmediato al contraataque y, poco después, en el aeropuerto de Fiumicino, hace encontrar, escondido de mala manera en el fondo de una maleta de su hija, el «Plan de resurgimiento democrático». Un plan subversivo. Amenaza y advertencia. Golpismo rastrero.

      ¿Por qué tanto espacio a la logia en el prólogo a este libro de Turone, rico de hechos y de personajes? Porque la P2 es «la metástasis de las instituciones», el corazón, la madrastra perversa, portadora de casi todas las iniquidades de aquellos años. Se hace presente de continuo con sus nombres de poderosos y subordinados que obedecen órdenes, aunque sean criminales. La pérdida de la dignidad y del respeto civil son la norma. Impresionan ciertos hechos que pueden parecer menores. Gelli que convoca en su Villa Wanda a un alto magistrado, Carmelo Spagnuolo, fiscal jefe ante la Corte de Apelación de Roma; al general Giovanbattista Palumbo, comandante de la División de Carabineros Pastrengo de Milán; al general Franco Picchiotti, comandante de la División de Carabineros de Roma; al general Luigi Bittoni, comandante de la Brigada de Carabineros de Florencia; a dos coroneles. El venerable tiene prisa y los hombres de la República acuden prontos a escuchar al oráculo. Estamos en 1973 —escribe el «Informe Anselmi»—, el peligro es el avance del Partido Comunista (PCI) tras las elecciones de 1976, el referéndum, el divorcio, el aborto. Se contempla entonces la hipótesis de un gobierno presidido por Carmelo Spagnuolo. Gelli parece un jefe de Estado Mayor General que da las órdenes a los subordinados para que las transmitan a los de menor graduación.

      Sus nombres están todos en las listas de la P2 y reaparecen en muchas ocasiones. El del general Giovanbattista Palumbo obliga a Giuliano Turone, siempre comedido, atento al significado de las palabras, a usar los adjetivos «temible y francamente malvado». («El innoble crimen de la agresión sexual a la actriz Francesca Rame, ideado y ordenado por la mente perversa del general Palumbo», partió de la «Pastrengo» en 1973).

      El comando de la división Pastrengo, en via Marcora, en Milán, en los alrededores de la plaza de la República, es en aquellos años un lugar siniestro. Todos los hombres del Estado Mayor del general están inscritos en la P2. Verdadero y propio grupo de un poder malsano, refiere el coronel Nicolò Bozzo, una persona recta, fiel a la República.

      El general Palumbo es un apasionado cazador de adhesiones a la logia, le gusta asistir a la iniciación de nuevos hermanos en el Hotel Excelsior, en Roma. Según el «Informe Anselmi», está en estrecho contacto con el general Musumeci, secretario general del Servicio Secreto Militar (SISMI). Es también un enemigo acérrimo del general Carlo Alberto dalla Chiesa. Probablemente por celos, le teme y le hace todo el daño que puede.

      Dalla