Nadie encontrará mis huesos. Enrique Urbina

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Название Nadie encontrará mis huesos
Автор произведения Enrique Urbina
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078646616



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      —No te preocupes. Se ve que él sabe lo que hace. Lo voy a dejar de mi lado de la cama.

      Se fue y volvió de nuevo sin el hongo. Sus manos brillaban y tenían manchas negras. Pero no era tierra. Se las sacudió en su ropa. Leda notó que el color no se fue.

      —¿Y te dijo algo de los gritos?

      —¿Qué gritos?

      —Los de ayer de cuando llegamos…

      —…

      —…

      —Ah, sí. No, no le pregunté. Se me olvidó. Yo creo que no eran de esa casa.

      Lo eran. Ella lo sabía.

      Leda tomaba las manos de Miguel. Bailaban en círculos. Reían. Se besaban apasionadamente. Estaban en el fondo de un lago. A pesar de la oscuridad, podía ver las algas, rocas y peces extraños que vivían en el fondo. Miguel la acostó en el suelo. Detrás de ellos, el vecino los miraba excitado. Era más una presencia, pero Leda sabía que era él. Lo escuchó jadear. Leda sintió asco de sí misma. Se puso nerviosa y se dio cuenta de que estaba tragando agua cada vez que inhalaba. Se ahogaba. Quiso nadar hacia la superficie, pero Miguel se había convertido en una roca que cubría su cuerpo. Estaba atrapada. Moría. El vecino caminó hacia ella. Se agachó sobre su cabeza, mordió su cabello y arrancó un mechón grande. Se fue piel con ese jalón. Leda luchó por escaparse, pero Miguel la estrujaba. Y el agua no dejaba de metérsele. Todo la aplastaba. El vecino le arrancaba pelo y carne con más violencia.

      Sintió frío. Suavidad en los pies. Dolor en la mandíbula: mordía nada con todas sus fuerzas. Abrió los ojos. Era el jardín de su casa. Aún era de noche. Estaba desnuda y Miguel, frente a ella, también. Miró alrededor. Nadie los había notado. Alcanzó a ver la luz del vecino encendida. Tomó a Miguel de la mano e intentó llevarlo dentro, pero se negó. Su cuerpo se puso tenso y la jaló hacia ella, como si no quisiera que se movieran del lugar. Leda forcejeó con él varias veces hasta que cedió. Corrió con él hacia su casa. Encendió las luces de los cuartos mientras pasaba por ellos. Miraba a todos lados como si fuera más vulnerable dentro que fuera. Llegó a su cuarto. Miguel no respondía. Sus ojos estaban cerrados. Realmente estaba dormido. Lo sacudió para despertarlo. De su nariz brotó un hilo de san-gre. Lo acostó y vio que de su lado de la cama estaba el enorme hongo. Palpitaba. Leda fue por unos guantes, lo tomó, abrió la ventana y lo arrojó hacia la casa del vecino. Se deshizo en el muro. Lanzó también los guantes.

      Fue con Miguel. Su cuerpo tenía manchas negras, pero dormía como si nada hubiera pasado. Leda no supo qué hacer. Se sentó en el borde de su lado de la cama. La impresión volteó sus sentidos y pensamientos a sí misma. Únicamente llegaba una cosa a su mente: el vecino. Así estuvo hasta que los primeros rayos del sol llegaron a su cuarto y ella ya no pudo con el insomnio y el estrés. Se quedó dormida. Solo por unas horas.

      Las cajas de su cuarto estaban abiertas y las cosas que guardaban en ellas se encontraban esparcidas por todo el piso. Miguel ya no estaba junto a ella. Lo buscó, angustiada. Lo encontró leyendo en la sala junto a una pila de libros. Sintió miedo de verlo así, normal.

      —Al rato acomodo las cosas del cuarto. Andaba buscando esto —dijo Miguel mientras señalaba el libro que tenía en las manos.

      —¿Estás bien? —preguntó ella.

      —Sí, ¿por? —contestó Miguel extrañado.

      —En la noche desperté y los dos estábamos afuera, sin ropa.

      —¿En serio? No me acuerdo de nada… ¿No fue un sueño?

      —No —contestó molesta—. Y estoy segura que fue por la cosa que nos regaló el tipo de junto.

      —¿El hongo?

      —Sí. Y ya me deshice de él.

      —No lo hubieras tirado, se veía que era una especie rara.

      —Y venenosa, ya te lo dije.

      —No creo. ¿Para qué nos hubiera dado algo así? Jonás no se ve del tipo de gente que hace daño.

      —¿Entonces de qué tipo de gente se ve?

      —Pues, no sé; alguien agradable.

      —No sé, Miguel, en serio me dio mucho miedo lo que nos pasó ayer. Tú estabas como en trance o algo. ¿Ya te viste el cuerpo? Tienes algo en la piel. Por favor, aunque te haya caído bien, intenta ya no tener contacto con el vecino.

      —Es tierra de cuando moví el hongo al cuarto, ¿no? Pero está bien. Si te sientes más segura, así será.

      —Gracias...

      A veces Miguel le parecía tan estúpido, tan manipulable por impresiones superficiales. Él le mandó un beso. Cuando ella regresó, Miguel estaba acostado en un sillón. El libro descansaba boca abajo sobre su pecho. Dormía porque, Leda lo sabía, no había descansado en toda la noche. Su cuerpo, aunque no su conciencia, sintió el estrés de todo lo sucedido. Notó que tenía una mancha negra en el cuello. Salió preocupada.

      Intentó no fijarse en la casa de Jonás, el vecino, pero justo la puerta de su casa se abrió. Lo conoció al fin. Estaba parado en medio de la oscuridad. Era viejo. Tenía el pecho descubierto, infestado de vellos grises y un enorme estómago que parecía a punto de estallar. Su rostro estaba enmarañado por una barba descuidada, de pocos días. Su nariz y las mejillas estaban enrojecidas, como si hubiera bebido mucho alcohol. Se lamía los labios. Miraba directo hacia Leda. Ella sintió ganas de llorar y continuó su camino hacia la parada del camión.

      Pensó en él todo el día. Pidió un taxi que la dejara frente a su casa para no tener que pasar sola por ahí. Entró. Miguel trabajaba.

      —Ya escuché los ruidos que decías del otro día. Pero más que gritos de dolor, me parecieron… de placer —dijo Miguel con tono jocoso—. Yo creo que Jonás tiene una novia y le gusta presumirlo.

      Ella iba a decir algo, pero los gritos comenzaron de nuevo. Ahora fueron diferentes. No le parecieron de placer en lo más mínimo. Pero. No duraron mucho. Y terminaron con uno más largo y agudo. Después no se escuchó nada. Miguel rio.

      —¿Ves? —dijo sonriendo—. Se está divirtiendo.

      Al prepararse para dormir, Leda cerró con seguro las ventanas y la puerta del cuarto.

      En la madrugada escuchó unos golpes en la ventana. Abrió los ojos y no vio nada en la oscuridad. Intentó despertar a Miguel, pero dormía profundamente. Respiró hondo. Al inhalar, sintió que algo se le metía. Estornudó. En su mano quedaron restos de sangre. Cayó al suelo. Mientras se desvanecía alcanzó a ver el suelo debajo de la cama infestado de hongos parecidos al que el hombre les había regalado. Y entendió: el hongo había soltado esporas, se reprodujo. Ahora toda su descendencia hacía lo mismo. Cientos de escamas doradas flotaban en el aire. Y entraban en Leda, la envenenaban. Se escuchó un golpe y el vidrio de la ventana se rompió. Una sombra cubrió su cuerpo. Leda se rindió ante el sueño.

      Miguel era una babosa que reptaba por el cuerpo desnudo de Leda. Dejaba un camino viscoso y negro. El vecino se aparecía en forma de un sapo negro y dorado. Decía cosas que ella no alcanzaba a entender. Miguel entonces se metía en su boca y se seguía hasta todos sus adentros.

      Despertó. Jonás la cargaba sobre un hombro y arrastraba a Miguel por el suelo. Ella estaba muy débil, aún intoxicada. Todo era oscuridad hasta que pasaron junto a una luz. Estaban dentro de la casa de Jonás; el cuarto era el que siempre vio con la luz encendida. Una lámpara enorme lo iluminaba. En el suelo había cuerpos de lo que parecían mujeres. Dos se veían más frescos que los demás. Todos estaban cubiertos por setas de diferentes tipos. No pudo

      observar más detalles porque Jonás los siguió arrastrando hasta llegar a unas escaleras que bajaban. Notó que Leda estaba despierta.

      —Mucho gusto —dijo Jonás. Su voz era una cloaca—Al fin te puedo tocar. La otra vez casi pude hacerlo, pero mi niño aún no había preparado