El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas. Óscar Hornillos Gómez-Recuero

Читать онлайн.
Название El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas
Автор произведения Óscar Hornillos Gómez-Recuero
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230592



Скачать книгу

ANTES…

      La mañana avanzaba tranquila en las cercanías del castillo Gris. Lord Byron había salido de caza, y la hora de la comida en palacio estaba próxima. Lord Byron solía llegar de caza sobre el almuerzo, y ya se estaba retrasando. Dentro del castillo, la vida bullía: soldados norteños se ocupaban de tener limpias y a punto las armas, de adecentar a los caballos; los sirvientes iban de un lado para otro, realizando las tareas propias de su cometido. Pronto llegaría el rey Blanco, y el castillo tenía que estar a la altura del rey Ark.

      Lady Shala estaba inquieta: su esposo no debía tardar más en llegar, o sus nervios tornarían a locura. La dama escuchó a los perros a lo lejos; era la señal inequívoca de que lord Byron estaba entrando en el castillo. Las puertas de madera se izaron para recibir al señor del castillo, al cual le acompañaba un grupo de soldados a modo de escolta y los perros que completaban la partida de caza. De entre los soldados que le acompañaban cabía destacar a lord Penten, un soldado hecho a sí mismo, que había visto cómo los bárbaros de las tierras obscuras habían matado a su familia e incendiado su poblado. Se había curtido en varias batallas, y era el mejor hombre de lord Byron: siempre le acompañaba a todos lados, y era su hombre de confianza. Su cabello era negro y largo, y sus ojos y piel eran pardos, como lo solían tener todos los habitantes del reino del Norte.

      Hacía ya diez días que el emisario real llegó y entregó a lord Byron el comunicado de la llegada del rey Ark: era la manera de llevar mensajes de un lado para otro. Este comunicado precedía a otro de lord Byron en el que pedía ayuda y consejo a su rey, pues la continua situación de pillaje y asesinatos de aldeanos en la zona norte del reino Blanco era ya insostenible. Los bárbaros de las tierras obscuras cruzaban ya con demasiada frecuencia el estrecho del Nak para desembarcar en tierra Blanca, y tomar riquezas a la par que asesinaban a sus gentes y raptaban a sus hijos varones. Los habitantes del reino del Norte y del reino Blanco creían que estos raptos eran para reclutar soldados para su causa: una causa negra y obscura, como lo era su propio territorio, plagado de ciénagas infectas y de bosques pardos como el corazón de sus habitantes.

      Desde tiempos inmemoriales, cuando se crearon los dos reinos en la gran isla del Ulmen, los habitantes de las tierras obscuras intentaron conquistar y someter el resto de la isla del Ulmen con sus dos reinos. Y así lo lograron con el reino del Norte, que quedó sin rey y sin vasallos. Así, los reyes de ambos reinos lo reconquistaron, y pusieron como líder a lord Byron North, abuelo de lord Byron, en la frontera con el Nak, y, hasta el día que se narra, la familia North había defendido la frontera norte de la isla del Ulmen. Pero los bárbaros de la tierra Obscura se habían ido haciendo cada vez más fuertes, y a base de reclutar niños secuestrados en las aldeas del norte, tenían un buen y entrenado ejército. Por ello, las cosas iban rápido en el castillo Gris, porque no todos los días arribaba el rey Ark, el poderoso rey Ark de la gran isla del Ulmen.

      Lord Byron fue recibido como de costumbre por lady Shala en la sala principal del castillo Gris. Todas las estancias del palacio estaban prácticamente listas, salvo algunos detalles que ultimaban los lacayos de lord Byron: el duque quería agasajar con todos los honores posibles al más ilustre habitante de la isla. Las lámparas habían sido limpiadas hasta tal punto que la plata que les daba forma pareciera nueva; el suelo de mármol se asemejaba a un espejo, y las vidrieras de todos los ventanales mostraban la externa realidad como una fiel representación.

      —¿Cómo fue la jornada de caza? —preguntó su esposa a lord Byron.

      —Se dio bien, mujer: varias piezas, algunas de ellas de gran tamaño. Los hombres las están preparando en el patio de armas. ¿Dónde está mi hijo?, ¿dónde está el heredero de estas tierras?

      —Se encuentra con las matronas, pronto lo traerán. Todo está listo para recibir a su alteza —tranquilizó lady Shala a lord Byron.

      —Espero que su estancia en el castillo sea breve, y podamos partir al norte cuanto antes.

      —Así será: el rey Ark está tan preocupado como tú por el bienestar de su pueblo. A buen seguro que permanecerá poco tiempo aquí —dijo lady Shala.

      Mientras lord Byron y lady Shala conversaban pudieron escuchar el envolvente sonido de un cuerno de marfil en la lejanía. Sonó por dos veces, y lo hizo para indicar la llegada del rey. Lord Byron se asomó por uno de los ventanales de la estancia donde se encontraba. Pudo contemplar, sin lugar a duda, el largo séquito real que solo podía hacer más evidente lo que estaba por llegar. A juicio de lord Byron, eran unos 3000 hombres los que acompañaban al rey, amén de sirvientes y escolta personal. Los uniformes blancos bajo las armaduras de los soldados trasmitían algo más que esperanza a lord Byron. La guerra en las fronteras había comenzado, y un halo de esperanza inundó su corazón. Lord Byron miró a su esposa, y le dijo:

      —Estamos salvados. El rey responde a mi llamada y cuida de su pueblo como un buen padre.

      Lord Byron acarició el rostro de su esposa, y se apresuró hasta el patio de armas del castillo. Los 500 metros que el rey y su séquito habían de atravesar se hicieron eternos. Lord Byron, junto con algunos de sus hombres, entre los que se encontraba lord Penten, contemplaba en silencio cómo el rey se acercaba. La mayoría de las tropas reales estaba ya empezando a montar las tiendas al otro lado del enorme foso. El rey, con unos 200 soldados, se disponía a atravesar las puertas del castillo Gris.

      —¿Cómo estáis, majestad?, ¿se os ha hecho largo el viaje? —fueron las primeras palabras del duque a su rey.

      El rey Ark estaba siendo ayudado a desmontar el caballo por uno de sus pajes cuando se pronunció.

      —El viaje es lo de menos cuando un rey acude en la ayuda de su pueblo. ¿Qué nuevas hay en el norte, duque Byron?

      —Necesitamos hombres y ayuda divina para contener a las huestes obscuras, mi señor.

      —Pues aquí están los hombres que necesitáis, los mejores del sur. Hacen honor a la ciudad Inmaculada, su valor es sin igual —le contestó Ark White.

      Mientras hablaba, el rey Ark se acercaba a lord Byron. Quedaron frente a frente ambos hombres, y se fundieron en un fuerte abrazo.

      —¿Cómo estás, viejo amigo? Espero que estés cuidando bien del reino de mis ancestros —habló White, de nuevo.

      —Tendremos una trepidante aventura en las tierras del norte, mi señor. La mejor que se recordará —le contestó, con la voz más fresca que nunca y de forma entusiasmada, lord Byron.

      —Sí, duque, pero ahora quiero comer y beber. El camino ha sido largo desde la capital.

      —Pasemos, mi señor.

      Era un raro día en el norte. La primavera en el norte solía ser lluviosa, como el resto de las estaciones del año, pero este día marcaba la excepción que hace que toda regla se cumpla. En el patio de armas se había organizado una danza de recibimiento. Algunos de los mejores bailarines de Ávalon habían llegado al castillo Gris, y otros tantos músicos y bailarines de la corte completaban el espectáculo. El rey Ark aprobó lo que sus ojos veían con un leve movimiento vertical de su cabeza, a la vez que su boca emitió una suave sonrisa.

      La escolta real, formada por cuatro fuertes hombres, no se alejaba demasiado del rey; eran los únicos acompañantes del sur con los que el rey iba a entrar en el salón del castillo. Era fácil identificarlos entre la multitud norteña, al igual que al propio rey: hombres altos y de pelo blanco, tan blanco que deslumbraba con el brillo del sol. Su tez era morena, eso sí, aunque no podía competir con la piel de los norteños. Sus armaduras eran gruesas y en plata, y mostraban el tigre negro en el pecho del peto. Solo el rey portaba una discreta y pequeña corona de platino sin demasiados adornos, como si se guardara otra para su castillo real.

      Al penetrar en las estancias del castillo, el rey contempló frente a sí a la familia de lord Byron. Lady Shala y sus dos hijas, Shala y Lía, y el pequeño lord Byron, de tan solo dos años de edad, que era llevado en brazos por una matrona. El rey se acercó a lady Shala, y esta besó su mano.

      —Mi lady —la voz del rey endulzó así los oídos de la dama North.

      —Mi señor. Espero que el