Campo Abierto. Max Aub

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Название Campo Abierto
Автор произведения Max Aub
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788491343974



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que ir a hablar con ellos en seguida.

      Julián Jover –alto, espigado, con el pelo crespo y la voz aguda, largos brazos, largas piernas, desgalichado–12 se movía en todos sentidos, pura aspa y ascua.13

      –¡El Ruzafa!

      –¡El Apolo!

      –¡El Principal!

      –¡El Eslava!

      –Aunque sea el Serrano.14

      Ya se veían actuando como profesionales.

      Santiago Peñafiel –fuerte, más bien alto, luciente, moreno, alegre y con largas pestañas, su único orgullo; que por lo demás, lo mismo hacía de barba que de comparsa, de traspunte o de carpintero– daba saltitos:

      –¿Te das cuenta? ¡El Retablo15 en un teatro de veras, en un escenario de verdad!

      Asunción Meliá –rubia, delgada, con enormes ojos azules de mujer mayor, perdidos en una cara de adolescente, los labios finos y apenas rosados– se abrazaba alborozada a Josefina Camargo16 –de cara irregular, picada de viruelas, la boca hija de un mandoble–, primera actriz del grupo. Fea con ganas, con voz que removía las entrañas, razón de su éxito con los muchachos, y del desconcierto de las mozas que se hacían cruces. (–¿Qué le ven?).

      –Vámonos al Sindicato.

      –¿Todos?

      –No. Todos no: una delegación.

      –¿Quién va?

      Luis Sanchís –la frente abombada, anteojos, voz de ultratumba, cantante inficionado de zarzuela, rimbombante, gracioso en su chocarrería y mala educación, estudiante de derecho– decide:

      –Que vayan Julián y Josefina.

      –¿Dos sólo? No son bastantes. Cinco por lo menos.

      –No nos darán nada.

      –Ya habló quien tenía que hablar.

      Era Manuel Rivelles –alto como un palo de telégrafo, por lo que le solían llamar el «Farol» (y a Luis Sanchís, su inseparable, el «Farolero»), tímido, pesimista, humilde, mal cómico, pero ¡con tanta afición! Con la espina clavada de que la gente se reía con sólo verlo aparecer en escena. Estudia historia y padece –casi siempre– enfermedades vergonzosas. Sin suerte, pero tesonero.

      Diez más forman entre todos «El Retablo», teatro universitario. Los dirige Santiago Peñafiel, que no es estudiante, no por falta de ganas, sino de medios: encargado de un almacén de maderas del camino del Grao, mantiene su casa: madre y dos hermanillos; tiene, además, pujos literarios, colaborador de algunas revistas de «Joven Poesía». Conocido –él dice amigo– de Federico García Lorca y Alejandro Casona. Desde luego, es el único del grupo que ha visto actuar a «La Barraca» y al teatro de las Misiones Pedagógicas.17

      Están reunidos en casa de Jover –de Jover y sus hermanos, que son cuatro, tres varones y una hembra, aunque de esta última no se habla, que salió pinta–.18 La casa es vieja, de las de chocolate en mancerina.19 Llena de viejitos y viejitas por todos los rincones, muy amables, muy finos, retraídos y admiradores de sus sobrinos, a los que recogieron al morir sus padres. José, Julio, Julián –amargados con lo de Julieta, ida con un comicastro–. Los tres del «Retablo»: José, un papalote con pápulas20 para quien los sellos son el summum y razón de ser. Acaba la carrera este año, sin que nadie se entere, ni él, por supuesto. Heredará el bufete del tío con quien trabaja. Hace versos, sin decírselo a nadie. Es parado, y todos lo tienen por tonto: no hace nada para desengañarlos, tal vez porque no se da cuenta, o porque, quién sabe, lo cree también. Le gusta pasear por la huerta y cortar flores. Luego se las queda mirando horas y horas, oliéndolas:

      –¿De dónde les vendrá el olor?

      Las deshoja. Los tíos y las tías lo adoran, todos solteros.

      Pajarilla era la niña. Vive en Madrid y todos piensan en ella. Guapa de veras y con un genio atroz. Fundó «El Retablo» y fue su gran figura. Quería hacer teatro de veras; la caterva de tíos se opuso. Ella saltó por encima. En el fondo todos esperan que llegue a gran cómica. Por el momento no se sabe mucho de su vida.

      La rebelión militar ha derrumbado todas las puertas: ya no son estudiantes, sino actores. Fueron anteayer a ver al gobernador: se han puesto al servicio del pueblo. Duermen menos. Les dieron vales para conseguir madera, telas, pinceles, colores. Les han prometido un camión. Pensaban ir por los pueblos, haciendo sus sainetes, pero ahora entró Julián y se les encandila la imaginación: ¡«El Retablo» era un teatro de Valencia! ¡Qué revolución!

      –Habrá que montar obras más importantes.

      –Lo primero es conseguir un teatro.

      –No nos lo darán.

      –Nos haremos con él.

      –Quizá sería mejor ir al Eslava y quedarnos con él, así por las buenas; luego hablaremos con los del Sindicato.

      Se oponen los timoratos.

      Luis Sanchís: –Vámonos, abajo tengo el coche.

      Su padre es de Izquierda Republicana y no se lo han requisado. Entra Vicente Dalmases.

      –Me he retrasado porque tuvimos una reunión.

      Le dice Santiago Peñafiel, burlón:

      –Sí, ¿y qué tienes que decir?

      Vicente Dalmases pertenece a las Juventudes Comunistas.

      –Reparten los teatros

      –Ya lo sé. ¿Qué pensáis hacer?

      Es delgado, vivo, rápido, nervioso, de nariz larga, e inteligente. Pero cerrado a la ironía. Le molestan las burlas. Serio, lo toma todo como él es. Estudia comercio, sin ganas, pero con el ahínco que pone en todo.

      –¿Qué te parece, vamos primero a por el teatro y luego a hablar con los Sindicatos del Espectáculo, o al revés?

      –Podemos hacer las dos cosas a la vez.

      La aprobación es general e inmediata. Los Jover, Rivelles y Asunción irán al Eslava. Peñafiel, Josefina –porque conviene que vaya una mujer–, Sanchís y Dalmases, a entenderse con el Comité Ejecutivo de Espectáculos Públicos U.G.T.-C.N.T.

      El comité está reunido en sesión permanente. Son doce. Preside un acomodador. Le dicen «el Fallero». Viejo socialista. Pero las miradas, directas o solapadas, van hacia Slovak, un mozancóna de cabeza rapada que nadie sabe de dónde ha salido. Lo han traído los de la C.N.T. Dicen que lo mandan de Barcelona. Habla Santiago Vilches, un actor de zarzuela, masón y republicano: habla siempre, lo dejan. Siempre engolado, como con corsé. Dicen que duerme con una mano en el pecho, desde que representó al Greco, hace años.

      –Camaradas, nuestro país vive en estos momentos el proceso revolucionario más hondo que registra la historia del progreso humano…

      Ambrosio Villegas mira una mosca que corre por la pared. ¿Cuándo echará a volar? Está ahí en representación de los autores. Lo han aceptado a regañadientes. Los trabajadores del teatro no creen tener que contar con los escritores. Todavía los músicos…

      –Se derrumba un sistema, y sobre las ruinas del pasado tenemos la obligación de estructurar la vida económica de nuestro país recogiendo el anhelo de la clase trabajadora…

      La mosca vuela. El teatro en manos de sus trabajadores. Villegas no se hace ilusiones: se hablará de sueldos.

      –… Y estableciendo unas normas justas y equitativas para la convivencia humana.

      Claro –piensa Villegas–, tenía que surgir la palabra humano. ¿Qué quieren todos estos que están alrededor de esta mesa? El Fallero dice lo que piensa; quiere mandar; pero no directamente, tiene alma de cacique. A Rigoberto Salvá,