Nuestra pequeña y golpeada humanidad vive desde hace unos decenios una época bastante oscura. En ella se dan la llamada caída de las ideologías, las amenazas ligadas al ecosistema, una demografía descontrolada, sin olvidar las nuevas e inevitables pandemias y epidemias que, debido en buena parte a la desregulación de los ecosistemas, se abaten sobre nosotros y las otras especies animales que, sin arte ni parte, sufren con los humanos los desastres del antropoceno. En medio de tanta amenaza, en un momento donde caen los mismos límites clásicos de la racionalidad, que la limitaban a lo analíticamente previsible, llega un nuevo todo, una esperanza ansiolítica, a tono con la arrogante afirmación que considera al cerebro, al sistema nervioso en su totalidad, funcionando como una máquina de estados discretos, es decir: una computadora. Entonces, si todo esta neuralmente determinado, si hay una neuro-economía, neuro-ética, neuro-afectos… y si lo neuro es asimilable a lo cibernético, la pequeña y perdida humanidad habría encontrado, en medio de la noche, un nuevo todo. Comienza así «la era del neuroTodo». En este sentido, el libro de Guillermo Javier Nogueira expone, sin ceder a ningún reduccionismo, los ejes centrales de lo que realmente está sucediendo con los nuevos conocimientos del funcionamiento del Sistema Nervioso Central. Saber cómo funciona el cerebro no nos debe permitir caer en el facilismo y la pretensión determinista actual, porque en realidad el funcionamiento, justamente, no es el todo de nada. El dilema se presenta entonces expresado como «funcionar o existir». Es cierto que no hay posibilidad de «existir sin funcionar», pero la existencia en su complejidad, en su no-linearidad, en su no-previsibilidad, no se reduce jamás al puro funcionamiento. Hay cerebro, hay neuro, o más concretamente hay cuerpo, pero todo esto dentro de la fragilidad del existir; y esto es, precisamente, lo que el autor pretende expresar en estas páginas tan necesarias para reflexionar sobre los turbulentos tiempos que transita la humanidad.
En 1892 una de las primeras médicas argentinas escribió que una mujer porteña no podía ser chic sin ser al mismo tiempo «exquisitamente nerviosa». Este volumen reconstruye la historia de esa alquimia enfermiza, merced a la cual la moda, la expansión del consumo y la metamorfosis de la vida urbana atizaron la irrupción de una nueva experiencia llamada neurosis. Durante las últimas dos décadas del siglo XIX, Buenos Aires se transformó en el hábitat hospitalario de unos sujetos que no parecían hechos para el manicomio, pero que vivían atormentados por el insomnio, el desasosiego o los dolores gástricos. La medicina teórica, que a duras penas había aprendido a reconocer delirios o impulsos ciegos, se mostró desconcertada ante la profusión de esos neuróticos, que no eran peligrosos y tenían hábitos de buenos cosmopolitas. En base al estudio de fuentes variadas (avisos publicitarios, tesis médicas, folletos olvidables y novelas casi canónicas) este libro reconstruye las superficies o tramas culturales en que esa novedad fue modulada. Un imaginativo mercado de remedios, los institutos médicos privados (de gimnasia mecánica, hipnosis o electroterapia) y unas desabridas salas hospitalarias conformaron el trípode parcial en que esa experiencia pudo alojarse y expandirse en la Capital por esos años. Con una mirada que imbrica la historia de las ideas y la historia cultural, Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires despliega con erudición una conjetura: mucho antes de la llegada de las psicoterapias y los freudismos, y a expensas de una medicina nerviosa que, de la mano de José María Ramos Mejía, se resistía a sancionar la legitimidad de las neurosis, el mercado de consumo devino el artefacto plebeyo más propicio para hacer lugar o acompañar esa experiencia patológica y esa sensibilidad.
Fruto de un profundo trabajo de investigación sostenido desde hace más de dos décadas, el presente libro indaga acerca de la construcción del conocimiento social desde una perspectiva constructivista heredera del pensamiento piagetiano. Se avanza así en un proceso de revisión y discusión, aunque sosteniendo aspectos cruciales de dicha corriente para el abordaje de la construcción del sujeto y el objeto de conocimiento, en la búsqueda de la elaboración de una teoría explicativa para la formación de nuevos conocimientos. Una propuesta colaborativa entre diversas disciplinas de potencial interés para los diferentes actores que estudian e intervienen en este campo.
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Escriben: José Antonio Castorina, Alicia Barreiro, Tomás Baquero Cano, Daniela Bruno, Gastón Becerra, Mariana García Palacios, Mariela Helman, Axel Horn, Paula Nurit Shabel y Cristian Parellada
"Lo que dicen las palabras" se propone dar cuenta de aquello que hacemos con las palabras, pero también de aquello que las palabras hacen con nosotros. El texto pretende poner en tensión usos disímiles de la palabra: en las obras de los trágicos griegos del siglo V a.C., haciendo hincapié en la Función Mensajero, testigo fiel encargado de narrar los hechos ocurridos lejos de la escena principal; en la obra de Platón, particularmente en el Cármides; y en la obra de Laín Entralgo sobre sus efectos terapéuticos. Encontramos en tales textos usos de la palabra ligados al cuidado, de sí y de los otros y, en el capítulo siguiente, los contrastamos con el uso que se hace de ella en la Psiquiatría contemporánea. Veinticinco siglos después, el poder psiquiátrico traba una fuerte alianza con la industria farmacéutica, desaloja definitivamente al Psicoanálisis y se nutre de la Psiquiatría biológica, las neurociencias, los enfoques cognitivo-conductuales, privatiza la enfermedad mental y busca el síntoma en el sujeto y no ya al sujeto en el síntoma. En sus manuales crecen geométricamente los trastornos de una a otra versión, en tanto se atenúan cada vez más los requisitos para decidir por un diagnóstico. Es la práctica analítica, tributaria directa de la tragedia griega, uno de los pocos escenarios, en estas nuevas condiciones de época, en los que se da libre cauce a la palabra, promoviendo condiciones que hacen posible su enunciación y la escucha atenta de los lamentos de la subjetividad.
No nos angustia tanto la muerte como la vida. Si la primera introduce al humano en el mundo del erotismo y devenir temporal, su rechazo hará de la segunda una vida vacía, fuera del tiempo y el gusto de la experiencia. El resultado: una muerte en vida. En otros términos, de la pretensión de una vida eterna, solo resulta una muerte constante. Así, el cansancio de la vida, al que solo se llega haciendo sin estar en lo que se hace, se apoderó del hombre moderno, que sufre de no poder sufrir. La muerte fue reducida a ser a aquello que se lleva la vida, ignorándose que es, en última instancia, la que nos lleva hacia ella.
Para salir de la vida mortífera (la muerte en vida) es necesario atravesar su reverso, la muerte vital, transformación y proceso. Esta muerte trae consigo una peculiar resurrección, aquella de la existencia. Asumir la muerte significa aquí, en primer lugar, reconocer la deuda simbólica con el pasado, apropiarse de la cualidad vital y procesual del tiempo y sobre todo arrancarle a ese devenir necesariamente inconsciente una particular conciencia.