Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant

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Название Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles
Автор произведения Robert J. Grant
Жанр Эзотерика
Серия
Издательство Эзотерика
Год выпуска 0
isbn 9780876048795



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y se utilizaba sobre todo a modo de espectáculo: el hipnotizador llamaba a alguien al escenario y, tras hipnotizar a la persona, le hacía realizar actos embarazosos, tales como ladrar como un perro o cantar como un gallo. Verlo resultaba impresionante. Las personas no tenían ni idea de lo que hacían o decían bajo hipnosis.

      La familia Cayce contactó a uno de esos hipnotizadores comediantes, que fue incapaz de dar a Edgar una sugestión post-hip-nótica en la que lograra recuperar el uso de su voz. Después de varios intentos infructuosos para conseguir que Edgar entrara en un estado de trance profundo, un osteópata local, que se había enterado de la enfermedad de Cayce, decidió probar un nuevo enfoque. Cuando Edgar empezó a abandonarse al sueño hipnótico, Al Layne formuló una sugestión algo especial: le pidió a Edgar que examinara su propio cuerpo mientras estaba bajo hipnosis y que les contara a los presentes qué problemas tenía.

      La prometida de Edgar—Gertrude Evans—, el padre de éste y el médico local siguieron con ansiedad la extraña sesión de hipnosis. Layne repitió tres veces la sugestión. Cuando se disponía a sugerir a Edgar que se despertara, creyendo que la sesión había sido un fracaso, Edgar comenzó a hablar.

      «Sí, aquí tenemos el cuerpo», dijo Edgar. Gertrude casi rompió a llorar de alegría. Esas eran las primeras palabras que pronunciaba con claridad en más de un año.

      «Hay una constricción en las cuerdas vocales debida al estrés», prosiguió Edgar en un sueño profundo. «La circulación está alterada. Sugiera que la circulación del cuerpo está volviendo a la normalidad, y lo arreglaremos».

      Al Layne no salía de su asombro. Nunca había visto nada igual. ¡Me está pidiendo una sugestión post-hipnótica! Sin vacilar, le dio a Edgar la sugestión que pedía:

      «La circulación en el cuerpo de Edgar Cayce ya está volviendo completamente a la normalidad».

      Para asombro de todos los presentes, la garganta de Edgar adquirió un vivo rojo carmesí, que fue subiendo como un termómetro. En unos segundos, la viveza del color remitió, y Edgar dijo:

      «Ahora déle al cuerpo la sugestión de despertar».

      Layne habló a Edgar con tono suave y apaciguado, sugiriendo que todos sus órganos internos estaban funcionando con total normalidad; iba a contar desde el diez hasta el uno. Al llegar al uno, Edgar se despertaría.

      «… tres… dos… uno. Edgar, ya está usted despierto».

      Edgar abrió los ojos y se desperezó. Se sentó bruscamente y tosió, escupiendo un coágulo de sangre y mucosidad.

      «¡Diga algo!», reclamó Layne.

      «¡Hola!», dijo Edgar con perfecta claridad. «¡Hola a todos! ¡Ya puedo hablar de nuevo!» Gertrude abrazó a su pretendiente. El médico y Al Layne se miraron estupefactos.

      El doctor preguntó a Edgar si recordaba algo de su experiencia bajo hipnosis. Cayce se quedó un momento pensativo pero no recordó nada. Entonces preguntó cómo había recuperado la voz.

      «Usted recuperó su propia voz», dijo Layne. Todos cuantos se encontraban en la sala miraban a Edgar con asombro.

      «Edgar, usted hablaba igual que un médico», dijo Layne excitado. «¡Usaba términos como estrés y circulación alterada, y me indicó la sugestión post-hipnótica que debía darle! Yo no he visto nunca nada igual».

      Edgar miró a Layne y rió, como si le estuviera haciendo una broma. «No tengo la menor idea de lo que me está diciendo», dijo.

      «Ya veo que no la tiene», replicó Layne. «Por eso resulta todavía más asombroso».

      Gertrude y Edgar salieron de la sala, mientras los médicos se quedaron comentando la insólita sesión de hipnosis. Layne se cuestionaba si podría utilizarla para diagnosticar los problemas médicos de otras personas. Sabía que acababa de dar con algo importante. Esa misma tarde, le preguntó a Edgar si no le molestaba someterse de nuevo a la hipnosis.

      «Tan sólo como experimento», dijo Layne.

      «No sé», respondió Edgar con recelo. «Me resulta bastante extraño no saber lo que digo». Estaba pensativo y algo preocupado. «Supongo que no hará ningún daño», dijo al fin, aunque se sentía extrañamente fuera de control. ¿Qué si digo alguna locura?, pensó. Peor aún, ¿qué si estoy loco?

      Antes de la segunda sesión hipnótica, Edgar le contó a Layne que, en estado de hipnosis, experimentaba una sensación peculiar, igual que le había ocurrido de niño, cuando dormía con la cabeza sobre los libros. Edgar se acostó en el sofá, y Layne inició la sesión. Cuando Layne consideró que Edgar había alcanzado un nivel adecuado de sueño hipnótico, le transmitió esta sugestión:

      «Edgar, tendrá ante usted a Al Layne. Observe por favor el cuerpo de Al Layne y díganos qué encuentra».

      Tras un breve silencio, Edgar Cayce, el apenas educado joven del condado de Christian, pareció convertirse en un médico docto. Fue describiendo los principales sistemas corporales del señor Layne: el sistema nervioso autónomo, el digestivo… Incluso describió una antigua lesión que Layne había sufrido años atrás, indicando la fecha exacta de la misma. Utilizó palabras que Layne sólo había leído en libros de medicina: «plexo neumogástrico», «subluxaciones espinales», «adherencias en el conducto biliar». Después de emitir un diagnóstico en profundidad, Edgar recomendó para Layne ajustes quiroprácticos de la columna vertebral. Incluso indicó las vértebras específicas que requerían un ajuste. Edgar también aconsejó un cambio de dieta y más ejercicio. Con la misma voz monótona, dijo: «Hemos terminado por el momento». Layne dio entonces a Edgar la sugestión de despertarse. Esta vez también, se desperezó como despertando de un sueño profundo.

      A Layne le sorprendió oír que, de nuevo, Edgar no recordaba ni una sola palabra de su trance hipnótico. Edgar sintió asombro y un considerable desconcierto al enterarse de que había descrito con exactitud los problemas físicos de Layne, e incluso recomendado un tratamiento médico concreto.

      «Pero si no sé nada de medicina…», protestó Edgar.

      «Está claro que sí sabe cuando está bajo trance», afirmó Layne. «Usted es igual que un médico durante el sueño hipnótico».

      El médico durmiente

      Los mensajes transmitidos por Edgar Cayce en estado de trance pasaron a conocerse como «lecturas». Aunque le incomodaba esa parte misteriosa de su psique, Cayce se encontró muy solicitado por los médicos locales, que le llevaban a casa a sus pacientes más difíciles. Los médicos solían ponerse en contacto con Al Layne, acudiendo después a Edgar en busca de una «consulta psíquica». Como ya venía haciendo, Layne relajaba a Cayce por medio de la sugestión hipnótica y, a continuación, le pedía que examinara físicamente al paciente que había traído el médico. Los diagnósticos de Cayce eran asombrosamente exactos. Incluso ofrecía prescripciones de remedios a base de hierbas. Si el remedio no se podía comprar en la farmacia, Cayce indicaba dormido a Layne cómo preparar la prescripción, expresando las dosis requeridas en unidades farmacéuticas, onzas y miligramos. Explicaba a los estupefactos doctores dónde se encontraban los establecimientos farmacéuticos más recónditos, llegando a mencionar en ocasiones los nombres y direcciones postales de compañías situadas en otras ciudades y en lugares más remotos.

      Layne tomaba apuntes sin parar durante las lecturas de Cayce, y entregaba una copia de los mismos a los médicos, quienes prescribían a sus pacientes las recomendaciones de las lecturas. Los primeros médicos que acudieron a Cayce mantuvieron en secreto su relación con él, limitándose a transmitir las instrucciones a sus pacientes sin ninguna explicación. Con el tiempo, sin embargo, se corrió la voz de que era el propio Cayce quien estaba ayudando a restablecerse a la clientela local. La gente no tardó en presentarse en casa de Edgar para agradecerle su curación. Empezó a hablarse del «médico durmiente» que sabía diagnosticar enfermedades y recomendar tratamientos. No parecía importar que los pacientes fueran «incurables», ya que, si seguían el régimen terapéutico prescrito en las lecturas,