El género zombi en el siglo XXI ha evolucionado hasta convertirse en una distopía que da cuenta de la escisión de la población entre redundantes —los que sobran— y resilientes —los que son capaces de resistir. División propiciada por el neoliberalismo, y que comporta además la transformación de los individuos en un proceso de subjetivación basado en la competencia, tomando como modelo el concepto de resiliencia elaborado en la lógica contable de la gestión de empresas. Los muertos vivientes nos arrastran al mundo postapocalíptico, y logran traducir el miedo a caer en la redundancia, planteando al mismo tiempo las bases de una nueva gobernabilidad, a partir del liderazgo y de la representación política donde se reformula el género, la diversidad etnocultural o la orientación sexual. El análisis de la metáfora zombi permite la autopsia de la utopía neoliberal para entender la distopía en la que se ha convertido, que apunta a un desplazamiento hacia el pliegue tanatopolítico. Ese «dejar morir» que implica la redefinición del concepto vida, cuando el poder se plantea la atroz pregunta de ¿a quién se debe salvar?