Rut. Caleb Fernández Pérez

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Название Rut
Автор произведения Caleb Fernández Pérez
Жанр Религиозные тексты
Серия
Издательство Религиозные тексты
Год выпуска 0
isbn 9786124252167



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nos refiere que deja atrás el desacierto, el fracaso, y decide volver a Belén al escuchar que Dios había mirado nuevamente a Su Pueblo.

      Salió, pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá (Rt 1.7).

      No podemos negar el proceso en el que Noemí se hallaba, ya que a pesar de que regresó arrepentida a Belén, el dolor y el luto por la pérdida de sus seres queridos todavía permanecían en su vida. La pér­dida inesperada de su esposo Elimelec y unos años después la muerte de sus dos hijos fueron, sin duda, momentos de gran sufrimiento en la vida de Noemí. A ello se sumó, seguramente, la preocupación por lo que habría de ser de ella, lo que iba a pasar con sus nueras, ya que no había nietos. No había más vínculos entre ellas que el haber compartido algunos años sus vidas, ella como madre de los esposos y suegra. Sin embargo, Dios las tiene allí, a Rut y a Orfa junto a Noemí, con un proyecto que incluye a estas mujeres moabitas.

      Cuando aceptamos precozmente la derrota

      Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en casa de su marido. Luego las besó, y ellas alzaron su voz y lloraron (Rt 1.8–9)

      En la conversación que marcó la vida de estas mujeres, que definió su camino a seguir, Noemí les propone la posibilidad del retorno a sus vidas en Moab. Ella había terminado con lo que la había llevado a Moab, y ahora se disponía a perder lo que había encontrado en ese lugar, a sus dos nueras. La viudez genera una incertidumbre transitoria, difícil de superar sin el apoyo de un grupo familiar, y ella pretendía despedirse de las únicas personas que aún formaban parte de su vida, de las personas que podrían traerle esperanza. Estaba rompiendo lazos muy fuertes en su vida.

      Noemí las despide llamándolas “hijas”, les había tomado cariño. Hay en sus palabras la ternura de quien había adoptado a quienes querían a sus hijos. A pesar del afecto que les tiene y de que quisiera tenerlas siempre a su lado, está lista para dejarlas partir y seguir con sus proyectos de vida, regresando junto a sus respectivas madres. Ella invoca a Dios para que sea misericordioso con sus nueras, como ellas lo fueron con sus hijos, que sufrieron al vivir lejos de su tierra. Espera que Jehová les conceda un marido, en cuya casa descansen de su sufrimiento. Noemí no quería que se quedasen sin casar por mucho amor que aun tuviesen por sus hijos muertos. Para no aumentar su propia amargura, ella quería que recuperaran el bienestar de tener un esposo y una familia, y así rehacer sus vidas.

      Las pérdidas de Noemí habían afectado el sig­nificado de la esperanza en su vida. Se despide de sus nueras porque siente que ha llegado al final de la línea y al fondo del pozo. Noemí quería labrar su futuro como quien ha salido perdiendo, como la que regresa con las manos vacías. Está angustiada y triste, no espera, de ninguna manera, poder cambiar esta situación; pero, aún así, ve en todo esto al Todo­poderoso. Ella se pregunta si ha de seguir siendo la misma mujer, la Noemí que todos conocieron. Su Dios era Jehová, el Todopoderoso, pero duda que pueda sorprenderla cambiando lo que ella conside­raba un asunto sin salida, su viudez desamparada.

      Uno de los dones más valiosos que Dios da a los cristianos es la capacidad de vivir con esperanza. Y es, precisamente, este don lo que nos anima a considerar que una lucha no se puede perder en el primer round, pues es demasiado temprano para entregarse a la derrota. Noemí se dio por vencida antes de luchar, su estado permanente de dolor la llevaba a pensar que todo había terminado. Sin embargo, el último capítulo de su vida aún no había sido escrito. Dios revertiría su situación.

      En las Escrituras tenemos ejemplos de esto. Abraham que no esperaba ser el padre de Isaac, el hijo de la promesa, siendo él ya de edad avanzada. Posiblemente algunos decían o pensaban que era un viejo caduco e ingenuo. Pero Abraham no fue un desesperanzado, esperó contra toda esperanza perdida, y triunfó por su fe, tornándose en el padre de todos los que creen en el Señor. O Moisés, quien después de estudiar y formarse por varios años en las grandes “universidades” de Egipto, pasó cuarenta años en el desierto. También él, contra toda lo esperado, abandonó su estatus, cambió su cetro por el bastón de pastor de ovejas, el palacio por las tortuosas montañas del Sinaí. Tal vez alguien decía de él que era un derrotado cuando cumplió ochenta años, pero con el bastón de pastor en la mano y con la ayuda de Dios, hizo temblar al mayor imperio del mundo en aquella época.

      Si alguien piensa de sí mismo o habla precipitada­mente de otra persona, cuyo capítulo final o decisorio aún no ha sido escrito, candidatea a tener que comerse sus palabras. Siempre estamos ante el Todopoderoso que gobierna la historia soberanamente.

      Cuando perdemos la esperanza de un milagro

      Y le dijeron: Ciertamente nosotras iremos contigo a tu pueblo. Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Espe­ranza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos ¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? [...] (Rt 1.10–13).

      Gabriel García Márquez dijo alguna vez: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Y es, precisamente, lo que Noemí consideró para su vida, ser honesta y honrada con la soledad que vendría.

      De alguna manera, Noemí se sentía como “una carga” para sus nueras. Era viuda, pobre, sin hijos, y demasiado mayor como para casarse nuevamente y darles otros hijos a sus nueras para asegurar su descendencia. Ella creía que no había la posibilidad de un futuro mejor, sólo un pasado de dolor, cuyo recuerdo le traía amargura al presente. Noemí se es­taba resignando a pasar una vejez de desesperanza, llena de soledad y resentimiento. Este cuadro es más cotidiano en nuestras familias y la sociedad de lo que imaginamos. Esta es una realidad que no podemos ignorar, está allí, y pareciera que no nos atrevemos, ni siquiera, a intentar cambiarla.

      El mundo vive un proceso de transición demo­gráfica inocultable y no sabemos bien a dónde nos lleva. Determinado principalmente por la reduc­ción de las tasas de natalidad y de mortalidad, esto ha llevado al crecimiento de la franja poblacional de adultos mayores o de la tercera edad, de aquellos que están entre los sesenta o más años. Algunas so­ciedades no saben qué hacer con este crecimiento, se hace necesario dejar de ver la vejez como una carga y valorar, en cambio, su potencial de expe­riencia. Es una etapa oportuna para incursionar en empren­dimientos, en tareas de servicio, en labores postergadas, en el asesoramiento y hasta en estudios universitarios.

      La anciana Noemí había perdido toda esperan­za y miraba el futuro sin conseguir vislumbrar una luz al final del túnel. Probablemente, pensaba que su edad avanzada era una limitación absoluta para la intervención milagrosa de Dios. Parecía que ya no lo deseaba, ni menos lo esperaba. No se percataba de que el Todopoderoso tenía un plan que consideraba la experiencia de sus canas y su conocimiento de la tradición hebrea, los que habrían de ser para la bendición de una de sus nueras.

      La Escritura nos invita a no aceptar el fatalismo en nuestras vidas. El mundo no está gobernado