Pablo VI, ese gran desconocido. Manuel Robles Freire

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Название Pablo VI, ese gran desconocido
Автор произведения Manuel Robles Freire
Жанр Философия
Серия Testigos
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788428563826



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maestro Ezequiel Malizia no reconoció que le tiró de las orejas

      En una ocasión, siendo cardenal de Milán, fue a ver a su antiguo maestro Malizia al hospital:

      —Me acuerdo de los tirones de orejas...

      Su viejo maestro, como había gente, se sintió un poco avergonzado y quiso disimular:

      —Con usted, eminencia, nunca fue necesario, era muy bueno.

      Pero le tiró de las orejas como era habitual en aquellos tiempos.

      Su maestro Malizia contaba en una entrevista: «Sí, hace sesenta años me tocó el privilegio de enseñarle a leer y de poner la primera pluma en su mano para enseñarle a escribir. Era un niño algo pálido, delicado de salud, con unos ojos muy vivarachos. Aunque no debería decirlo, alguna vez tuve que tirarle de las orejas».

      Las clases de don Arístides di Viarigi

      Como no podía asistir a las clases con regularidad, por su delicada salud, los padres le pusieron un profesor para que le explicara las lecciones en casa. Y este profesor se llamaba Arístides di Viarigi. Tanto admiraba a su alumno, que guardó entre las cosas de familia cuadernos, redacciones, dibujos, convencido de que Juan Bautista sería, pasado el tiempo, «alguien» importante.

      Colegial de los jesuitas de Brescia

      A los seis años se matriculó en el colegio de los jesuitas «Cesare Arici» como alumno externo. El colegio Arici era una creación de Tovini, que fue el presidente de la Acción Católica de Brescia, y el que llevó a su padre, Giorgio Montini, a la dirección del periódico Il Cittadino di Brescia. A este colegio iban los hijos de las familias católicas de Brescia. «Nuestros hijos, si tienen la fe, nunca serán pobres; si les falta la fe nunca serán ricos».

      En la actualidad ya no están los jesuitas, son los curas diocesanos los que dirigen el colegio. Uno de los profesores de J. B. Montini, el padre Pérsico, lo describe como: «Un chico delgado, con ojos hundidos, el mejor discípulo que tuve en el colegio. Pensé cultivar su vocación de periodista, porque escribía muy bien y hubiera continuado dignamente la tarea de su padre. Yo era profesor de Física y Filosofía, pero Montini me traía a corregir sus cuartillas para nuestro periódico escolar. Escribía hechos, cosas, ideas, sin retórica, secamente. Hasta que un día me confió que deseaba ser sacerdote, y le dije que esta era la más alta vocación...».

      La formación escolar fue de tipo clásico y humanista, mientras que la instrucción religiosa impartida por los jesuitas era la tradicional y en el marco de una congregación mariana, en la que muy pronto Juan Bautista ocupó el cargo de prefecto de la misma.

      En las aulas del Cesare Arici conoció a sus mejores amigos

      En las aulas del Cesare Arici se forjaron las amistades duraderas de Battista Montini, que durarían toda su vida. En concreto tres de sus amigos: Giuseppe Cottinelli, Ottorino Marcolini y Carlino Manziana. Los tres se hicieron religiosos oratorianos de San Felipe Neri. Cottinelli se dedicó a la pastoral juvenil. Marcolini desarrolló una destacada labor pastoral entre los marginados, promocionando viviendas sociales para la gente más desfavorecida de Brescia. A este amigo sacerdote, que era ingeniero, le conocían como el «sacerdote de las casas» por la cantidad de barrios que construyó para la gente humilde. A Carlino Manziana, el más amigo de los tres por coincidir en tener muchas cosas en común y por la amistad entre sus familias, lo nombró, cuando fue papa, obispo de Cremona.

      La Primera Comunión de Juan Bautista Montini

      La hizo el 6 de junio de 1907 en la capilla de las hermanas de María Niña, en la vía Martinengo da Barco de Brescia. Tenía diez años. Le acompañaban sus padres y hermanos. La abuela le había prometido un regalo, pero a condición de que siguiera siendo buen chico. Su madre le había dicho en tono confidencial: «Hijo, es un gran día para todos nosotros; pero tú cuéntale a Jesús tus cosas». El 21 de junio, de manos del obispo, monseñor Giacinto Corna Pellegrini, Battista recibía la Confirmación, que en Italia se la llama Cresima.

      Entonces quiso su madre doña Giuditta encomendar a los oratorianos el cuidado espiritual de su hijo. Y acertó. El oratorio pasaba en Brescia una época vigorosa, con algunos padres de renombre nacional, Bevilacqua y Caresana. Y la casa del oratorio era conocida por «La Paz». Afirmaban la vida religiosa de los chicos por medio de una dirección espiritual; los capacitaban para iniciativas sociales y apostólicas; y los divertían. A los dieciséis años Juan Bautista era uno más de «La Paz».

      Su abuela les ponía el ejemplo, a sus nietos, del mártir san Pancracio

      Su abuela Francesca, con ocasión de recibir los primeros sacramentos, animaba el corazón de sus nietos leyendo historias de los mártires. Una de las lecturas preferidas de la abuela era la novela del cardenal Wiseman (1802-1865), la popular Fabiola o la Iglesia en las catacumbas.

      Al pequeño Juan Bautista le entusiasmaba el relato de Pancracio, el hijo del mártir que murió en el anfiteatro despedazado por una pantera.

      «Abuela, me acuerdo de una carta que nos dirigiste el día de la Primera Comunión, tú nos recordaste la historia del niño mártir que sacó la fuerza de confesar su fe de la ampolla que, colgada del cuello, contenía algunas gotas de la sangre de su padre, también martirizado».

      El oratorio Santa Maria della Pace

      De importancia decisiva y duradera fueron en todo caso sus encuentros y conversaciones en el oratorio de Santa Maria della Pace, inspirado en el espíritu de san Felipe Neri y que estaba sostenido por una apertura religiosa sorprendente para aquel tiempo, y que hasta disponía de instalaciones deportivas «modernas». La influencia recibida por Battista estaba personificada en la acción de dos sacerdotes: Giulio Bevilacqua y Paolo Caresana.

      Le gustaba contemplar el cuadro de la Natividad que está en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias.

      A Montini le gustaba el lugar, cerca de su casa, y allí se refugiaba para estar cerca de la Virgen y rezar. Se trata de un cuadro neogótico, obra de Vincenzo Foppa, que representa el nacimiento de Jesús. En la escena puede verse cómo la Madre, suavemente inclinada, con las manos juntas, adora al Hijo, que yace graciosamente en un repliegue o prolongación de su propio manto. Mientras tanto, san José contempla, pensativo y un poco distante, la escena de la Natividad. Pero hay que fijarse en la mirada del buey: es la de un animal curioso; el pintor lo ha dibujado como si tuviera inteligencia humana. Y luego están los ángeles y los pastores al fondo del cuadro, como esperando su turno para ir a adorar al Niño-Dios.

      El domingo 8 de septiembre de 1974, fiesta del nacimiento de María, Pablo comentaba a los fieles en el Ángelus en la Plaza de San Pedro: «Recordamos la Iglesia de Santa María de las Gracias, a dos pasos de nuestro domicilio doméstico»...

      Las convivencias de Montini con el padre Caresana junto al mar

      En el verano solían hacerse unas connivencias juveniles los chavales del Oratorio de Brescia, unas veces con el padre Luigi Carli y otras con el padre Caresana. El lugar donde iban se llamaba Viareggio, en la Toscana, en la provincia de Luca, que entonces era famosa por ser una de las estaciones balnearias más importantes del norte de Italia. Allí iban todos esos personajes –burgueses– que tan bien describiera Thomas Mann en sus novelas.

      Por la mañana se bañaban y por la tarde daban largos paseos junto al mar. «Tengo la piel quemada y el rostro bronceado. Como con apetito y la mesa es abundante». En una ocasión los compañeros le gastaron una broma: le cortaron el pelo. Pero se lo dejaron tan mal, que optó por cortarlo al cero. Su cabeza parecía una bombilla.

      Tampoco el papa Benedicto XV pudo parar la guerra

      Durante los años de la I Guerra mundial (1914-1918) Montini tenía 17 años, y se sintió muy nacionalista. Sufrió cada derrota de las tropas italianas experimentándola como una especie de desgracia nacional y, justamente por ello, como una llamada a «llevar la cruz de Cristo». La «Gran Guerra» es precisamente, según el actual recuerdo transfigurado de los veteranos del norte de Italia, la que explica los sentimientos del joven Montini.